Creado en: junio 18, 2021 a las 10:26 am.

Otro mirón, otra ventana

Amy Adams en un fotograma del largometraje

Sobre el papel, no parecería mal reflotar la ecuación temática de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) en el mundo del nuevo coronavirus y su derivada reclusión obligatoria en los hogares que, entre otras perspectivas inéditas en el comportamiento general de la especie, condiciona el asomo al mundo exterior desde la atalaya hogareña de una suerte de voyeur quien atisba el más allá comunitario detrás del alféizar.

La mujer en la ventana (Joe Wrigth, 2021) no es exactamente el remake del célebre filme de Hitchcock, aunque desde el plano inicial estampa remisión meta a su precedente mediante la secuencia del propio filme con James Stewart apreciada en un televisor por el personaje central de esta nueva versión. En la recordada película del mago del suspenso un fotógrafo en silla de ruedas, con la pierna fracturada, escudriñaba los apartamentos contiguos y descubría perturbador suceso; aquí una agorafóbica psicóloga infantil asolada por el dolor y el trauma (también provista de cámara fotográfica) es la encargada de advertir el acecho del mal sobre la casa de los nuevos vecinos, oteado desde el encierro entre cristales de la suya.

El hogar desde donde se mira está habitado por Amy Adams y la casa fisgoneada por Gary Oldman/Julianne Moore/Jennifer JasonLeigh. ¿Qué más pedir, si redoblan los ecos de un trabajo del inigualable Alfred e interactúan grandes actores como los citados? Pues bastante, en tanto a la película que estrena este sábado por la noche la televisión nacional le falta un poco de casi todo, sin tampoco ser un filme fallido.

Según It Had to Be Murder, el relato de Cornell Woolrich, en su mirada de hace 67 años, el director británico traducía y re-significaba dentro del universo audiovisual un motivo iconográfico rastreable desde el Renacentismo como la anatomía humana y la ventana, a la sazón punteado por las conectividades con la pulsión sexual y escópica inherente a su sello. En la película de su coterráneo, el muy ecléctico e irregular Joe Wright (Expiación, Anna Karenina, Hanna, Peter Pan), empero, se prescinde de este o de cualquier otro tipo de interés remisivo a la sugerencia, la analogía o lo metafórico. El tronco del árbol es despojado de ramas y la expresión del texto fílmico, sin mucho aire, sin más libertad que la precisa por la escolástica del guion de manual, queda expresada de forma roma, harto directa, pornográficamente expedita.

La mujer en la ventana carece de pericia y oficio no tanto en la evolución del relato e introducción del enigma criminal –la primera hora es mucho más efectiva que la de cierre– como en el mecanismo resolutivo de ambos, en cuya gestión tropieza no solo debido a personajes del corte del joven psicópata (sobrecargado en el guion) que engaña a la psicóloga; sino además por las coceduras bastante obvias de la trampas argumentales de cara al despeje de la trama y por ese apéndice ya extemporáneo a estas fechas de la disputa física entre la Adams y el lunático a lo Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987).

En términos de la plasticidad fotográfica del encuadre de Bruno Delbonnel, de precisión en dicha composición visual y específicamente del exquisito trabajo de iluminación, el filme, en cambio, constituye una de las piezas apreciables del cine norteamericano reciente, con varios puntos de convergencia con la serie de terror psicológico Servant, impulsada por M. Night Shyamalan. La atmósfera noir que envuelve a los fotogramas pareciera dialogar con el pretérito magno del género a través de las escenas de los clásicos en blanco y negros visionados por la psicóloga en esa penumbra hogareña donde la lente no solo es dómine de las cromas, también de la semas.

La película destaca, además, en el modo cómo configura momentos esenciales del discurrir del relato desde el punto de vista del traumado personaje, alguien repleto de ansiolíticos y alcohol, lo cual conduce menos a un cuestionamiento de la verosimilitud de la imagen que a una conexión con la psiquis de este, sin resentir el sentido del relato, al abordarse desde un presupuesto formal de creatividad honesta. Siendo una película menor a El padre (Florian Zeller, 2020) la supera en dicho aspecto que resulta clave a ambos largometrajes.

Amy Adams representa palanca de aguante que contribuye a mantener el filme, en razón de la ductibilidad interpretativa de la actriz de Heridas abiertas. Julianne Moore vitamina el filme durante su breve tiempo en pantalla. La incursión de Jennifer Jason-Leigh, todo lo contrario, y ya se viene haciendo costumbre con el último cine de esta otrora buena actriz, hoy día en picada.

Gary Oldman hace de Gary Oldman en plan enojo; o sea, que funciona lo mismo para esta película que para cualquier otro personaje parecido que le entreguen, al cual solo debería trasladar su casita flotante con kit de actuación.

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