Creado en: septiembre 14, 2021 a las 08:30 am.
Volver a las múltiples formas del amor
No recuerdo exactamente cuándo conocí a Yunier Riquenes García (Jiguaní, Granma, 1982), ni cuándo leí su obra por primera vez. Creo que nos conocimos en la presentación holguinera del libro Retoños de almendro. Cuentos para niños. Jóvenes escritores cubanos (Ediciones La Luz, 2012). En esta selección, a cargo de Eldys Baratute, Yunier publicó el cuento “Las formas del amor”. Poco después leí Lo que me ha dado la noche (Editorial Oriente, 2007), una selección de cuentos suyos donde el dolor y el amor, “muchas veces inasible y otras, frustrado”, como se lee en la contracubierta del libro, recorren la vida de varios jóvenes que reciben, sobre sí, los desasosiegos de la noche. Luego de varios encuentros en La Habana, Holguín y en la sede de su proyecto Claustrofobias, en Santiago de Cuba, Riquenes me hizo llegar, a través de un amigo común, un libro suyo con el mismo título de aquel cuento antologado por Ediciones La Luz: Las formas del amor. Cuentos para niños (Colección Farolito, Ediciones Santiago, 2014). Tiempo después, de visita en Santiago, traje conmigo uno de sus libros de cuentos: La espalda marcada, por Ediciones Unión, 2015.
Es precisamente La formas del amor el motivo de estas líneas. Yunier es un narrador avisado y avispado, eso se percibe al leer las cuatro historias que conforman el libro: “La formas del amor”, “El tiro de gracia”, “Cómo vuelven a nacer las ovejas” y “Cacería”. Riquenes conoce aquello que, de una manera u otra, inquieta e interesa a los pequeños, cuando la lectura parece alejarse del centro de atención de sus miradas; pero como dije, es un narrador astuto: da pistas también a los adultos, entresijos de una realidad social circundante, guiños a un contexto palpable y, para nada, oculto en el complejo mapa nacional.
La primera historia es un “relato de amor” entre dos perros: Lobito, un sato, y Diana, una perra de clase. De antemano sentimos el olor de aquel pan que a la puerta del horno se nos quema, como diría Vallejo, pues el amor es la excusa mayor de este relato: este es también un cuento sobre la discriminación, que podemos extrapolar a otros ámbitos sociales. A estos perros les está vedado el amor, o aquello que atrae un perro hacia otro: “Cerró bien las cercas para que Lobito no viera a Diana, la estaba oliendo mucho y no quería que se enamoraran”.
En el cumpleaños de Diana, Sary, su dueña, ha invitado a un fotógrafo que propone montajes y fotos con Pluto, o entre los dálmatas. Y ha invitado también a todos los perros de clase del vecindario: “perros en ladas, camiones, yipis, bicicletas y motores. Cockers, labradores, chihuahuas, chow-chows, bull terriers, bóxers, dobermans y pastores alemanes…”. A todos, menos a Lobito, el perro sato, “de a pie”… Pero esta, como buena historia de amor termina como deben terminar las historias de amor: “Cuando Sary pegó el grito era tarde, por primera vez Lobito se encaramaba sobre una perra aunque no fuera de su clase”.
Riquenes pertenece a una generación nacida a inicios de los años 80, que sabe que no puede hablarles a los niños de hoy como lo hicieron con la suya, aunque sin dudas añoren esa etapa… De esa generación, con intereses y búsquedas similares, podemos mencionar, además de Yunier, a Eldys Baratute, Susana Haug, Legna Rodríguez, Yunier Serrano Rojas, Mariene Lufriú y Elaine Vilar, entre otros. Más que los temas, cambian los abordajes, las miradas, los conceptos, la manera en que el escritor “moraliza” la historia y sus circunstancias… No solo los temas, la manera en que escriben es más cotidiana y palpable. Una muestra de ello es el propio Retoños de almendro. Cuentos para niños. Jóvenes escritores cubanos, que publicara La Luz, sello de la AHS holguinera, y ya ausente de librerías.
Al revisar dicha antología es notable que los jóvenes escritores para niños tratan de otra manera la violencia, la hacen natural y no ajena a los niños. No son violentos, sino más cotidianos, pues la violencia, sin dudas, forma parte de la cotidianidad, de una realidad que los circunda, incluso de manera simbólica, según nos recuerda Roland Barthes. Pero, ¿de una forma u otra, qué ha sido la literatura para niños de Andersen y los hermanos Grimm hacia acá, sino un cauteloso muestrario de la violencia en sus diferentes matices? Pensemos, por ejemplo, en La pequeña cerillera, de Andersen; o en Rumpelstiltskin y Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm. Yunier Riquenes y estos cuentos no son la excepción.
En “El tiro de gracia” encontramos un abuelo enfermo que le pega al nieto: “Le dije hasta del mal que iba a morir siendo vieja y me gritó las maneras en que abuelo y Rosa me iban a poner los ojos y las nalgas”. Como sabemos de “un muchacho que se partió la cabeza y casi se mata por tirarse de un trampolín”, o de la mata de guásima hacia el río, y una bruja “como la que mató el tío Paco con el tiro de gracia”… Pero no una bruja con escobas medievales o aquellas que quemaron en Salem, según Arthur Miller; es una bruja de los campos cubanos, tal como creían (o creen) muchos de nuestros campesinos, de esas brujas que se convierten en gatos negros o le chupaban los ombligos a los niños poco después de nacer.
“Cómo vuelven a nacer las ovejas”, está entre los más interesante relatos del libro, por la organicidad narrativa y las miradas (desde la supuesta inocencia infantil) a la religión, tema no siempre tratado con efectividad en la literatura para niños. Riquenes escribe sobre un niño que solo quiere “pastorear las ovejas, cuidar la paloma y el río”, pero ve el rebaño menguar y las ovejas colgar de un árbol hasta desangrarse. De ese cuento es el siguiente fragmento:
Odio el ¡Aquella! de papá con cuchillo y soga en la mano. Desde que vi cómo colgaron a Pepa en el palo del vampiro y le chuparon la sangre, no dejo de tener pesadillas. El palo del vampiro mete miedo. Tiene una rama de la que se puede colgar hasta un elefante. Ahí amarran la soga, hacen lazo, cuelgan a las ovejas y les quitan todo el cuero. (…) Las ovejas berrea cuando pasan cerca, patalean, se sueltan de la soga. Yo quiero olvidarlo también, pero me parece que uno de estos días me colgarán como le hicieron a Pepa, o me descuartizarán.
En el cuarto y último relato de Las formas del amor –con ilustraciones de Amels Rodríguez y el diseño de cubierta de Naskicet Domínguez, quien lleva con Yunier el proyecto de promociones literaria Claustrofobia– dos niños cazan las abejas que entran a las campañillas, para construirles una casa. Pero es mejor idea –para los niños siempre lo será– probar con el gato: “No duele Cotu, levántalo. Y alzó el gato, hice coincidir culito con culito, figa con culito. El gato arañó a la Cotunda y salió disparado, tratando de pesarse la lengua”.
En estos textos Riquenes explora los terrenos del amor y el miedo, constantes en su obra, en los diferentes variantes de un prisma infantil: preocupación, violencia, maldad… Esas son las luces y sombras de personajes fuertes y bien delineados, pero tiernos, inquietos y memorables, como todo niño, personajes que se repiten y conducen las historias del libro, pues Riquenes cree que de los personajes depende la fuerza de la historia, y a ellos les da importancia en la conformación del texto, sobre todo en las narraciones para niños y jóvenes.
Cuando le pregunté, en una ocasión, qué debe tener en cuenta un escritor a la hora de sentarse a escribir para un público como el infantil, Yunier Riquenes me contestó lo siguiente:
Sobre todo la sinceridad es muy importante, y sería, además, necesario crear buenos personajes, historias divertidas o más bien reales que tienen que ver con la creación de personajes. Para mí la literatura, o lo que me interesa en mi caso personal, es buscar personajes, grandes o pequeños pero que puedan convertirse en seres inolvidables. Y es por eso que cuando uno ve una película o lee un libro, y recuerda un personaje evidentemente se ha construido bien. Eso es lo que le pasa a la joven literatura. Que los niños y los lectores comiencen a tener un contacto más real con lo que están leyendo.
Esa es su verdad: la literatura, que como el amor, tiene muchas aristas. Por eso cuando lo encuentres, aprésalo y no lo dejes escapar: eso nos aseguran estos relatos de Yunier Riquenes.