Creado en: agosto 3, 2022 a las 10:04 am.

El concierto pinero de Ivette Cepeda

Ivette Cepeda recibe la ovación del público pinero. / Foto: Max Barbosa Miranda

Por Julio César Sánchez Guerra

Ivette Cepeda y el grupo Reflexión se presentaron por primera vez en la Isla de la Juventud. El teatro Caribe parece la sala de una casa, todo es íntimo y cercano. Ivette Cepeda entra a escena. Todos sabemos que pronto llega la lluvia y el vuelo intrépido de las mariposas. Traemos en los pasillos de la memoria el candil de muchas canciones.

Y entramos a la sala del Caribe. Se respira una extraña alegría con la avidez de quien espera por el maná del espíritu.

Pasa el tiempo sin dar tiempo a que pase un águila por el mar… Entonces, por una esquina del escenario, reaparece Ivette Cepeda.

Abre las alas, es una mariposa y trae en el pecho el signo de todas las primaveras. El aplauso atronador es un abrazo y ella lo sabe.

Saluda con humildad y está conmovida. Ella nos habla de la Isla, del color del cielo, del olor que nos inunda entre el río, la piedra, los viejos pinos que gimen las despedidas y los nacimientos.

Nunca había pensado en el olor de esta tierra que alza sus manos de mármol; y es cierto, aquí hay un olor a tiempo que se va lento por los caminos, lluvia mezclada con las voces de los ausentes.

Hay un desfile de canciones que atraviesan el pecho cerrando las heridas. Se eleva la voz y no se raja la garganta.

Se acurruca la voz y teje un puente entre la palabra y el silencio. Ivette, canta llena de ganas, canta a paso de luz.

Entonces se detiene y nos habla del valor de la vida irrepetible. La sabiduría ancestral se asoma a mi tiempo y me dice:

Eres tu propio destino/ pero si tomas el rumbo al revés/ todo el polvo de tus pies / se hace polvo en tu camino.

Ella canta y nos susurra una llovizna de sabiduría. No hay rupturas de armonías. Nos cuenta el secreto de un video dedicado al Ojo de Isla de Pinos.

Quiere estar en el sitio de Jaime y Bella para entender el amor de la luz. Dice que alguien rema y la orilla esta llena de preguntas.

Canta y los gestos del cuerpo son ondulaciones leves del espíritu. Es natural y cubanísima. Canta y alza los brazos a lo alto del cielo, a lo hondo de la fe.
Reflexión teje la música y algo nos eleva.

Siento que mi madre abandona la raíz de un algarrobo y regresa a mi lado a compartir lágrimas y mi felicidad.

Mi madre no aplaude, pero sabe que la música es bella porque son cosas del corazón.

Ahora el teatro Caribe parece la sala de una casa; todo es íntimo y cercano. Le piden una letra de canción, y otra más.

Y ella saca las fuerzas para seguir el vuelo. Tampoco Ivette quiere terminar. Se quita las argollas donde se ha mecido la luna toda la noche.

Una niña sube al escenario. Le regala una flor y suma su pequeña voz a la mariposa gigante. Es el tiempo presente y futuro enlazados por el canto y el amor.

Siento el cuerpo ligero como la luz y no hay en mí heridas. Un aplauso cierra la jornada o más bien, no impide que la puerta siga abierta.

La voz de Ivette Cepeda viene del fondo de un río, de la mismísima nuez donde nacen los arroyos.

Por eso, al salir a la calle, junto a la lluvia que llena de lunas las rotas calles de Nueva Gerona, hay otra lluvia que no termina en el alma de la noche.

(Tomado de Cartelera)

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