Creado en: julio 14, 2021 a las 08:48 am.

Elegía a Jesús Menéndez, un poema extraordinario (+Multimedia)

Muchos de los mejores críticos y estudiosos de la literatura cubana, como Mirtha Aguirre, José Antonio Portuondo, Ángel Augier, han coincidido en que “Elegía a Jesús Menéndez”, de Nicolás Guillén, es un extraordinario poema.

Denia García Ronda, Directora de la Editorial Sensemayá, de la Fundación Nicolás Guillén, reafirma esta opinión. Para la autora, Guillén alcanzó con esta obra borrar las fronteras entre la prosa y el verso, un logro que a su juicio no se ha vuelto a repetir en la poesía cubana.

En cuanto a la presentación de la Elegía…, señala, es una obra que cuenta una historia lírica que va más allá del hecho del asesinato del líder obrero Jesús Menéndez, sino de las causas de ese hecho y la representatividad que tiene tanto Jesús Menéndez como el crimen del que fue víctima, en cuanto a las relaciones sociopolíticas de América Latina, especialmente, de Cuba.

La escritora e investigadora de la obra de Guillén expresa que el poema, basado directamente en la pérdida del líder sindical, posee una extraordinaria calidad lírica e inteligencia que -desde el punto de vista político, social y poético- merece la pena estudiar.

Considerado como uno de los mejores poemas de habla hispana, “Elegía a Jesús Menéndez“ resalta por su excelencia, de ahí que al cumplirse hoy sus 70 años, se celebre la efeméride con una nueva versión del poema que rinde homenaje a la primera edición.

Elegía a Jesús Menéndez

Nicolás Guillén

…armado

más de valor que de acero.

Góngora

Las cañas iban y venían

desesperadas, agitando

las manos.

Te avisaban la muerte,

la espalda rota y el disparo.

El capitán de plomo y cuero,

de diente y plomo y cuero te enseñaban:

de pezuña y mandíbula,

de ojo de selva y trópico,

sentado en su pistola el capitán.

¡Con qué voz te llamaban,

te lo decían,

cañas

desesperadas,

agitando las manos!

Allí estaba,

la boca líquida entreabierta,

el salto próximo esculpido

bajo la piel eléctrica,

sentado en su pistola el capitán.

Allí estaba,

las narices venteando

tus venas inmediatas,

casi ya derramadas,

el ojo fijo en tu pulmón,

el odio recto hacia tu voz,

sentado en su pistola el capitán.

Cañas

desesperadas

te avisaban,

agitando las manos.

Tú andabas entre ellas. Sonreías

en tu estatura primordial y ardías.

Violento azúcar en tu voz de mando,

con su luz de relámpago nocturno

iba de yanqui en yanqui resonando.

De pronto, el golpe de la pólvora. El zarpazo

puesto en la punta de un rugido,

y el capitán de plomo y cuero,

el capitán de diente y plomo y cuero,

ya en tu incansable, en tu marítima,

ya en tu profunda sangre sumergido.

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