Creado en: septiembre 29, 2021 a las 07:10 am.

Manuel Porto, la musa es la vida que te golpea

Dice ser bastante conflictivo. Habla constantemente con el director, hace propuestas y pide criterios para conformar sus personajes física y psicológicamente. Manuel Porto es conflictivo en el buen sentido de la palabra, ante la cámara y detrás de ella, con su guion, sus parlamentos y sus expresiones, con sus historias teatrales, televisivas, radiales o cinematográficas. Por supuesto, todas cubanas, porque no se ve haciéndolo en ningún otro lugar, en ninguna otra Revolución.

Llegar a los 70 años lo obliga a reinventarse. Bromea con la cuestión de que si Robert de Niro trabajara en Cuba se moriría de hambre. «¿Cuál es la función de las personas de mi edad? Casi nunca tienen contradicciones, historia.  Algún día se escribirán novelas sobre adultos o ancianos protagonistas. Por ahora los viejos quedamos para los mandados, dar consejos, cuidar de los nietos o de la mujer que está loca».

Sin embargo, aun a estas alturas, sigue entregándolo y entregándose todo. No importa si es en una puesta en escena como El tío Vania, La hoguera o El vuelo del quetzal, mucho menos si es una serie al estilo de La frontera del deber, El halcón, Algo más que soñar o Cuando el agua regresa a la tierra. Eliodoro Manuel Porto asume con igual responsabilidad cada personaje, cada filme en esa larga lista donde figuran Se permuta, Caravana, La vida es silbar, Barrio Cuba y José Martí: el ojo del canario.

Porto interpretando a un vagabundo en la película Y, sin embargo

A lo que otros llaman musa él le llama la vida que te golpea. «Desde por la mañana hasta la noche. Días, horas, meses, semanas. Puedo hacer una canción diciendo lo bello de eso o puedo hacer una diciendo que la vida está muy dura. Para poder disfrutar la vida a uno debe gustarle la vida. Y esa es la musa: los problemas sociales, familiares, de la cuadra, del barrio».

La actuación la descubrió, más que por vocación, por embullo. Si las circunstancias hubieran sido otras, ahora sería General de Brigada, artillero antiaéreo.

«Yo quería ser militar. Jamás en mi vida, desde que nací, pensé en subirme a un escenario. Tenía entre 18 y 19 años cuando hice mi primera obra: La Falsa Justicia del Señor. Estaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y pertenecía al movimiento de aficionados.

«Todo para nosotros era un juego, pero no tenía idea de ser artista. Los fines de semana salíamos a las unidades militares para hacer actividades y nos dejaban después, sobre todo a los que estábamos en La Habana, estar en la casa hasta el lunes por la mañana y entrar a la unidad».

 Aquella primera presentación del negrito-blanquito de Pogolotti, en la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, fue el inicio de una prolífica carrera actoral.

«Un día, sin saberlo, llegó una orden a la unidad militar donde estaba, que era nada más y nada menos que en la base de San Julián, en Pinar del Río, donde había unos desiertos de arena. Me pedían presentarme ante el Comandante Jorge Serguera, en ese momento el presidente del Instituto Cubano de Radiofusión en La Habana. Y así fue como llegué a la vida del arte.

«No tenía la menor idea de la tremenda responsabilidad que tiene ejercer esta profesión, como comprendí años después. El artista puede incidir positiva o negativamente en los seres humanos, lo admiren o no lo admiren».

A Raquel Revuelta, Verónica Lynn, Reynaldo Miravalles y otros icónicos intérpretes de la pantalla cubana le debe su formación como artista. Ellos fueron sus libros de estudio y sus maestros en el entonces Instituto Cubano de Radiofusión, hoy ICRT.

«Me sentaba al lado, por ejemplo, de Odalys Fuentes. Un chiquillo al lado de una serie de figuras que recibían los talleres de importantes profesores, actores y directores como Roberto Garriga y Gloria Parrado, grandes representantes de la educación artística. Al mismo tiempo, captaba de Carlos Piñeiro, uno de los grandes dramaturgos que ha dado la televisión, la radio, el teatro, el cine.

«A mí no me ayudaron solo a ser mejor actor o a desarrollar mi talento, a nosotros nos educaban, miraban y hasta nos cuidaban la forma de vestir. Era un guajirito, nadie nace artista, eso no es verdad. Uno tiene la vocación, pero la vocación no quiere decir que tengas el talento. Nunca me pasó por la mente que yo iba a ser un artista querido por la gente, reconocido, aceptado, un actor de primer nivel donde hubo y hay todavía tremendísimos actores».

Aquel grupo de las Fuerzas Armadas entró al ICR en el año 1967. Su formación fue en la primera escuela de superación para actores de dicha institución, ubicada en la calle J, entre 21 y 23, donde está actualmente la agencia ACTUAR. Desde entonces Manuel ha observado y sentido en carne propia las transformaciones de los modos de producción en la Isla, con sus altibajos.

«Para producir una obra de alto nivel hace falta tener muchos recursos. Por otro lado está, en el concepto estético y artístico, la sensibilidad de los que dirigen un producto, que tiene detrás una logística tecnológica y humana. Yo creo que con los recursos que tenemos, que son pocos si lo comparamos con el adelanto científico tecnológico del mundo en materia de cine y televisión podemos hacer productos mejores. En una puesta en pantalla cinematográfica o televisiva influyen no solamente la actuación, sino la fotografía, la iluminación, el maquillaje. Hay muchos elementos que hacen grande a un amor, los detalles.

«Nuestros medios hacen un esfuerzo extraordinario por mantener una televisión al aire, nuestra programación es más limpia de morbosidades, de intereses mezquinos. Creo que hay que admirar a este país, que mantiene una programación con altas, con bajas, con deficiencias. Veinticuatro horas, de lunes a domingo, durante los 365 días del año, un país del tercer mundo, bloqueado, con problemas económicos. Yo no sé de dónde Cuba saca la harina para ese pan que se llama televisión, para ese cine que se llama ICAIC, para que esa radio cubana esté funcionando».

De una u otra manera la actuación ha determinado su travesía en esta Isla. El personaje del viejo Ventura, en Cuando el agua regresa a la tierra, terminó llevándolo a la Ciénaga de Zapata. El propio Manuel, al igual que el protagonista, terminó apasionado por el mayor humedal del Caribe insular. Ahí llevó a cabo lo que considera la obra de su vida.

«Korimakao es una idea tan artísticamente humana o tan humanamente artística. Me plantearon ayudar a organizar ese movimiento de la Ciénaga de Zapata. Cuando terminé la novela Cuando el agua regresa a la tierra me quedé ahí, apoyado por el comandante Faustino Pérez, fundador del proyecto. Vinieron personas de La Habana, Camagüey, Oriente, de otros países a integrarse a ese grupo que soñaba llevar acciones artísticas no sólo a la Ciénaga sino a toda Cuba.

 «Mi primera idea era quedarme seis o siete meses, pero se convirtieron en más de 20 años, hasta que me enfermé y los médicos me dijeron que no podía seguir en la Ciénaga. Eso no se puede dirigir de La Habana, hay que estar ahí, con la gente. No somos solo artistas sino también seres sociales, buenos seres humanos. A mí me gusta más un gran ser humano que un brillante artista que no sirva como persona. Estar dispuesto a brindar lo que se tiene a cambio de nada si es preciso. Korimakao es la obra de mi vida y ahí está resistiendo, como yo digo».

El arte, para Manuel Porto, es la forma más sublime de expresar la cultura de un país. Por eso defiende que el concepto de recreación es muy peligroso. Una de las funciones sociales del arte —considera— no es mantenerle el gusto a la gente, sino elevarlo.

«Hay que hacer obras de alto nivel estético en las que la gente interprete, piense, se divierta, pero se divierta pensando. Eso no quiere decir que el arte no se pague, el artista necesita comer, bañarse, vestirse. El arte hay que pagarlo porque vale mucho. Pero la importancia del arte no está en el dinero que tú ganes, sino en lo bueno que brindes para mejorar a los seres humanos como seres humanos».

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