Creado en: febrero 17, 2023 a las 09:15 am.
La paciente vuelta a Ítaca

Por Yeilén Delgado Calvo
Hacer literatura, amarla, supone un viaje largo, azaroso, y una devoción paciente. Por eso un hombre cuenta que le tardó 29 años de su vida concluir un libro y el auditorio no cede al asombro, ni siquiera el autor mismo; toma tiempo sedimentar ciertas sensaciones, caminar hacia adentro, ponerlo en palabras.
El escritor es Francisco López Sacha. Su obra Voy a escribir la eternidad tiene –lo confiesa– un nervio central y secreto: «Mi padre, vivo y dándome aliento desde su vida y desde su muerte».
El texto resultante le ha valido el premio Alejo Carpentier, en el acápite de novela. En la ceremonia de presentación, realizada en el Aula Magna del Colegio de San Gerónimo, el jurado destacó, por medio de un acta en extremo elogiosa, la prosa limpia, de tono adecuado, que esplende por su riqueza, armonía, fluidez, audacia, gracia y seducción.
A 35 años de la publicación de su primer cuento, y con la sensación de que solo ha escrito uno, el mismo, por etapas, Rogelio Riverón se alza con el Carpentier de cuento. Cuarenta vasos de vodka fue premiado por ser un conjunto de calidad sostenida, con uso amplio de la intertextualidad y cualidades formales que denotan oficio y respeto hacia la gramática y el buen estilo.
Una idea de Riverón, la enorme presión que sobre los ideales de cualquier tipo ejerce el tiempo, pareciera ser también leit motiv de Joaquín Borges Triana; 37 años después de que comenzara en el mundo editorial, en tiempos en los que pocos creían en el trabajo intelectual de un ciego, gana el Carpentier de ensayo.
De Socorro, no soy subversivo, coge tu flow a la aldea, se subrayaron los aportes cognoscitivos de la incursión, con notable dominio del tema, en una zona apenas visitada de las investigaciones musicológicas, sociológicas y de historia del arte en Cuba: el rap y el hip hop alternativos.
El Nicolás Guillen de poesía otorgó mención a Taladro, de Victor Fowler, y primera mención para El verbo y la cifra, de Alberto Marrero. El premio fue para La guagua de Babel, de Carlos Esquivel, un texto –se dijo– de connotada dramaturgia compositiva, donde el sujeto escrito dialoga con personalidades de la historia y la cultura, mediante una perspectiva filosófica y cuestionadora de nuestra realidad.
«Es un libro de viajes sin salir apenas de casa, escrito en un año cuando se fueron tantas cosas imprescindibles, notorias. Se fue mi hijo, se me fueron las alegrías, pero se quedó la poesía», confesó Esquivel.
La odisea de atrapar el tiempo y los sentimientos en un entramado de palabras es el sino de estas obras y de los premiados; esos que, al decir de López Sacha, saben que están dejando una estela, «algo que nos sobrepasa, la condición de la identidad literaria en la cultura cubana».
(Tomado de Granma)