Creado en: mayo 13, 2023 a las 01:03 pm.

Un homenaje al muchacho de cien años

Los festejos por el centenario de Enrique Núñez Rodríguez comenzaron, desde el día 11 de mayo, en Quemado de Güines. Allí, donde nació y aprendió a ver de la realidad la parte positiva, lo recuerdan como un ídolo. A las numerosas actividades en su pueblo natal, se sumó el encuentro de ayer en la Sala Villena de la UNEAC, pues también en La Habana y en toda Cuba se le recuerda con efusión y cariño. Magda Resik introdujo el encuentro de forma amena destacando la importancia de su obra para la gente común, para el cubano de a pie. Resaltó su gesto amable y su capacidad para hacer reír, aunque fuera en momentos duros.

El panel fue un espacio de diálogo para recordar al insigne quemadense y también para reflexionar sobre el presente. La sala estaba repleta entre amigos, periodistas, artistas y asiduos a los encuentros en la UNEAC. Abel Prieto habló de su amistad entrañable con Enrique. De todas las anécdotas y reflexiones que hizo en torno a su figura, me quedo con la idea de la conexión entre generaciones. Enrique nació en el mismo año en que nació su padre, sin embargo, fueron grandes amigos que compartieron confidencias y tragos. El acercamiento entre ellos fue intenso, a pesar de pertenecer a generaciones diferentes. El otro tema que me interesó mucho fue la labor que desempañó en la UNEAC y su importancia en el equipo de trabajo como un puente conciliador entre los compañeros con diversidad de opiniones, entre la gente y la institución.

Tubal Páez, narró parte del recorrido del autor de “Yo vendí mi bicicleta” por la vida política y su vínculo con la Asamblea Nacional. En sus palabras claras y llenas de gratitud se evidenció la gran popularidad que tenía entre los electores y lo importante que era para él representar a la gente, no solo en sus crónicas, sino en las grandes decisiones. 

Pedro de la Hoz, con su acostumbrada agudeza, nos compartió un texto cargado de referencias, historia y reflexiones acerca de la obra de Núñez Rodríguez. También habló de la cultura popular y la manera de representarla por diferentes exponentes de la crónica a lo largo de nuestra historia reciente.

Kike Quiñones resaltó la importancia de Enrique en el teatro vernáculo cubano y su afán por ser un seguidor de la generación más joven de humoristas del Centro Promotor de Humor. Con su gracia particular y su don para hacer reír con elegancia y buen gusto, el actor leyó “Yo conozco a la Fornés”, una estampa hecha por Núñez Rodríguez para Luis Carbonell.

El público intervino para hacer anécdotas y para mostrar su cariño. Creo que en cada comentario de los asistentes hay contenido para otras crónicas, que no están escritas, pero existen ya en el imaginario popular. Miguel Barnet habló también de la unión de generaciones y de la inteligencia de su humor.

Nesy Nuñez, la hija de Enrique coronó el encuentro con la confesión más linda de la mañana. Nos cuenta que entre las distinciones de su padre está la de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Y eso, dice, siempre le pareció muy raro, porque para ella un héroe del trabajo tenía que ser un cañero, o un trabajador abnegado de una fábrica. Ahora, desde hace un tiempo, ella ha estado revisando y ordenando la papelería de su padre. Con mucha emoción dijo que después de ver tantos proyectos realizados y otros muchos que se quedaron en el papel, se dio cuenta de todo lo que su padre había hecho por la gente en este país. Y sí, ahora está segura de que se merecía tener aquella distinción.  

Tupac Pinilla, aunque no físicamente, también estuvo presente en el encuentro, mencionado por varios de los amigos como el nieto amado y como el gran admirador de la obra de su abuelo. La actividad tuvo un tono cálido y afectuoso. Se habló de su aura limpia, de su espíritu conciliador, de su lealtad y de su genio creativo. Todo entre el piano y la bandera y de fondo, en la pared, las obras de la exposición “Venta de garaje”, de Eduardo Abela, como símbolos casuales de la Cuba de Enrique. También tuvimos la dicha de escuchar a la gran Beatriz Márquez y a Miguel Barnet quién se le unió de forma espectacular.

Yo, que no lo conocí, asumo, por las historias y su manera fresca de escribir, que su espíritu era libre y juvenil como el de un muchacho enamorado. A la salida, después de los aplausos y las emociones, bajo el flamboyán del jardín se vendió el libro “El vecino de los bajos”. Había varios jóvenes como yo, que lo compraron y se llevaron a la casa una parte de la historia y la cultura cubanas escritas en tono costumbrista por el más famoso muchachito de Quemado.  

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