Creado en: julio 19, 2021 a las 08:13 am.

Cuando los niños de Venezuela se hicieron dueños de la fantasía (+Podcast)

Olisvael Basso, cultivó el arte en los niños del Estado Portuguesa en Venezuela.

Con las doctrinas de Martí, prodigando luz en su andar, el Instructor de Artes Plásticas Olisvael Basso llegó a los cerros venezolanos, en 2010, para plantar la fantasía en el alma de “los que saben querer”, y abrirles un horizonte de colores desconocidos.

“La esperanza del mundo” le abrazó con miradas sedientas de aventuras y le entregó, al juglar de la Carpa de Tin Marín de Jatibonico, la llave del mundo del saber, para que les mostrara aquellas emociones que consiguen los pinceles de la solidaridad.

«Hasta el 2013, caminé Corazón Adentro de Araure, municipio del Estado Portuguesa, de la República Bolivariana de Venezuela, llevando mensajes de esperanza y de amor. Tin Marín– el personaje que viajó conmigo- vestía de azul, rojo y blanco, porque yo estaba allí con mi bandera, demostrando que Cuba rompe fronteras a través de la cultura», expresó el hombre, que no ha procreado hijos, pero que, con la fuerza del arte, en sus predios se ganó el apelativo Padre de la Fantasía.

«Hacía actividades desde el Teatro hacia las Artes Plásticas, y viceversa. Lo logré porque soy actor de teatro, y como técnico de la manifestación de Artes Plásticas se me hizo más fácil mezclar esas disciplinas».

Por medio del teléfono compartió algunas de las emotivas vivencias atesoradas en el cofre de su vida profesional. En ellos sobresale la placa de reconocimiento de la Alcaldía de Araure, por ser el Mejor Instructor de Arte, entregada a él por mostrar a los niños de la localidad de Quemado de Armo, el placer de reír y soñar.

El instructor de Artes Plástica espirituano hizo que niños venezolanos se encontraran con la alegría y el arte.

«Tuve muchos contratiempos. Un día, una persona mal intencionada del barrio, tomó a uno de los niños, intimidándolo con una pistola», cuenta con su garganta anudada el hombre que cree en la utilidad de la virtud.

«Entonces, abrí las puertas de mi casa en Venezuela. Creí que estaba en la embajada cubana e ideé bien rápido una actividad atractiva. Logré resguardar a los demás pequeños en mi salón, aun a riesgo de que me hicieran algo, o de provocar algo negativo. Pero sentí que, en ese momento, la cultura salvó a otros infantes que pudieron haber sido utilizados en actos de intimidación y violencia».

«Logré que los niños olvidaran ese momento que se estaba viviendo en plena calle. La familia del menor arrestado pagó el rescate. Afortunadamente lo soltaron, pero fue un momento de tensión muy fuerte. Me sentí privilegiado, porque en mi país nunca he visto eso».

– ¿En qué otros momentos sentiste que la cultura era un acto de salvación?

«Cuando Hugo Chávez falleció yo estaba en Venezuela.  Al enterarme de la noticia me dije: ¿ahora qué yo hago aquí?, porque fuimos por Chávez. Me quedó un vacío y nos acogió la incertidumbre. Mi familia llamaba llorando. Se pensaba que iba a haber un estallido social en ese país».

«Pero fue reconfortante que los padres de los niños nos expresaran su agradecimiento por lo que habíamos logrado con sus hijos. Eso marcó la diferencia. Creo que nuestro trabajo le enseñó al pueblo bolivariano de cuánto valía el proyecto social que debía continuar Nicolás Maduro».

«Hubo momentos desagradables, y otros a la inversa. La comunidad íntegra vino a darnos el respaldo a nosotros, incluso opositores. Lo más chocante fue ver a uno de los jóvenes de la comunidad manifestar, ante mis ojos, el agradecimiento a Dios por el deceso de Chávez. Eso me impactó, porque olvidando las diferencias de credo, humanamente, no era correcto. No estoy acostumbrado a esos sentimientos».

«Pero hubo abuelitas que vinieron a mi casa en son de luto, y éramos nosotros los que debíamos darle fuerzas para seguir en ese momento. A Chávez se le quería mucho».

– ¿Cuántos vacíos culturales lograste llenar con tus enseñanzas en los cerros venezolanos?

«Sentí gran orgullo de ser cubano por lo que sabemos que logran nuestros niños en las diversas enseñanzas educativas. Los infantes nuestros aprenden, desde muy corta edad, los colores primarios y las cosas elementales del arte. Yo me encontré niños allí, con 10 y hasta 15 años, que no sabían de dónde salía el color verde».

«Otros ignoraban cuál era la capital de Venezuela. Cantaban “Gloria al bravo pueblo, pero desconocían que ese era el Himno Nacional. Carecían de conocimientos básicos. El llegar nosotros allí, y llenarlos desde el punto de vista espiritual y educativo, de hacer énfasis en esas cosas que les ayudaron a su crecimiento personal, hizo que tuviera mucho sentido mi permanencia en Venezuela».

«Me sentí satisfecho de hacerles ver a esos niños que eran parte de un país que hace historia, dotado de próceres. Eso se lo debemos a la enseñanza que nos dan en Cuba. El que ellos se hayan sentido protagonistas, que hayan tenido voz desde la cultura en cada uno de los eventos, me reconforta como ser humano y como profesional del mundo artístico».

Para los que saben querer en Venezuela Olisvael Basso trabajó sin descanso como parte de la misión Cultura Corazón Adentro.

«También trabajé con niños con necesidades educativas especiales. Muchos ya eran jóvenes, y también, desde las Artes Plásticas tuvieron su momento de felicidad y de esparcimiento».

«Algo que recuerdo con beneplácito fue el poder transformar a la peluquera de la comunidad en activista. Ella hacía trabajos artesanales y la conquistamos. Dice que se sintió que era un diamante en bruto que sabía hacer artesanía, y que nosotros logramos cultivarle arte. Hoy sigue en el Gabinete para la Cultura, allí en el Estado Portuguesa de la República Bolivariana de Venezuela. Aun mantengo contacto con ella».

Olisvael Basso, quien hoy lleva las riendas del proyecto sociocultural infantil Dueños de la Fantasía, en el municipio espirituano de Jatibonico, mantiene siempre abiertas las arcas que resguardan su huella en la nación hermana. Desde su interior ellas le confirman que su corazón se ensanchó al lado de los niños, porque como escribiera Martí: “no hay más que una gloria cierta: y es la del alma que está contenta de sí”.

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