Creado en: junio 27, 2021 a las 08:27 am.

La hazaña de los perversos (II)

Imagen ilustrativa

Los ingenios azucareros, situados en territorios amenazados por los insurrectos, se convirtieron en verdaderos bastiones de la represión colonial. James J.  O Kelly, reportero irlandés que que visito la isla en 1873 nos dice que: “Cuando los ingenios están situados en una posición peligrosa hay en ellos, por lo regular, un destacamento de soldados veteranos al mando de un oficial. Además, cada dueño de esas fincas contribuye con un cuerpo de soldados auxiliares, que algunas veces llegan a la respetable cifra de cien hombres, sin constar los mayorales y maquinistas que están todos armados, así como los esclavos más fieles; si bien estos últimos con armas de inferior calidad.” [1] 

Estos mecanismos represivos fueron la base fundamental para mantener a los esclavos en estado de sumisión. Los mambises no contaban con medios de sitio para atacar estas instalaciones fabriles convertidas en fortalezas. Los esclavos sometidos a una estrecha vigilancia y desarmados a la menor sospecha de sublevarse podían ser masacrados.

Pero el asunto lo debemos de ver desde diversas aristas. A diferencia de lo creído hasta ahora de que los ingenios eran simples centros de producción y que las relaciones humanas dentro de ellos se concentraban en la elaboración de azúcar, mieles o aguardientes; las investigaciones de un grupo de colegas realizadas recientemente nos demostraron que en los bateyes se desarrollaba una intensa vida social.

Entre estos se encuentran Gloria García, María del Carmen Barcia, Aisnara Pereira y María de los Ángeles Mariño, Oilda Hevia, Olga Portuondo y otros colegas. Por la afirmación planteada en sus libros se aprecia que entre los esclavos se constituyeron familias, aunque muy diferentes a los patrones de los amos, pero familia a fin de cuenta, que existió un comercio, una posibilidad de obtener la libertad, una cierta movilidad social, la eventualidad de mantener sexo, de tener hijo y en ocasiones vivir con ellos e incluso rescatarlo cuando eran separados, así como el poseer algunos recursos. Todo esto formó parte de una resistencia, pero también de un modo de vida, de una esperanza dentro del hueco horroroso de la esclavitud. No se ha valorado hasta qué punto esto también conformó una forma de convivencia entre el esclavo y el amo. 

Las formas de control utilizadas para someter a los esclavos fueron muy variadas y en este sentido no solo se utilizó el miedo al castigo físico, sino también otras de dominio sicológico.

En muchos casos los esclavos sembraban pequeños conucos. Esto llegó a tener relevante importancia en las plantaciones. Al respecto la doctora Barcia nos afirma que:

“Los hacendados consideraban beneficiosa la existencia de los conucos familiares. En estos, el esclavo sembraba calabazas, maíz, arroz, ajonjolí y otros productos que vendía con la autorización del mayoral, en ocasiones al propio ingenio. En las fincas pequeñas se destinaba un espacio para el cultivo en común; en los enclaves que no tenían barracón y poseían suficientes tierras, el bohío estaba ubicado en medio del conuco; pero en los ingenios más modernos se destinaba un espacio del terreno al “conuco de los negros”, que se dividía en parcelas destinadas al cultivo y la reproducción de animales.” [2]

La referida autora hace una reflexión interesante:

“En la economía de la familia esclava la cría de los cerdos, y también de gallinas, desempeñaba un papel importante pues su venta le proporcionaba, recursos para tener un mejor nivel de vida, para que las mujeres adquirieran algún vestido para los días de fiesta, e inclusive para comprar la libertad de padres e hijos. Algunas familias llegaban a tener entre 8 y 12 puercos. Si un esclavo “se portaba bien”, es decir evidenciaba su sumisión se le facilitaban algunos recursos.”. [3]      

No podemos descartar la importancia que tenía para el esclavo la posibilidad de poder “ascender” en los estrechos marcos de la plantación. Para hombres que vivían sumidos en una degradante explotación, cuyo único objetivo en la vida era producir riquezas para sus amos, que existiera, por remota que fuera, la posibilidad de ascender, de alcanzar mejores posiciones debía de ser en extremo importante. Al respecto una de las autoras que utilizamos como base para este análisis reflexiona:

“Algunos esclavos, los menos desde luego, lograron acceder desde su estado de servidumbre a cierta movilidad social. Por lo general se desempeñaban en las labores domésticas y sus amos tenían gran confianza en ellos. También podían proceder de las dotaciones de ingenios o cafetales, donde había logrado ascender por una fidelidad demostrada durante largos años, o en situaciones coyunturalmente conflictivas, como podía ser un amotinamiento, durante el cual hubieran demostrado su fidelidad al amo. En algunos casos habían logrado acceder a funciones de gran confianza en la esfera laboral, como la de contramayoral”. [4]    

Otro asunto no menos importante era la posibilidad de salir de las plantaciones y establecer relaciones con vecinos, ya fuesen campesinos o esclavos de plantaciones cercanas. Las investigadoras Aisnara Perera y Ángeles Meriño, apuntan al respecto: “… era común que muchos siervos, con el permiso o no de los administradores o mayorales se movieran por las fincas vecinas estableciendo relación con la población libre y con los esclavos de otro propietario” [5]    

También tenían posibilidades de visitar tabernas y comercios cercanos a las fincas. La historiadora Gloria García, al respecto afirmó. “La taberna cercana ejercía una atracción que pocos mayorales lograban reprimir. Pese a las prohibiciones explicitas de los amos, los permisos para visitar estos comercios ubicados en los linderos de las fincas o en un cruce de caminos se otorgaban con frecuencia los domingos y en los días de fiestas y aun en los de trabajo…”[6]   

Algunos lo hacían para comerciar, otros para reunirse con parientes y amigos, encontrarse con mujeres, etc. La ingestión de alcohol era uno de estos objetivos. Además, el esclavo tenía la esperanza de obtener la libertad sin necesidad de arriesgarse a una peligrosa sublevación. Podía comprarla tanto para él como para sus hijos y esposa. Las investigadoras Aisnara Periera y María Meriño realizaron un detallado estudio sobre esta forma de manumisión, en una región rural del sur de La Habana. En sus obras hacen referencia a numerosos casos de autocompra. Al respecto han afirmado.  “Es un hecho constatado por los estudios sobre manumisión que la autocompra fue el modo más generalizado de acceder a la libertad. El dinero acumulado y entregado al contado o a plazos, significaba la posibilidad de ser libres gracias al esfuerzo propio…” [7] 

La creación de familias, pese a todas las dificultades que conllevaba esto, era también un aliciente para estos desdichados. El papel positivo y de estímulo de los niños en grupos humanos en situaciones críticas y, en especial, cuando son prolongadas fue analizado por las historiadoras Aisnara Perera y María Meriño en un estudio sobre la familia esclava en Cuba. Al respecto nos indican que: “Tener hijos, aun esclavos, llenaba de significado la vida, impone metas: la libertad de unirse en torno a ellos y con ellos…[8].  ” Y agregaron en otro de sus estudios las citadas autoras: “Independientemente de las altas tasas de mortalidad nos resulta sorprendente observar como la mayoría de estas esclavas insistían en tener hijos: Ello torna demasiado absolutas algunas afirmaciones (…) cuando se refieren a la poca proclividad de las esclavas a tener descendientes… ” [9] 

Recordemos que Manuel Moreno Fraginals afirmaba, que desde 1820 se incrementó el número de mujeres.[10] Esto permitía hacer realidad física muchas ilusiones sexuales de estos desdichados.  Por último, en plena guerra de independencia, el estado español puso en marcha una ley que tendía a abolir la esclavitud a largo plazo. La ley Moret, del 4 de julio de 1870, libertaba a los esclavos del estado y los que tenían más de 60 años, los niños nacidos de madres esclavas, aunque debían de quedarse en calidad de patrocinados hasta los 22 años en poder de los amos. Se le pagarían después de los 18 años con un pequeño jornal que era la mitad de lo que ganaba un hombre libre. [11] La implantación de la ley fue retrasada por los esclavistas. El reglamento, para su aplicación, fue formalizado solo hacia finales de 1872 y cercenaba algunos aspectos de la ley.[12]  Sería interesante conocer cuántas esperanzas creó en la masa de esclavos esta ley. Si bien se ha analizado esta relación del esclavo con la plantación como la constitución de la familia, el comercio en reducida escala y la posibilidad de alcanzar la manumisión como parte de la resistencia y de mantener su identidad; esto también podía tener otro sentido para no pocos esclavos. La gran masa de esclavos continuaron padeciendo su condición, la cantidad que lograron la libertad era relativamente pequeña. Pero de todas formas constituía una posibilidad.   

Todas estas pequeñas “esperanzas” podían formar parte de los mecanismos de control sobre ellos de los amos.  Era posible que la mayoría de estas “esperanzas” no fueran promovidas por los amos y surgieran dentro de los mismos mecanismos de la esclavitud. 

Aunque, si bien fue la represión sistemática la que permitió mantener a esta masa de esclavos en su terrible condición; debíamos de valorar también otros factores que en alguna medida pudieron influir en el control de los amos sobre los esclavos. 

Es interesante que pese a todos los intentos de invadir el occidente de la isla en la guerra de 1868 esta no se pudiera llevarse a cabo. La invasión tiene éxito cuando ha finalizado la esclavitud. Estas mismas personas que sufrieron la esclavitud una vez finalizada la misma formaron uno de los pilares fundamentales del Ejército Libertador Cubano en la guerra de 1895.

La plantación esclavista logró sobrevivir en la isla hasta 1886 pese a las presiones internacionales, las guerras de independencia y la rebeldía de las víctimas. Hay muchas preguntas que responde sobre esa gran perversión que prevaleció en la Mayor de Las Antillas hasta mediados de la década de los ochenta del siglo XIX.

En este breve texto hemos realizado un acercamiento aquel pasado oprobioso de Cuba. Pero si no hubo una sublevacion masiva, lo cierto es que miles de esclavos se unieron a las fuerzas insurrectas y combatieron por Cuba Libre. No pocos de ellos murieron como mambises. Una parte mayoritaria de las fuerzas libertadoras al concluir la contienda en 1878 eran negos y mulatos, un grupo de ellos antiguos esclavos.

Fue esta una hazaña de esta masa expoliada imponerse a la represión y el control sicológico, separarse de este cumulo de “esperanzas” impuestas por el oprobioso sistema y irse a los campos de Cuba Libre como mambises.


[1] James J.  O Kelly, La Tierra del Mambí, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 141

[2] María del Carmen Barcia  Zequeira, La otra familia Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba. Editorial Casa de Las Américas,  2003,, p 149.

[3] Ídem.

[4] Ibídem p. 170.

[5] Aisnara Perera Díaz, María de los Ángeles Meriño Fuentes, Para librarse de lazos, antes buena familia que buenos lazos. Apuntes sobre la manumisión en Cuba. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2009. p. 92.

[6] Gloria García, La esclavitud desde la esclavitud, editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, p. 37.

[7] Aisnara Perera Díaz y María de los Ángeles Meriño Fuentes, ob. cit. p. 194.

[8]Aisnara Perera Díaz, y María de los Ángeles Meriño Fuente Esclavitud, Familia y Parroquia en Cuba Otra mirada desde la microhistoria, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008,  p.  60.

[9]Aisnara Perera Díaz, María de los Ángeles Meriño Fuentes Un café para la microhistoria Estructura y posesión de esclavos y ciclo de vida en la llanura habanera. (1800-1886), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p.  109.

[10]Manuel Moreno Fraginals, El ingenio, Editorial de  Ciencias Sociales,  La Habana, 1978, t II,   p. 88.

[11] Aisnara Perera Díaz, María de los Ángeles Meriño Fuentes,  Para librarse de lazos, antes buena familia que buenos lazos. Apuntes sobre la manumisión en Cuba. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2009. Pp. 67- 68.

  [12] Ibídem. P. 69.

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