Creado en: febrero 19, 2021 a las 07:31 am.

Algo más que las cargas al machete

En ocasiones pensamos que los acontecimientos del pasado estaban predestinados a desarrollarse de la forma en que ocurrieron sin otra posibilidad. El estallido independentista de octubre de 1868 en Cuba no parece tener otros senderos.  Al ver el pretérito de la mayor de Las Antillas en los últimos 30 años del siglo XIX nos encontramos con una sociedad donde, aparentemente, predominaba el independentismo.

Nos llega la sensación que cada cubano era un insurrecto. Tres guerras que suman más quince años y una movilización militar española, para someter a estos insumisos antillanos, que llegó casi al medio millón de hombres, parecen corroborar ese criterio. Una cifra no imaginable, prácticamente, en ninguna de las guerras coloniales hasta entonces libradas. En el período de paz, 1881- 1894, se desarrollaron numerosas conspiraciones, y fueron organizadas varias expediciones que fracasaron. Esta información nos parece confirmar que el independentismo de estos isleños tenía mucho arraigo. Pero existe otra historia.

En octubre de 1868 las fuerzas integristas, como se les llamaba a los defensores del imperio español en la Mayor de Las Antillas, eran tan fuertes y numerosas como los independentistas. En 1862 residían en Cuba unos 115 600 peninsulares, canarios y baleares.[1] Si tenemos en cuenta que la población  era de 1 426 475[2] nos encontraremos con más del 10 por ciento de los vecinos de la isla. Además, una parte significativa de ellos eran jóvenes varones, por lo que en una contienda bélica tendrían un peso importante en el bando al que se inclinaran. A estos debemos de sumar otros grupos como los descendientes de los inmigrantes de origen francés que se establecieron en la isla luego de la Revolución de Haití. Muchos de ellos lucharon con gran encono contra el independentismo. Además de una cantidad de cubanos que tomaron igual partido.

El historiador Fernando Portuondo fue el que mejor retrató en lo espiritual a muchos de estos inmigrados:

 “… en su mayoría solteros. Eran buscadores de fortuna, cuyo afán al cruzar el océano se cifraba en volver al hogar, casi siempre campesino, con los bolsillos llenos. Laboriosos y carentes de educación, resultaban por su edad, condiciones e ignorancia, fáciles de convencer de que las cosas debían de seguir en la colonia como estaban para que ellos pudieran realizar su ideal de enriquecerse rápidamente”.[3] 

La cifra de defensores del imperio se incrementaba mucho con nacidos en la isla. Había una cantidad significativa de cubanos propietarios de ingenios azucareros. Una guerra de independencia podría terminar en una sublevación de esclavos. Cada vecino considerado blanco vivía atenazado por el pánico de que lo ocurrido en Haití se repitiera. Existían motivos demográficos que sustentaban ese espanto. En 1867 Cuba tenía una población de 1 426 475 habitantes, de ellos 344 618 eran esclavos y 248 703 personas consideradas  como de color libres.[4] Además residía en la isla una importante población china que aunque legalmente estaban considerados como colonos e incluso firmaban un contrato a la hora de embarcar en su país la diferencia entre estos y los esclavos no era mucha.

Ante tales intereses materiales y terrores del espíritu por una posible sublevación de los esclavos podríamos preguntarnos hoy si la independencia era el único camino que tenían ante sí los cubanos.

Los integristas eran tan temerarios como sus contrincantes independentistas. Estos dueños de ingenios y cafetales habían actuado con una energía y perversidad sobredimensionada. La isla había sobrevivido como colonia española al volcán independentista latinoamericano. Los propietarios de esclavos se habían enfrentado con éxito a la política abolicionista del imperio británico, comprando funcionarios a todos los niveles, asunto no muy difícil en el imperio hispano y valiéndose de todo tipo de artimaña para continuar la introducción de esclavos. Ante la posibilidad de que la decadente España fuera obligada a abolir la esclavitud por el imperio británico organizaron expediciones y conspiraciones para anexarse a los Estados Unidos entonces esclavistas. Aunque fracasaron en tales intentos, pero demostraron de la vitalidad de los plantadores.

Contra toda lógica, en 1868 Céspedes rompió con las indecisiones y temores de sus coterráneos e inició la primera guerra de independencia cubana. Las causas de esta contienda son múltiples y no es nuestro objetivo y tampoco tenemos espacio para entrar en tales detalles. Pero un factor determinante que impulsó aquel alzamiento fue la guerra restauradora dominicana. La derrota de las fuerzas colonialistas en la contienda librada contra España por los patriotas dominicanos repercutió profundamente en Cuba.

Pese a la censura hispana, en la práctica, no había forma de ocultar esa triste realidad. La mayoría de las fuerzas españolas se retiraron hacia Cuba. Muchas de ellas pertenecían al ejército peninsular dislocado en Cuba. Como la capacidad de los buques no era suficiente para trasladar en un solo viaje a los derrotados militares, se dispuso que cada embarcación realizara más de uno. Para utilizar mejor a estos se ordenó que el traslado de tropas debiera de dirigirse tan solo a los puertos del oriente y en especial a Santiago de Cuba, el territorio más cercano de Santo Domingo.[5]

En aras de evitar la acumulación de estas fuerzas en los puertos se dispuso la dislocación de parte de ellas en diferentes poblados del interior de la región oriental y en Camagüey. Un ejemplo de esto era que una de las compañías de la extinta brigada de Azua y Baní fue enviada a la ciudad de Camagüey. De esa forma los cubanos fueron testigos del paso de estas derrotadas huestes. Es de pensar que muchos de estos veteranos se entregarían a largas narraciones en tabernas y bodegas. Como era ancestral costumbre entre los veteranos de una guerra contarían sus muchas hazañas reales e imaginarias. También incluyeron en los relatos los sufrimientos y las derrotas. De esa forma cada militar se convirtió en un divulgador del descalabro.

Los análisis sobre el impacto de esa contienda en Cuba casi siempre se concentra en el relevante papel de un puñado de dominicanos que se unieron a las fuerzas insurrectas, quienes al decir de Calixto García: “ han sido verdaderamente nuestros maestros”.[6]

El factor desestabilizador de la guerra de Restauración fue el acontecimiento en sí. Es decir, la derrota de España por un país de condiciones bastante parecidas a Cuba.

La imagen de la derrota de la metrópoli se grabó en la memoria popular cubana. La Restauración navegó en el entramado social que alimentó el impulso del 68. Calixto García en una de sus proclamas a los cubanos afirma que: “Antes de mucho veréis el final de la obra que empezó con el cobarde abandono de Santo Domingo, seguirá con el de Cuba y concluirá con el de Puerto Rico, último baluarte de la tiranía goda en América”.[7]

La guerra de independencia de República Dominicana fue como el estallido de un gigantesco rayo en una tarde sin nube. Estremeció la isla y penetró en las muchas rajaduras de aquel sistema despótico. La guerra de Cuba fue como una continuidad de aquel proceso independentista iniciado en agosto de 1863 en el vecino país. Fue algo más que las cargas al machete que aprendieron los cubanos de los maestros dominicanos.


[1] Ismael Sarmiento Ramírez, Cuba: Entre la opulencia y la pobreza, Agualarga editores S.L. Sin año de publicación.  p. 45.

[2] Ibídem.   p. 51.

[3] Fernando Portuondo y del Prado, Historia de Cuba, La Habana, 1965, pp.431, 432.

[4] Ismael Sarmiento Ramírez, Cuba: Entre la opulencia y la pobreza, obra citada.  p. 51. 

[5] Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Asuntos Políticos. Caja 227. Número 6.

[6] José Abreu Cardet, Olga Portuondo y Volver Mollin en el libro Calixto García: Escribe de la Guerra Grande. Tres documentos personales, Editorial Oriente, 2009. p. 69

[7] Antonio Pírala Criado, Antonio. Anales de la Guerra de Cuba. En tres volúmenes Imprenta F. González Rojas. Madrid. 1895-1898. T 1. p 763.

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