Creado en: abril 29, 2021 a las 07:47 am.

Expansión, libertad, gozo

¿Cómo bautizar a la rumba? ¿Cómo encerrarla en una estrecha definición? ¿Es un conjunto de ritmos y melodías, es una fiesta? Es todo eso y más. La rumba es expansión, libertad, gozo.

Complejo musical de raíces africanas surgido en los barrios y zonas urbanas, la rumba en su rica gama de modalidades ha sido un género que ha mantenido su hegemonía y vigencia por encima de otros muchos del rico arsenal de la música cubana. Razón por la cual acaba fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Como el jazz, la samba, el flamenco o el calipso, la rumba cubana ha formado parte desde hace muchos años del legado cultural del planeta. Con sus modalidades de guaguancó, columbia, yambú y jiribilla, la rumba ha paseado el mundo en sus formas primarias y tradicionales y en las más estilizadas y comerciales. De cualquier modo ha sido el aire de la rumba, sus ritmos pegajosos y sensuales, el que ha colocado el nombre de Cuba en teatros vernáculos y pantallas de cine como ningún otro. Crónica social de “los pobres de la tierra”, estampa folklórica de viva autenticidad, la rumba de cajón, la que nace en los solares y las esquinas, al calor de un holgorio o una simple reunión de gentes del barrio, es sello distintivo de la identidad de la nación cubana. Una identidad que se consagra con ella.

Elegíaca y romancera en el guaguancó, intensa y sensual, elegante y frenética en la columbia, más contenida en el yambú, la rumba ha ritualizado a la pareja de baile con coreografías de una riqueza y virtuosismos extraordinarios. Universalizada en las pistas de cabarets y los salones de baile cautivó en las décadas del 20 y el 30 a los públicos de Paris, Nueva York, Berlín, Viena, Madrid y América Latina.

Todo cabe en ella, tanto en la pura rumba callejera que se baila al tañido de cajones de bacalao y cucharas, como la que se ejecuta con orquestas tipo jazz band para darle entrada en su ámbito democrático a todas las capas sociales.

Es por eso que afirmo que la rumba es inteligente porque asume una segunda naturaleza al cumplir una función social; transcultura porque sus elementos primarios pasan por los ritmos congos y la plasticidad expresiva del baile del ireme o diablito ñáñigo en la sociedad abakuá.

Es inteligente porque rompe barreras suburbanas y religiosas para instalarse en las urbes capitalinas y acogerse a los parches del tambor sin perder la auténtica sonoridad de la caja de bacalao o la más aguda y pequeña cajita de velas del barracón.

Es inteligente porque se sitúa con total autoridad en el ámbito cosmopolita sin dejar de ser hija de la rusticidad.

Es inteligente porque asume la crónica del diario vivir, narra aventuras y peripecias del ser social en el guaguancó como el romancero español lo hizo con la copla, la espinela y otras formas literarias.

Es inteligente también porque como pocos géneros musicales y danzarios atraviesa de generación en generación por ritmos de ocasión, modas efímeras y tecnologías avanzadas, para mostrarse así en su inderrotable perpetuidad y lozanía.

Es inteligente porque desde la opresión de la esclavitud surgió como un mito de liberación y fue fuente principal de innovación y ruptura de viejos paradigmas. Es, además, subversiva, catártica. Tuvo que enfrentar a la implacable autoridad del dogma.

La rumba no envejece, su vitalidad es constante.

La rumba es un sentir, una exaltación, una atmósfera. Lasciva y provocadora huele a patio de solar, a plante ñañigo, a toque de santo…

Es tan cubana que nada le ha podido adulterar. Ni los intentos de mixtificarla entre las farandulescas luces del cabaret, o los espectáculos de music hall. Ella se ha dejado vestir de lentejuelas, pero a la vez, se las ha sabido sacudir cuando el quinto repica con ganas y las cucharas golpean con ardor.

Sucesora de la habanera y el danzón, y coetánea del son en los salones internacionales, ella sí llegó para quedarse. Su vigencia es tal que el término de rumba se aplica en muchos lugares del mundo a cualquier género de la música popular bailable cubana. Una rumba podía ser hasta no hace mucho calificativo equivalente de una canción latinoamericana o un aire tropical indefinido.

Como la conga callejera, su hermana más popular y arrolladora, la rumba en todas sus variantes ha sido y es uno de los tesoros coreográficos y musicales más ricos de Cuba. Sus movimientos danzarios, el vacunao, el tornillo, el de “herrar la mula” y otros muchos forman un repertorio de giros de una sorprendente diversidad y convierten a este género en un obligado ejercicio de virtuosismos.

Sus melodías adoptan formas de cantos tarareados que los ejecutantes llaman lalaleo o diana y que provocan la entusiasta participación del coro. Levantar un canto es todo un acto de imaginación artística. Y una muestra más del talento natural de los improvisadores.

Rumba de salón, cabaretística, tatuada en el celuloide del cine mexicano, ligada al dinero y a las inverosímiles historias de criaditas de casas de alta sociedad y señoritos despiadados, o a los espectáculos de casinos de juegos , a figuras como María Antonieta Pons,  Ninón Sevilla , o Xavier Cugat.

Rumba de cajón, callejera, hija del solar, ligada al alcohol y al sexo, pero también a la displicencia y al ocio.  Reservorio para cantar al presente, para evocar el pasado, para recordar a los grandes rumberos idos como Malanga, Andrea Baró, Roncona, Chano Pozo, Aspirina, Saldiguera, Virulilla, Flor de Amor, Manuela Alonso, Tio Tom, Pancho Quinto, El Goyo, Giovanni del Pino, Juan de Dios, Minini, y muchos otros. Cuentera y evocadora de hechos triviales o acontecimientos históricos, ella será siempre un símbolo de la cultura de la resistencia, esa que no cede jamás a ninguna sujeción clasista o racial. Surgida en barrios, bateyes de ingenio, líneas de tren, solares, y patios de viejas y abandonadas mansiones la rumba trascendió su oscura marginalidad para colocarse en el sitio donde la luz borra todas las fronteras.

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