Creado en: agosto 24, 2024 a las 09:02 am.
Safari fotográfico por la identidad cultural de Artemisa
En una finca se supone que se siembren y cosechen viandas, hortalizas, granos y frutales. Es posible que se disponga de animales de corral y hasta de peces si existe un estanque con las condiciones. Lo que n es usual es encontrar uno de estos espacios dedicado al arte y la cultura. No es común que la cosecha traiga sensibilidad, sentido de pertenencia, identidad y modelación del talento. Esa sin embargo es la esencia de la Finquita del arte en Playa Baracoa.
Llegar hasta ese pueblo pequero en el municipio artemiseño de Bauta en encontrarse con la magia. Es comprobar la idoneidad de la cultura para empoderar, para cimentar valores, para acercar a los niños y jóvenes a su entorno.
Es una finca que trasciende sus perímetros y el ejemplo más claro es el Fotosafari, un periplo anual que regresa cada verano para grabar en imágenes la vida del terruño, para hacer la crónica del día a día y documentar los sueños, alegrías, preocupaciones y esperanzas del hombre de mar.
Es la sexta edición del Safari. Los fotógrafos caminan la línea de costa. Enfocan sus lentes y disparan a diestra y siniestra. En muchas ocasiones varios artistas se detienen en un objetivo común. Todos desde su poética, desde su técnica, cámara en mano, buscan el juego de la luz, los mejores contrastes del azul, el movimiento de los botes y el gesto de quienes manejan su caña de pescar, intentando evadir los ojos curiosos o temiendo que les espanten las posibles presas.
Es Miguel Alexei Mendiola, artista visual y promotor cultural del patio, el artífice de esta idea que une cada año a fotógrafos de diversos lugares de la provincia y el país. En esta ocasión se disfruta de un documental sobre el pueblo, se comparte con un chef que sorprende con su creatividad y hace también arte con los recursos de la finquita, se sostiene un espacio de crítica y crecimiento colectivo en el que profesionales y aficionados construyen, quizá sin saberlo, la fotografía soñada.
La Finquita del arte es acogedora, no discrimina conceptos visuales ni estéticas. En las capturas quedan el rostro del marino, la embarcación magullada por las olas, el transeúnte, las rocas sosegadas en su inmóvil resistencia. Quedan también los niños que sorprenden con el arte aprendido, los silencios del mangle que conmueven, el ahogo del pez recién sacado de su medio vital.
Picados, panorámicas, blanco y negro… Todo se vale en el FotoSafari de Baracoa. No falta el mensaje de cuidar el entorno. No falta la utilidad del arte y por eso los asistentes disfrutan de una muestra con la selección de imágenes de safaris de ediciones anteriores, adornando el comedor del Sistema de Atención a la Familia. Una invitación a la aventura, a compartir los horizontes del evento por comenzar, las marinas, el paisaje local, los fondos marinos, la naturaleza, los retratos y otras especialidades. Allí los nuevos participantes comprenden la concepción de la iniciativa. Tampoco falta la hermanad entre los amantes de la fotografía, el consejo compartido, la convocatoria que se viraliza, las evocaciones de Safaris pasados.
Uno se va de Baracoa, de la Finquita del arte, con una cosecha que supera en valores la de viandas y hortalizas. Uno sale de aquel paraje con la certeza de que ese será en el futuro un área mucho más productiva, porque quienes llegan se quedan de alguna forma. Se ha vuelto espacio de convocatoria para lo bueno, para lo noble y lo edificante.
Jóvenes en su mayoría, los fotógrafos sonríen satisfechos mientras realizan el inventario de las imágenes captadas. Algunas de ellas adornarán el comedor social o quizás otro espacio de la comunidad. Pero también cada uno se llevará a su casa, en una foto, un trozo de Baracoa. Un trozo que, quizás sin darse cuenta y gracias a la magia del arte, han aprendido a amar.