Creado en: mayo 25, 2021 a las 09:03 am.

África late en la cultura artemiseña

Imagen ilustrativa. /Tomada de Internet

El Día de África despierta los olores del negro que bautiza a Artemisa, conuco de sus andanzas. Este pedazo de occidente acoge la huella descalza de los arrancados de su tierra. La ruta de esclavos, antes regidores del bantú, el imaginario arará, el sentir yoruba. Hilos de sangre movieron otrora las ruedas de ingenios y cosecharon el café. Cantos de esperanza tradujeron el panteón para burlar el miedo blanco.

De esa cultura bebemos hoy generaciones de artemiseños sin haber pagado el precio. Se nos mueve la sangre, plasma africana también en sus orígenes, con el sonido del Kinfuiti de Quiebra Hacha, con el batá que repica historias congas o carabalíes. Patakines que saltaron de boca a oreja y de ancianos a jóvenes. Lazos mezclados y sabores que aporcan el tronco de ese ajiaco tantas veces dicho del que vivimos orgullosos. 

Para nosotros se trata de folclore. Para los que no olvidan es el sabor del continente reescrito en códigos que vencen la pesada barrera del espacio-tiempo. La memoria inconsciente que baila alrededor de una hoguera, capitanea manadas de bisontes, se bate con caimanes a mano limpia y habla con las yerbas de la selva profunda.  

El ululato de una hilera de pardos levanta la azada en la memoria, el machete para el tajo en la caña, la cesta del café para alimentar a una Angerona amable, aunque de factura distinta a los orishas que la dotación esconde entre las pocas pertenencias. Allí sonrieron al son del canto de la dotación, lloraron también el nacimiento de los suyos bajo apellido de dioses que no venían del aire, del agua, de la tierra y del fuego. 

En el Día de África paladea Artemisa los platos del monte traídos de la mano guajira. En las entrañas de la manigua el Majá de Casanova abandona su cueva para tenderse a un sol de tiempos nuevos. Tiempos sin látigo, ni perros de caza. Sin hierros ni sometimientos. Tiempos en los que la tradición no necesita esconderse y el orgullo de la cultura originaria se hizo patrimonio.

El negro no baja la cabeza. No mira triste porque  nacieron luces en su ruta, no del esclavo, sino del hombre y la mujer de tez oscura. De la belleza negra, el ébano que salpimenta la mixtura demográfica que es la cubanía, la artemiseñidad.

El toque precede a la contorsión. El silencio a la fiesta. Ta Makuende y Yaya salen al paseo con los chicherekúes de Bahía Honda. La magia del perfomance tonifica con el ceremonial las raíces de nuestro pedazo de archipiélago. África late con voz de Caimán, mientras yo dejo estos escritos, como un hijo que regresa a su cálido vientre de selvas y desiertos. Como una ofrenda.    

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