Creado en: mayo 24, 2021 a las 05:33 am.

«… Yo no soy tu amo, sino tu amigo, tu hermano…»

Foto ilustrativa. / Tomada de Internet

Miles de negros y negras, mulatos y mulatas se sumaron al ejército libertador cubano en las tres guerras de independencia. No siempre muy visibilizados por la historiografía, pues por su condición de marginados por aquella sociedad racista y expoliadora muy pocos dejaron testimonio escrito de sus hazañas en las guerras.

Pero negros y blancos estuvieron siempre presentes a la hora de empuñar el fusil contra la columna hispana o la contraguerrilla implacable. Nos acercamos a estos hombres y mujeres que sentaron plaza en el campamento mambí desde una visión virtualmente olvidada por la historiografía: los bailes, que pese a las difíciles circunstancias en que vivían no dudaron en desarrollar, acciones plenas de alegría de estos hombres y mujeres que habían conquistado la libertad a filo de machete.

Hemos tomado del llamado Diario Perdido de Carlos Manuel de Céspedes algunas descripciones de estas fiestas que ponemos a disposición del lector. Es posible que Céspedes no pudiera entender del todo aquella cultura que conformaría la forma de ser y del pensar de los cubanos, pero fue en extremo respetuoso y estuvo muy por encima de los prejuicios en que fue educado, lo que nos demuestra la grandeza de su espíritu. 

Domingo 11 (enero 1874)

“Los libertos habían preparado una tumbadera y se disponían á bailar; pº la tempestad se lo impidió, obligándolos á todos á recojernos temprano.” [1]

Domingo 1 de febrero (1874)

“En casa encontramos muchos libertos. Estos estuvieron bailando anoche hasta la madrugada en la estancia del Capn Chaigneau y hoy armaron su tango en nuestro batey, bailando y cantando alegrame hasta las 11 de la noche en q. se separaron, después de haberse dado nueva cita pª mañana. Muchos de sus cantos, en francés criollo, se refieren á nuestra revolución y será necesario q. el Marqués los prohíba, pr q. en algunos se menciona y glorifica mi nombre. Al menos estos pobres emancipados no temen entonarlos, como aquellos jefes blancos y libres del Rabon[2]. Varios vecinos acudieron a ver el baile.”[3]

Jueves 19 (Febrero 1874)

“Se efectuó el baile en la enramada construida pr los libertos; pº se alargó algo y mejoró en su construcción el edificio. Se le añadió una tumbadera pª la orquesta q. quedó completa con una botella rascada con un cuchillo. Sendas varas largas y gruesas, sin descortezar, colocadas sobre atravesaños puestos en estacas clavadas en el suelo, á los costados y testeros de la enramada, con una anchura proporcionada, hacían funciones de asientos. El alumbrado, de velas de cera pegadas á las horquetas de la enramada, se resistió muchas veces á prestar servicio á causa del viento y dejó á oscuras á los amantes de Tersicore. Esos escaseaban en la especie barbuda; pero abundaban en las de faldas; (casi todas las mujeres traían vestidos de colas) diferencia ocasionada á indijestiones de pavo, como sucedió. Era notable lo abigarrado de la concurrencia femenina: en los colores (desde el más puro caucásico hasta el más retinto africano) había pª todos los gustos: en las modas ninguna podía quejarse; todas estaban debida y legitimame representadas, merced a los saqueos[4]  q. no distinguen de épocas. El baile empezó y se sostuvo con cinco parejas en q. alternaban las damas con parsimonia; ps algunas creo q. no cataron ni un cedazito. Esto según me cuentan, contribuyó al fin á alterar su genial amabilidad; es preciso confesar q. tenian razon. Yo entré en el salón antes de empezar la danza y saludé á todos, quitándome la gorra con cortés respetuisidad; luego recorrí la fila de señoras, q. me recibieron sentadas con mucho aplomo: á todas, una pr una, le estreché la mano, y me informé de la salud y de su familia; atención q. demostraron haberles agradado sobremanera. Por último, me senté entre dos etiopes y entablé con ellas una amena conversación: lo mismo hice pr turno con todas las demás concurrentes. Recuerdo con particularidad q una me dijo q era bayamesa y me trajo a la memoria escenas de 16 años atrás cuando yo era calavera. Vi bailar con mucha animación danzas, valses y fandangos en q. debo confesar q. reinó bastante orden y decencia, y me hubiera pasado así toda la noche, si no me hubiese apretado la jaqueca en términos q. me obligó a coger la hamaca con muchos dolores y nauseas. Los libertos tenían otro baile en un rancho lejano y con este motivo me pasó una escena chistosa y asar significativa. Estaba yo sentado junto á una de las niñas más bellas, cuando la liberta Bríjida, negra francesa[5] de gran jeta y formas nada afeminadas, se asomó pr una de las aberturas q. hacían las pencas de glorieta y me dijo en su jerga con voz un tanto doliente: “Presidente, (estos malvados no han venido a apearme el tratamo) hágame el favor de salir á oirme una palabra”! Yo salí muy risueño con la ocurrencia, cuando ella tomándome las manos me dijo: “Mi  Presidente, mi amo, nosotros venimos aqui á bailer siempre á bailar siempre pª divertirlo a Ud. Unicame queremos tener q. hacer y esta noche, pr q. están aquí están jentes, nos mandó el Prfecto á bailar lejos, donde estamos con mucha molestia. Yo se bailar danza y vals; (efectivame baila muy bien) pero nosotras nos conformamos con q. nos dejen poner nuestro baile en la cocina”. “Hija le contesté”, “yo no soy tu amo, sino tu amigo, tu hermano, y veré con el Prefecto q. es lo q. pasa, pr q. él es el q. gobierna”. El Prefecto me manifestó q. las había hecho retirar a alguna distancia pr q. la música era muy ruidosa (las tumbas) y ahogaban el sonido de la resptable bandola; pº q. él arreglaría eso. Parece q así lo hizo pr q siguió el tango, sin embargo de q después supe q se había acabado más temprano de lo de costumbre, con motivo de haberse retirado algo displicentes las más encopetadas.”[6]


[1] Eusebio Leal Spengler, Carlos Manuel de Céspedes El Diario perdido, Publicemex, Ciudad de La Habana, 1992,  p. 251

[2] Carlos Manuel se refiere Salvador Cisneros Betancourt, quien encabezó el movimiento político que lo depuso el 27 de octubre de 1873 e hizo todo lo posible por humillarlo. Como parte de esa política no pocos oficiales mambises que lo admiraban fueron situados en lugares de escasa importancia en las fuerzas libertadoras. Algunos separados del mando de tropas.

[3] Eusebio Leal Spengler, ob. cit. p. 291

[4] Se refiere a los ataques a los poblados donde los mambises se avituallaban y obtenían buena parte de la ropa que utilizaban. 

[5] Procedentes de los cafetales establecidos en el sur de Oriente por los emigrados franceses de la revolución de Haití. Al iniciarse la guerra de 1868 los descendientes de estos ofrecieron una feroz resistencia. Muchos de sus esclavos hablaban un dialecto que tenía por origen el francés.  

[6] Eusebio Leal Spengler, ob. cit. p. 291

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