Creado en: mayo 26, 2021 a las 10:02 am.
Nancy Morejón y la enseñanza de la libreta verde

“Soy la tarde que a la tarde mira,
una parte consciente del crepúsculo”
Jesús Orta Ruíz, El Indio Naborí
Nicolás Guillén tenía una libreta de teléfonos checa, que estaba muy vieja y no daba para más. Un día, con el respeto y la camaradería que mediaba entre nosotros, le dije que por qué no cambiaba de libreta y me respondió: “Porque tú eres joven y no sabes. Yo no me deshago de esa libretica, esté como esté, porque ahí tengo la memoria de muchos amigos”. Así cuenta la poeta, crítica, ensayista y Premio Nacional de Literatura (2001), Nancy Morejón, quien durante esta entrevista afirma tener la edad que tenía Guillén en ese entonces.
Nancy Morejón siempre estuvo adelantada a su tiempo. No hizo la Escuela Superior porque la directora de la academia privada en que estudiaba llamó a su mamá y le dijo que la prepararía durante tres meses para que saltara al siguiente nivel. “Y así fue, me preparó y con once años entré al Instituto de La Habana. Por eso Roberto Fernández Retamar jugaba conmigo muchísimo y me decía: ¿De qué generación eres tú?”.
La UNEAC aglutinó, más allá de las diferencias generacionales, a todo tipo de artistas. Nancy Morejón define esa etapa fundacional como: “los primeros pasos para tener conciencia del rol de los creadores en la sociedad. No había consciencia de ser un sector social, eso nació en agosto de 1961”. Antes del triunfo de la Revolución, para publicar un libro la gente tenía que hacer ediciones privadas o en el extranjero, porque no había una industria editorial.
Nancy Morejón no era una escritora reconocida durante la fundación de la UNEAC. En 1961, su vida transcurría intensamente, pues participaba en la campaña de alfabetización. Ya escribía en ese entonces, pero no comienza a publicar hasta un años después.Cuando Guillén fundó la UNEAC, junto a otros grandes intelectuales de la época, ella era solo una adolescente, una estudiante más que descubría el cine y el intenso mundo cultural que se cernía sobre Cuba.
Recibía mis clases de francés, para poder graduarme, en el Capitolio y después cruzábamos al Payret y veíamos los grandes ciclos de películas. Además, no faltaba a los documentales que ponían en el Museo de Bellas Artes los domingos en la mañana. Por supuesto, todo eso era gratis, más allá de que en 1963, Maritza Alonso, alguien a quien recuerdo con mucho cariño, tuvo una responsabilidad en el mundo de la cultura y nos dio una carta a mí y a otros colegas, que nos permitió asistir gratis a cuanta función de teatro o proyección de cine había en la ciudad.
En la humilde biblioteca de sus padres estaban los libros que Nicolás Guillén había publicado en el exilio y específicamente en Argentina. Resaltaban en aquel librero de una casa habanera común “El son entero”, y “La paloma de vuelo popular”. Nancy conocía el nombre y parte de la obra del después proclamado Poeta Nacional, pero lo vio en persona en 1961.
Yo hablaba francés y hacía trabajo voluntario. Entonces, me llamaron del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, para que atendiera una delegación de trabajadores ferroviarios franceses, porque había un evento grande de trabajadores del transporte. En una ocasión fui con ellos a un almuerzo en Santa María del Mar y Guillén estaba en la presidencia. Me pidieron saludarlo, porque lo conocían de París. Yo les dije que haría la gestión y estaba muriéndome, porque no sabía cómo llegar a Nicolás Guillén. En algún momento me presenté y le dije que era la guía de la delegación francesa y que algunos miembros lo querían saludar. Él no necesitó mis servicios de traducción porque hablaba muy bien francés. Cuando terminó la conversación, Guillén me comentó que iba a haber un Congreso de escritores y artistas cubanos, pronto.
Después de esa ocasión, comencé a ir a la UNEAC y lo saludaba de lejos. Yo pertenecía a una organización juvenil que se llamaba la Brigada Hermanos Saíz. Un día mi profesor Roberto Fernández Retamar me dijo que me uniera a la Brigada, para que después pasara a la UNEAC, porque sabía que yo tenía vocación literaria. Así se creó lo que hoy sería la Asociación Hermanos Saíz, a finales de 1962. Para mí es muy emotivo recordar esos años y reconocer que la generación de Alejo Carpentier, Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Onelio Jorge Cardoso y otros escritores, crearon el futuro de los jóvenes artistas y escritores cubanos.
Nancy recuerda muchas anécdotas junto a Guillén, una de ellas es cuando le pidió entrevistar para La Gaceta al nuevo historiador de la ciudad.Esa fue una de las primeras entrevistas que se le hizo a Eusebio Leal en su cargo y data de finales de los sesenta a principio de los setenta.En 2008, fue electa Presidenta de la Asociación de Escritores de la UNEAC.
Siendo Presidenta de la Asociación de Escritores se me ocurrió invitar a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés a dar un concierto. La idea era hacerlo en la Sala Villena, pero tuvo que ser casi en plena calle, porque aquello se abarrotó de gente. En ese jardín se hacían muchas cosas, ensayaban grupos de danza moderna y mucha gente pasaba, se asomaba a la reja y se metía con los bailarines. Recuerdo que Guillén un día se cansó, salió a la calle y les dijo: “Vayan a trabajar, estas personas son artistas”, aquella gente salió huyendo de allí y nunca más se le ocurrió regresar.
Como Presidenta de la Asociación de Escritores me sentía como en casa. En esa etapa lo más complicado para mí fue equilibrar el trabajo en la Academia Cubana de la Lengua, con mi obra y el trabajo en la UNEAC. Pero como decía Hemingway: “La inspiración que me agarre trabajando”. La inspiración llega cuando estoy yo delante de un papel o delante de una computadora.
En ese entonces, Nancy escribía a mano y tuvo el privilegio de que Guillén le regalara una máquina de escribir Olivetti y que después Mario Benedetti le regalara otra. “La gente tiene que entender que la literatura es un trabajo. La contemplación forma parte del trabajo y los escritores tenemos fama de haraganes, pero realmente somos trabajadores de la soledad. Las circunstancias de hoy son totalmente diferentes, porque las tecnologías han venido a cambiarlo todo”.
Nunca me imaginé que dirigiría la revista Unión. Una vez Pepe Rodríguez Feo me pidió unos poemas para publicarlos allí. Era muy bonito, aunque pueda parecer que nosotros teníamos una conciencia generacional aguda, entramos a este mundo gracias a otras generaciones. El respeto, la confianza en quien te abre puertas son muy importantes.
Esta revista, junto a La Gaceta de Cuba ha sido el espacio de expresión por excelencia de la organización. El premio de traducción de la UNEAC se nombra José Rodríguez Feo y nos es por azar. Pepe Feo fue fundador de las revistas Orígenes y Ciclón, las publicaciones periódicas más significativas de la segunda mitad del siglo XX, de manera que Unión tuvo en Rodríguez Feo un editor inefable que arrastraba gran experiencia literaria.
Recientemente se puso a disposición de los lectores en el sitio web de la UNEAC, el número 97 de la Revista Unión. Una nueva propuesta que se expresa en los cánones de la tradición de la revista. Según la propia Nancy, es un número en que los escritores cubanos podrán estar al día acerca de la creación literaria y artística. Su actual jefe de redacción, el poeta y diplomático Gaetano Longo, al que se le debe gran cantidad de traducciones y que en esta ocasión ha reservado una sección llamada “Nueve poetas italianos”.
“Aparecen también textos de excelentes escritores cubanos, tal es el caso de Elina Miranda, miembro de la Academia cubana de la Lengua y una de las grandes estudiosas del mundo helénico en nuestro país y en nuestro continente. Contamos con un trabajo sobre Marinetti de la autoría de Félix Contreras”, comentó.
La revista incluye un texto sobre Miguel Barnet y la oralidad de sus artes poéticas, “que no es más que el discurso que pronuncié en el Instituto Superior de Arte en la ceremonia donde recibió el Premio Honoris Causa”, argumenta. Estará además un estudio de Yanetsy Pino, sobre la obra de la poeta Caridad Atencio, el texto se llama “Desplazamiento al margen. Fenomenología del dolor y discurso de resistencia en la lírica de Caridad Atencio”.
“Publicamos un cuento de Elsa Claro titulado “Te diré cómo te llamas” y algunas canciones de Carlos Crespo, así como un pequeño grupo de poemas del mexicano Javier Villa Señor que funge como agregado cultural de la embajada de su país en Cuba”, adelantó.
En los últimos tiempos la revista incluye un dossier dedicado a algún artista de la plástica y en este caso será sobre Juan Roberto Diago, quien proviene de una familia de artistas. “Aprovechamos esta circunstancia para ilustrar la portada con una apropiación de Diago de una imagen de su abuelo. Hay un texto de Marilyn Sampera que es crítico de arte y curadora particularmente de la obra de Diago. Se desprenden de su texto lecciones muy reveladoras del arte de este autor. Todos los textos publicados se intercomunican precisamente con la obra de este artista de la plástica”, concluyó.
Esta mujer vivió en primera fila todos los acontecimientos históricos y culturales que transformaron a Cuba. Recuerda vívidamente cómo durante la Crisis de Octubre, el día que el barco norteamericano iba a romper el círculo de barcos soviéticos, tuvo que ir de la UNEAC por la Calle G y atravesar 23, para llegar a donde estudiaba.
Allí pasé la noche con Guillermo Rodríguez Rivera, él cantando y tocando guitarra, por supuesto, y vinieron dos grandes historiadores de este país, los doctores Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo a traernos comida. La doctora Pichardo nos trajo unas galleticas con jamón y queso, para que pasáramos esa madrugada en que realmente se esperaba una tercera guerra mundial.
Después de eso fui a hacer guardia al Instituto de La Habana, me dieron un rifle, una Thompson y yo andaba con una zaya y un tipo hasta se metió conmigo. A mí me enseñó a desarmar una Thompson, en el Cuartel de San Ambrosio, Luisa Campusano. Sin mecanismos de defensa y sin tratar de parecernos a nadie, teníamos la conciencia de que había que participar, estar y que formábamos parte de algo muy bonito.
Esta mujer, fuerte por definición, tuvo el privilegio de aprender y compartir con grandes del arte cubano, que se encargaron de dar muchas oportunidades y formar a quienes, como ella, poseían el talento y el espíritu para continuar su obra.
A esta edad uno valora la vida que ha vivido y eso lo sé hoy. Actualmente, tengo libretas como aquella de Nicolás Guillén y ahora que quiero escribir mis memorias, cuando las abro, veo cosas que parecen triviales y son chispazos, recuerdos”.
La libreta verde es el poder de recurrir a la memoria, de saber que no estás, ni estuviste sola, que tu vida valió la pena. Vivimos pensando en perdurar, en qué hay después de este plazo que cada día expira. Ser “la tarde que a la tarde mira”, la “parte consciente del crepúsculo” naboriano. Tener una libreta verde y raída donde encontrarnos. Nada más.