Creado en: mayo 15, 2022 a las 07:23 am.

Los disparos de Alberto Guerra en la Feria de Artemisa

Hay disparos que provocan la muerte. Otros causan heridas y dejan cicatrices que nos recuerdan el impacto por el resto de nuestras vidas. También están los que no dejan huella aparente, no producen daño perceptible y sin embargo, nos calan profundo y hacen reaccionar, modificar conductas, ajustar el paso y hasta el camino porque, ante esas descargas, no podemos continuar siendo los mismos.

Así sucede con Disparos en el aula, cuento del talentoso y multipremiado escritor Alberto Guerra Naranjo, que por estos días cumple treinta años de escrito y publicado. Una historia inspirada y concebida en  tierra artemiseña y para la que el escritor escogió soplar las velas en esta provincia, durante la peña Café Naranjo, que auspicia la Egreem  en el territorio, esta vez en el marco de la décima edición territorial  de la Feria del Libro.  

Treinta años de una historia que va más allá de lo que narra. Tres décadas de una decisión que cambió la vida de este escriba cuando optó por abandonar el elitismo de la literatura afrancesada y europeizada de entonces y  hablar de sus alumnos, de los imberbes muchachos de la escuela en el campo Batalla de los Molinos del Rey.

Si el cuento marcó un despegue en la carrera de Guerra Naranjo, la historia de su concepción, de su nacimiento entre polvos de tiza, incipientes bigotes y explosiones hormonales de la adolescencia llenó el espacio del Álbum Kafé Parque Central, donde se dieron cita  quienes el homenajeado calificó como culpables de su oficio: Sus maestros.

Eran tiempos en los que había que contar la historia de una manera distinta. Había que llevarles la belleza de la gesta cubana por la independencia a aquellos jóvenes en formación sin que se aburrieran, sin caer en lugares comunes. Un Alberto también joven tomó lápiz y papel y se aventuró con un tema tan delicado como La Reconcentración de Valeriano Weyler.  Jugó con la vergüenza, la sensibilidad, el honor. Se batió con denuedo en el intento de traducir el heroísmo al lenguaje y al tiempo de sus alumnos y salió airoso.

Treinta años después, las mismas urgencias nos llevan a Disparos…  El cuento, en su versión audiovisual, zarandeó a los presentes y la celebración devino polémica sobre los derroteros de la narrativa contemporánea y su valor de uso, ante las realidades de la escena nacional. ¿Qué vamos a contarles a las nuevas generaciones? ¿Qué desean leer?

Jóvenes menos enajenados emergen de la lectura de un cuento así. Adentrarse en la historia hilada desde una complicidad escritor-lector, con un extraordinario manejo de la atmósfera, con el riesgo de caminar por los linderos del pacto ficcional y cortarnos el aliento desde la economía de recursos, resulta una experiencia tan efectiva, que ha sido ya certificada por los gurúes de la manipulación en las economías de mercado y forma parte del herramental con el que se nos intentan boicotear los sueños.

La juventud necesita esos resortes. Redescubrir la belleza que habita en nuestra historia es una necesidad y nadie como ese maestro-escritor, ese maestro-referencia presente en el festejo, nos puede develar esos asombros. Nadie como ese maestro-héroe de Disparos en el aula,  cuyo vigor no amaina a treinta años de su nacimiento y a veinte de su versión audiovisual, que lo ha multiplicado en el imaginario de millones de cubanos de diferentes generaciones.     

Artemisa tiene consignada un área grande en el alma de Alberto. Con armaduras de papel se cuadra firme frente a sus molinos y no embiste a las apariciones valiéndose de sus muchos premios. Tampoco lo hace con sus  novelas Los conjurados o La soledad del tiempo. Guerra Naranjo ataca con la obra Corazón, de Edmundo de Amicis, compartida con su nieto pequeño, porque es preciso sembrar la sensibilidad en las nuevas generaciones. Esa es la herencia que necesita dejar y es el maestro  de historia el que se agita en sus adentros y clama a voces una mirada a este fenómeno complejo del contenido cuando, al parecer, una epidemia de sordera nos hace ir hacia las mismas fórmulas con la ilusión de que obtengamos resultados diferentes.

En medio de la farandulización de nuestra realidad, de una Cuba abaratada por la pluma ligera y el lente turbio que, en contubernio con intereses nada ingenuos,  la presentan promiscua y ligera, fácil y marginal, Disparos en el aula tiene razones de sobra para celebrar. Revisitarla en el Album Kafé Parque Central de Artemisa es un auténtico privilegio. La Feria del Libro en el territorio se valoriza con este espacio donde se funden lo estético y lo metodológico, la ficción y la realidad, la axiología y  el orgullo nacional.

Hay disparos que tocan el corazón, que impactan  en las entrañas y este texto de Alberto Guerra Naranjo es uno de ellos. Treinta años después de escrito mantiene esa frescura del decir idóneo. Criterios puede haber muchos sobre si es o no este escribidor  uno de los grandes de la ficción cubana. En ese juicio se comprometen la subjetividad, las preferencias, las simpatías y las filiaciones estéticas de quienes juzgan.  En cambio, del pedagogo nadie puede decir que abandonó las aulas, que desertó de su misión de construir generaciones mejores para el futuro y mucho menos poner en duda su puntería.

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