Creado en: marzo 1, 2021 a las 07:33 am.

El eterno Eliseo de Bauta

Bauta tiene un no se qué, que a veces me molesta. Sus pobladores viven mirando hacia la capital, aunque sin displicencia para sus raíces, y hay una especie de brillo pecaminoso en sus miradas. Las mujeres de Bauta son hermosas. Allí el inquieto Denys San Jorge tiene su caja de herramientas, bailan los dedos de Erdwin Vichot sobre las cuerdas de un laúd o Mireisy García Rojas le recita poemas al fantasma delicioso de Carlos Jesús Cabrera.

Pero en Bauta nada me atrapa más que sus Orígenes. No los de villa levantada en la conquista por apellido de abolengo, sino aquellos Orígenes que premiaron a ese pueblo artemiseño con la comunidad de suerte y dicha para la poesía cubana de todos los tiempos.

Recuerda Bauta a Eliseo Diego en la fecha de su adiós. El corazón, mártir de tanta entrega a los amigos, a Bella, a la poesía y a Cuba, lo arrebató dejando en testamento…

…no poseyendo más

entre cielo y tierra que

mi memoria, que este tiempo;

decido hacer mi testamento.

Es este:

les dejo

el tiempo, todo el tiempo.

Todo el tiempo es mucho sin Eliseo, aunque su verso queda. Quizás por eso vengo a buscarlo en las calles de Bauta. Lo imagino en la tertulia del padre Ángel Gaztelu. Lo veo salir de la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, acompañado de Lezama y desposado con su amada, volviendo quizás la vista para ver una vez más los murales de Mariano y Portocarrero retar el conservadurismo de la feligresía.

Eliseo regresa a Bauta a nombrar las cosas por su nombre. Es difícil partir cuando uno carga la condena de ser la vanguardia de la poesía en el país que ama. Lo escucho repetir sus sabias confesiones. Hablar con ese oficio de milimétrica exactitud, pesar las palabras.

El autor de En la Calzada de Jesús del Monte intenta convencernos de que escribir verdadera poesía es siempre señal de una falta en vez de una riqueza. El ser humano siente que carece de algo y trata de suplirlo a través de la poesía. De manera que no hay por qué enorgullecerse de ser un poeta, sino aceptarlo como un hecho y tratar de hacerlo lo mejor posible.

Ese Eliseo que camina las calles de Bauta no parece un ganador del Premio Nacional de Literatura o el  Juan Rulfo. Luce un hombre común, como todos los hombres si hay algo de común en el género humano. Es el hombre en la esencialidad y el afianzamiento que Orígenes buscaba. Lo observo andar como uno más y me pregunto:

¿Qué son los Orígenes sino de dónde provenimos? ¿Y no es eso la Patria?

Parto esa hostia con Eliseo y Bella, con Cintio y Fina. Hablamos de la métrica, de Martí, de la necesaria educación y de la vida. Nada nos es ajeno. Dice que es de oficio, poeta, es decir, un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en versos. Y yo le creo. Le cree Bauta que viene a verlo disertar sobre el concepto de nación, sobre la cubanía. Alrededor de él se sientan otros grandes. Es la cultura quien los sienta, los amalgama más allá de otras posturas que le son inferiores. Los engrandece si es posible a los ojos de Cuba y del mundo. 

Ahora, en las palabras de Eliseo, este pueblo me parece más íntimo. Sé que es el día del adiós y al mismo tiempo recibo su compañía como una especie de  bautizmo. Son  27 años de su ausencia y, como dijo Octavio Paz, solo la muerte le faltaba para convertirse en leyenda. Esa leyenda me acompaña mientras camino el pueblo de Bauta. Es un buen día para tenerlo con nosotros. Me acomodo en un banco del parque. Abro un ejemplar de sus Obras Completas, consulto un almanaque y me sonrío:

La eternidad por fin comienza un lunes.

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