Creado en: marzo 26, 2021 a las 08:34 am.

El siglo de Berlanga

A Luis García Berlanga (cuyo centenario será conmemorado con honores este año a lo largo del planeta) le debemos varios de los mejores momentos de cine que se hayan disfrutado alguna vez.

El realizador definió, junto a Luis Buñuel, la pantalla española del siglo XX. Quien escribe no podría tener más coincidencia con las siguientes palabras de un colega de ambos, Álex de la Iglesia, cuando afirma: «Berlanga y Buñuel son el alma de un país cruel que trata a sus genios de peculiares, el corazón sangriento y negro de un país ingrato que nunca aprenderá a amar a sus hijos lo suficiente, a devolverles el valor incalculable de su aporte artístico».

La obra de Berlanga, que en la actualidad aún rezuma lozanía debido a la vigencia de sus fotogramas e ideas, constituye una conjunción única de crítica e indagación social, esperpento, sainete, humanismo, humor negro, vitriolo, estudio de la miserabilidad de los seres humanos (según él las personas se mueven esencialmente por deseos, pasiones y egoísmo: el reflejo de tal son varios de sus personajes), guasa, entretenimiento, un ritmo modélico que lo acercaba a los maestros norteamericanos, dominio absoluto del plano-secuencia y una sintaxis fílmica depurada.

En las secuencias del director de la magistral El verdugo (1963) nada sobraba, ni nada era incluido por azar. Calígrafo y dómine del arte de la puntuación cinematográfica, el trabajo de Berlanga puede emplearse hoy en las academias para mostrar cómo se yuxtapone en el relato cinematográfico. Y de cómo resulta posible filmar grandes películas manteniendo el interés del espectador, sin aburrirlo. «Me he pasado toda la vida intentando dar a la gente sencilla algo que les ayudara a pasar un rato agradable, a hacerles sentir mejor en su piel, durante unas horas: he hecho películas», reflexionó. Él, por consecuencia, no ha de representar el ideal de ciertos realizadores premiados hoy en los principales festivales, adscriptos a una filosofía de discurso sustentada en densidad extrema y formas crípticas.

El firmante de Bienvenido Mister Marshall (1953), Los jueves milagro (1957) o los tres episodios de La escopeta nacional (1978, 1981 y 1982), era un espíritu contestatario posicionado en contra de la doctrina franquista, cuyo signo fustiga a través de sus filmes de forma más o menos velada. No por gusto el dictador lo consideraba «un mal español». Y, a su vez, el artista ripostaba: «En alguna ocasión he dicho que mi cine y yo navegamos en el mismo barco de esta sociedad. Lo que yo hago es, dentro de ese barco, mear siempre en el mismo sitio, de manera que quizá llegue a abrir un agujero que termine hundiendo el barco»

Tanto la calidad de su filmografía como ese compromiso con la verdad le valieron el aprecio del público local y el respeto internacional al creador de obras maestras a la manera de Plácido (1961), quien halló en su alianza con el extraordinario guionista Rafael Azcona una de las principales fortaleza de su trayectoria.

Azcona y Berlanga «chuparon» el sentir de la época, el pulso nacional, la impronta de la calle, el color y el dolor de los seres humanos, las desigualdades sociales…; las miserias del poder, la orfandad ética de un sistema represor e intolerante, alentador de la hipocresía moral. Por consecuencia, la historia española de la segunda mitad del pasado siglo no puede entenderse bien sin revisar las obras configuradas por la dupla.

Entre 1951 y 1999, el director de La vaquilla (1985) filmó solo dieciocho películas; pero dejó sin rodar treinta guiones, varios de estos censurados por el franquismo.

Semejante a otros grandes de la pantalla, fue soslayado de las listas de premios cinematográficos. Le otorgaron, únicamente, un Goya por Todos a la cárcel (1993). Recibió, eso sí, el Premio Nacional de Cinematografía y el Príncipe de Asturias.

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