Creado en: julio 16, 2024 a las 01:13 pm.
Fernando Ortiz, cultor de la cubanidad
Volver sobre cada palabra legada por Fernando Ortiz es prioridad, más que necesidad. Ahí se resguardan las soluciones a muchos de los achaques actuales de la cultura, identidad y nacionalidad cubana. Temas todos, vitales a proteger, venerar y defender como oxígenos certeros para coexistir en un mundo tan diverso como hostil.
No en vano lo definió Miguel Barnet, Premio Nacional de Patrimonio Cultural 2023 como el hombre que «penetró en la selva oscura y escamoteada de la historia». A Ortiz, etnólogo, arqueólogo, historiador, folklorista… le estaremos eternamente en deuda por alumbrarnos a entender a la cubanidad más allá del hecho de abrir los ojos en esta tierra. Significa colocar con compromiso en el más alto de los pedestales lo que nos hace únicos en el resto del orbe.
Y somos singulares gracias al complejo proceso de transculturación, el mismo que tantas horas de estudio le robó y, hoy se reconoce como un referente cuando de ese ajiaco cultural se habla. Darle la espalda a esa simbiosis es dejar totalmente vulnerable el espíritu, voluntad, conciencia, conducta, gusto, en constante construcción de todo un pueblo.
Elementos todos que erigen a la cubanidad y que se sostienen en las múltiples diversidades que han convivido a lo largo de los siglos de existencia de este archipiélago. Lo explicó con maestría el autor de Hampa afrocubana. Los negros brujos durante una entrevista periodística: «Todo pueblo también tiene su cultura propia en la cual están insertas y vinculadas las culturas individuales y las relaciones sociales que dan cohesión y organicidad al grupo humano, dotándolo de una fuerza colectiva para la vida común».
Asumirlo de esa forma y despojado de estereotipos propios de su contexto, Fernando Ortiz revolucionó lo que por muchos años entretejió a la cultura cubana. Se sumergió en la herencia cultural de los pueblos de África, en la formación histórica de la cultura de esta nación. Auscultó cada uno de sus elementos para comprender por qué su profundo arraigo popular.
Ponderó, a partir de ahí a la cultura africana, desde un sincero compromiso que obligó, a pesar de no pocas resistencias, a la aceptación que significa sostén de lo que hoy somos como país.
«De África se importaron instrumentos musicales, adornos y modas de indumentaria […] fiestas como las comparsas, los velorios, ciertas aves como la gallina guinea […] una contribución notable a la jerga popular».
También comprendió y legó que el proceso de transculturación no ha encontrado fin. Ebulle constantemente por las inevitables influencias que llegan y que se acomodan. Y eso no es peligroso, de acuerdo al propio Ortiz: «En realidad, para cocer el ajiaco hace falta el fuego; la pasión de Prometeo. Pero esa pasión no solo puede cocinar el ajiaco, sino algo más esencial: en lugar de una simple mezcla de elementos, crear una combinación nueva, una calidad nueva; esto es, un pueblo nuevo, una cultura nueva».
Lo imprescindible es no olvidar las raíces, ni negarlas y dejarlas a la deriva, sino volver a ellas para que cumplan con su vital función de sostener el hoy. Una batalla constante no solo en Cuba sino en toda nación que aspire a dejar escapar el seductor grito de ser libre.
Por eso, volver sobre cada argumento de Fernando Ortiz, el descendiente de pura cepa de este país resulta primacía: «Lo cubano fue brotado desde abajo y no llovido desde arriba».
Y mucho más cuando la máxima resulta arropar a «la sustancia de la nación» o lo que para él mismo significó «la cultura es la patria».