Creado en: febrero 3, 2023 a las 08:39 am.

El teatro eminentemente humanístico de Nicolás Dorr (I)

El 3 de febrero de 1947 vino al mundo una de las figuras más sobresalientes de la dramaturgia nacional: Nicolás Blás Damorresea Udaeta, trascendido en el mundo artístico como Nicolás Dorr, quien, desde los 15 años de edad, cuando estremeció a la escena insular con el estreno de su memorable pieza Las Pericas, hasta su fallecimiento, el 18 de diciembre de 2018, dejó una imborrable estela de laureles que ya le habían hecho acreedor del Premio Nacional de Teatro en 2014.

También novelista y fundador de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Nicolás me honró con una fecunda amistad durante las últimas décadas de su vida, iniciada en el estreno de Una casa colonial (Premio al mejor texto en el Festival Internacional de teatro de La Habana, 1982), la cual fue incluida por el Ministerio de Educación en el sistema nacional de enseñanza, en el libro Español (séptimo grado); y en 1984 fue llevada al cine para la televisión.

Los vínculos de Nicolás con el teatro comenzaron cuando tenía diez años de edad y era alumno de la sección de teatro infantil de la Academia municipal de Artes Dramáticas de La Habana y participó en puestas en escena dirigidas por Antonio Vázquez Gallo, Modesto Centeno, Julio Matas y Adela Escartín.

En Las Pericas, estrenada el 3 de abril de 1961 en la capitalina sala Arlequín, hay mucho de la personalidad forjada durante la existencia de este gran amigo, en la que se entretejen el absurdo, el humor negro, el surrealismo y una imaginación extraordinaria cuyas raíces se solidifican en una auténtica cubanidad, con sus ironías y sarcasmos. Escucharlo narrar cualquier anécdota de la vida «real» contemporánea poseía todos esos ingredientes, al punto de que, muchas veces, sus historias nos parecían un poco exageradas y causaban risa.

Las Pericas se transmitió también por la televisión cubana, en el programa Escenario 4. Luego de su estreno, toda la crítica le hizo encomiables ecos. El respetable crítico cubano, Rine Leal, escribió: «Ha nacido un autor que no se parece a ningún otro en Cuba». El 24 de octubre de 1982, con motivo del 8vo Festival Internacional de Ballet de La Habana, se estrenó la versión de esta pieza para el ballet clásico, era la vez primera que una obra teatral cubana era llevada a la danza.  

Antes de Las Pericas, escribió El palacio de los cartones, igualmente estrenada en 1961. Luego vinieron La Chacota, de la cual hizo tres versiones hasta 1974, cuando ya había alcanzado plena madurez artística. Le siguieron La esquina de los concejales (1962); Maravillosa inercia (1963 y estrenada en 1985) y Clave de sol (1965, llevada a escena al año siguiente en Bogotá, Colombia, bajo la dirección de Carlos Perozzo y en La Habana en 1985, bajo la dirección del propio Nicolás; además de Un viaje entretenido (1972), El agitado pleito entre un autor y un ángel (Premio Uneac 1972), y La puerta de tablitas (1978).

En 1968 tuvo una participación destacada en el Primer Seminario Nacional de Teatro, auspiciado por el Consejo Nacional de Cultura, y fue nombrado miembro de la comisión redactora de la Declaración Final del evento. Ese mismo año fue invitado a la celebración en el Berliner Ensemble (RDA) del Aniversario 70 del nacimiento de Bertolt Brecht, donde fue seleccionado por la actriz Helene Weigel, viuda de Brecht, para decir las palabras de despedida por Cuba en el escenario de Berliner. Estas palabras fueron recogidas en el libro de Memorias del evento.

Asimismo, en 1976, el Instituto Italoamericano de Roma lo seleccionó como uno de los ocho autores latinoamericanos de Vanguardia, para una antología de igual nombre. A partir de 1978 incursionó en la dirección teatral. Ha sido director general y artístico de grupos dramáticos como el Teatro Popular Latinoamericano y el Grupo Rita Montaner, así como de los teatros Martí y El Sótano.

En mayo del año 2010, viajé a la ciudad de Matanzas junto con Nicolás para presentar una joya literaria de Letras Cubanas en su colección Repertorio Teatral Cubano: sus dos tomos de Teatro Escogido, donde se agrupa una importante muestra del quehacer dramatúrgico de este emblemático autor. Compuesta por doce obras teatrales, esta edición abarca una extensa cronología que parte de 1961 con Las Pericas, hasta Caminos, 2007. Incluye, además, entre otras exitosas obras, Una casa colonial, Un muro en la Habana, Confrontación, Nenúfares en el techo del mundo, Los excéntricos de la noche y Confesión en el barrio chino.

Teatro escogido, se unió a otros textos publicados por Nicolás Dorr, entre ellos  Teatro (1963), El agitado pleito entre un autor y un ángel (1972), Cinco farsas y dos comedias (1978), Dramas de imaginación y urgencia (1987) y Teatro insólito (2001), en los que se agrupan sus proyecciones dramatúrgicas. En el año 2008, entregó a los lectores su primera novela, El legado del caos.

En la primera presentación de las obras de Teatro escogido, el dramaturgo y crítico Norge Espinosa enfatizó que «las piezas que este autor ha escogido (son) como autorretrato. Un lienzo en el cual aparecen ahora las líneas de nuevos caminos. Que no solo conducen a sitios inesperados, sino que enlazan textos y personajes en un mapa específico. Un libro como este es una cartografía personal».

Como testimonio de una época, con sus angustias y esperanzas, sus amarguras y alegrías, sus contradicciones y realidades, puede calificarse el teatro de este autor. Obras que pertenecen a lo mejor del patrimonio de la escena cubana de entre siglos e invitan a soñar, a reír, a meditar… Una dramaturgia que no sólo es una cartografía personal, sino también resulta una cartografía de sentimientos, actitudes, acciones, de quienes protagonizan la vida misma.

En tal sentido debo confesar que entre las obras de Nicolás siento especial predilección por Una casa colonial, uno de los títulos imprescindibles en la historia del teatro cubano, Premio al mejor texto en el Festival Internacional de teatro de La Habana en 1982, la cual volví a disfrutar en el año 2009 en la sala Mella, bajo su dirección artística, en una puesta concebida por su hermano Nelson sobre la original estrenada el 28 de agosto de 1981 en el Teatro Nacional de Cuba.

Eminentemente humanística y barroca, en esta comedia sentimental en dos actos el espectador disfruta de un juego dramático recreado en el enfrentamiento generacional. «El autor nos dice que el mundo no es tan malo si uno aprende a confiar en los otros, que la juventud no es necesariamente conflictiva, y que la vejez no tiene siempre que ir acompañada del egoísmo, a pesar de la soledad y los bienes materiales. (…) entre jóvenes y viejos Nicolás tiende el maravilloso puente del amor…», expresó el desaparecido historiador y crítico del teatro cubano, Rine Leal, en las notas al programa de la escenificación de hace un cuarto de siglo.

Aún recuerdo a Margot de Armas en el papel de Severina, querida y gran figura del teatro, preferida por Nicolás, junto con María de los Ángeles Santana y Rosa Fornés, para la interpretación de algunas de sus más emblemáticas   obras. Margot conmovía con su extraordinario histrionismo. Con sus 90 años de vida brilló, por su vivacidad y humor, en esta comedia dramática de corte costumbrista que logró prolongadas ovaciones del público.

A través de su obra toda (incluyendo sus novelas, poesías, ensayos y cuentos) Nicolás nos hace reflexionar, entre otros sentimientos universales, en torno a la soledad, el miedo, la hipocresía y, ante todo, el amor, la confianza y la comprensión hacia nuestros semejantes. Él se valía de un ardid tan efectivo como perverso: jugar con nuestras emociones y el enfrentamiento entre viejos cánones de convivencia y las interrelaciones personales.

Mediante su teatro, que sobrepasó los treinta títulos en comedias dramáticas, farsas, teatro del absurdo, tragedias, y comedias musicales; todos publicados y la gran mayoría, estrenados, se impuso llegar a la vida misma a través de un episodio realmente revelador de nuestra realidad social, el cual trasciende en el tiempo —y el espacio—, por la amenidad de un conjunto de historias diferentes en la que se recrean significativos valores humanos.

Tanto en La Habana, como en el Festival de Teatro de Camagüey y en Matanzas (en el legendario teatro Sauto), donde fue presentado por Teatro Icarón, bajo la dirección artística y general de Miriam Muñoz, el monólogo Yo tengo un Brillante, obtuvo elogios del público y de la crítica. Se trata de la historia de una mujer maltratada por el tiempo y el olvido. Y ese sentido eminentemente humanístico prevalece en toda la producción literaria y dramatúrgica de Nicolás, quien hizo reír, llorar y meditar con la narración de aquella ex-bailarina del Teatro Alambra, la cual a partir de su deterioro físico y mental decide vender su sortija de brillantes sin pensar siquiera que este pudiera ser falso.

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