Creado en: enero 2, 2021 a las 09:30 am.
La Liberación en la ciudad sitiada
En los arrecifes las auras se disputaban las carnes corrompidas de un animal. Introducían sus picos curvos en el abdomen abombado y engullían con prisa dando saltos y abrían sus alas negras.
En las casas cercanas entraba un aire salino, frío, que a ratos arrastraba un tufo maloliente desde la costa. A veces, durante las tardes, los basureros desparramados en todo el litoral formaban una hilera de fogatas que ardían estimuladas por el viento.
Unos niños escuálidos y ventrudos que jugaban con fango, interrumpieron el juego a instancias del mayor, que señalaba hacia el mar con el brazo extendido. “Una torpedera” –exclamó. Miraban hacia la bahía de donde emergía un guardacostas.
Se hizo noche cuando el primer tiroteo se escuchó en la ciudad. Lo soldados apostados en la playa, protegidos por un parapeto de sacos de arena, disparaban nerviosamente hacia los bosques cercanos. Por dos veces ametrallaron el curso del río que les quedaba a la izquierda. Durante un receso los soldados se pasaron una botella de ron que después arrinconaron en una esquina. Hablaron en voz baja de un soldado que ese mismo día se había suicidado en un burdel. –Se metió el cañón del fusil en la boca y disparó –afirmó uno.
-Hay que tener c… para eso –comentó otro con una risa aguda.
-Seguro que se apendejó –dijo un sargento-. Eso es de gente mierda, ¿no creen ustedes?
Ninguno tuvo tiempo de responder, pues al instante todos volvieron a sus posiciones y reiniciaron el fuego sobre la noche oscura que se vengaba infundiéndoles temor y desesperación. Durante la madrugada el guardacostas se acercó a la playa y cumpliendo las orientaciones del mando, inició el cañoneo y el ametrallamiento de una zona ocupada por los rebeldes. La vigilia de la población duró mucho más que el ametrallamiento. Por eso muchos se levantaron con ojeras y somnolencia.
Los que fueron temprano a las bodegas o salieron a las calles, vieron la caravana de carros forrados con concreto y arena que trasladaba a tropas del ejército bien equipadas. Los hombres y mujeres, con los rostros serios, se asomaron a las puertas de las casas y establecimientos comerciales para presenciar aquel desfile. Un borracho que observaba desde la acera, gritó emocionado:
-¡Viva el General!
El borracho movía los brazos y se tambaleaba como un muñeco. Un hombre calvo, recostado a un poste le respondió mentalmente: “Tu madre, cabrón.”
Desde un extremo a otro de la ciudad sitiada corrió la noticia de boca en boca. “El ejército ha iniciado una ofensiva”, comentaban. “Esta vez si acabarán con las cabezas de los rebeldes”, exclamaban los partidarios del gobierno, “¿Viste?, ¿viste?” –preguntaba eufórico un confidente.
El borracho se encontraba en un bar cuando empezaron los disparos y las explosiones en dirección de la salida de la ciudad, más allá del puente.
-Se acabó Imalia –decía el hombre mientras exigía otro trago con golpes en la mesa.
-Ahora sí –monologaba-. Hay que darle candela al jarro… Sírveme, otra línea. Hay que festejar, ¿no crees? Oye. Oye la candela. Están afeitando a los barbuses.
Un soldado rebelde participante en el combate del Guamá, Nerys Delgado Lobaina, narró que “aquella había sido la tercera emboscada que le hacíamos al enemigo en el mismo lugar. Era el 4 de noviembre de 1958, tres días después de las elecciones fraudulentas organizadas por la dictadura. El vigía de la avanzada divisó la caravana y lo informó mediante un enlace. Venían con cinco medios de transporte: un camión blindado y artillado con una ametralladora calibre 50, otros dos camiones, dos camionetas y un jeep.
En esta tropa venían los más connotados asesinos en la ciudad. El inicio del combate se realizó con el estallido de una mina a la vanguardia de la caravana, seguido del tiroteo de la tropa rebelde apostada en los dos taludes a ambos lados de la carretera. Una granada de fragmentación logró penetrar en el camión blindado. Nuestra tropa tuvo cinco heridos leves y una muerte de un oficial valioso, mientras que el enemigo tuvo 60 bajas, de ellos veintidós muertos y treinta y ocho heridos.
Horas más tarde un oficial del ejército explicaba al propietario de la funeraria.
-Una emboscada, una verdadera desgracia. Los alzados nos lanzaron granadas dentro de los camiones. Muchas bajas, muchas bajas –repetía.
Esa noche los martillos resonaron secamente hasta el amanecer. Uno de los carpinteros que construía los ataúdes pensaba que quizás ahora el pueblo quedaría más tranquilo.
La acción combativa había sido realizada por la Columna 18 al mando del Comandante Pena, perteneciente al II Frente País bajo el mando del Comandante Raúl Castro Ruz.
La noticia de ese hecho también llegó hasta la cárcel, y un combatiente clandestino preso, Donis Coutin, cuenta que “el grupo de presos políticos, entre ellos dirigentes del movimiento revolucionario, que hacía casi un año (328 días) nos encontrábamos prisioneros en la cárcel de la ciudad, empezamos a recibir a través del “teléfono sin hilos” de algunos presos comunes con acceso al mundo exterior, las impresionantes noticias acerca de la gran derrota de la columna de esbirros. La misma noche del día de la batalla se personó en la cárcel un grupo de marinos y soldados para ajusticiarnos, como venganza por la muerte de “sus socios”. Gritando improperios y amenazas lograron entrar hasta la última reja, que daba al patio de la prisión, desde el cual era factible llegar hasta nuestra celda.” Una serie de factores azarosos disuadieron al grupo belicoso e impidieron sus intenciones.
Pasó el tiempo, y el cerco sobre la ciudad se fue estrechando. Y ya la situación de la tropa de la tiranía era insostenible. Y llegó el día 27 de diciembre y la noticia que se rumoraba se convirtió en realidad. “Estaba una fragata en la bahía y el corre-corre de carros cargados con enseres imprescindibles de aquellas familias de esbirros y miembros de las fuerzas armadas de la dictadura, comprometidos en los actos vandálicos del régimen de Batista, se dirigían al muelle para embarcarse en la misma”.
Ante una situación tan caótica y signada por el derrumbe y posibles venganzas de los represores, “Llamamos de nuevo al jefe de escoltas y le exigimos que nos abriera las puertas de la celda y de la entrada a la cárcel, para poder escaparnos, con lo cual se evitaría la masacre de nosotros y para que no quedaran testigos, a ellos también, cosa que era común en esos casos y más ahora, que todos los esbirros y sus familiares tenían garantizada su perentoria evacuación.
Ese diálogo (”parlamento”) a gritos dio como resultado que nos abrieran las puertas y nos pudimos escurrir a la calle y, corriendo unos 40 a 50 metros, penetramos por un pasillo a la parte trasera de una casa deshabitada, donde nos concentramos en el primer local que encontramos”. Luego el relato de Donis se hace prolijo en los detalles sobre los acontecimientos posteriores de los presos liberados a la fuerza de la cárcel.
Era la noche del día 27 de noviembre de 1958 en la ciudad de Baracoa que iniciaba su liberación con la entrada el día 28 del Comandante Pena y los capitanes Zapata y Laite con las tropas de la Columna 18 del II Frente Frank País. Ese día fue una apoteosis del pueblo que festejaba su victoria y la libertad conquistada.