Creado en: febrero 6, 2022 a las 11:48 am.

La Habana: su primer Coliseo

En recuadro verde, al borde de la bahía, al sureste, la ubicación del primer Coliseo

La toma de La Habana y su ocupación por Inglaterra, entre 1762 y 763, abrió los ojos de la monarquía española sobre la colonia de Cuba. Al restaurarse la administración ibérica, se intentan la aplicación de significativas reformas políticas, militares y sociales para convertir a la Isla en un bastión inexpugnable. El gobernante quizás más destacado en este empeño fue Felipe de Fondesviela y Ondeano, marqués de la Torre, quien cubrió el período 1771-1777, en el que demostró con creces su intención de cumplir con las instrucciones del monarca Carlos III: emprendió construcciones militares, obras civiles con hermosos edificios sólidos –entre estos un gran teatro-  y paseos públicos, liberó de trabas el comercio, promovió trazados y pavimentación de calzadas, dictó medidas para el del alumbrado y medidas de higienización en La Habana, y propició la apertura de caminos  y la fundación de nuevas villas en el resto del país.

La capital de la colonia pasó así de humilde villa a la categoría de ciudad de ambiente verdaderamente cosmopolita.

De nuestro mayor interés es la construcción del primer gran Coliseo que tuvo Cuba. Se ha dado una interpretación simplista a los hechos que antecedieron a la toma de decisión sobre la erección de aquel teatro, cuando se contrapone la figura del obispo Santiago José de Hechavarría a la del Marqués de la Torre, otorgándole a aquél una filiación conservadora, retrógrada y anticultural.

Lo cierto es que el obispo deseaba terminar la construcción de una Casa de Recogidas —iniciada en 1746— y que el Marqués demostró sus dotes de político proponiendo la construcción del teatro —y su inmediata puesta en marcha— para que su producto contribuyese a la obra pía del prelado, aún después de terminada esta. Transcribo partes del inteligente discurso pronunciado por Fondesviela en una junta celebrada en 1773, acción decisiva para que todos —obispo incluido— estuviesen de acuerdo en la edificación urgente del Coliseo:

“Señores, excusado es hacer aquí mención de las grandes utilidades que traerá a este público el establecimiento piadoso de la casa de mujeres recogidas, que a impulsos del paternal e infatigable celo del Ilustrísimo Sr. Obispo Diocesano se está construyendo en esta ciudad […] Pero, por ventajoso y favorable que sea el estado en que se halla al presente este establecimiento, es cierto que todavía falta mucho para que llegue a su complemento, y un vecindario tan amante del bien común, y del buen orden, como el de La Habana, no debe mirar con tal indiferencia este asunto […].

Yo a lo menos he creído que a toda la gente principal, que es la que aquí se halla convocada, le daré una apreciable satisfacción […] voy a proponer un pensamiento, el más oportuno al intento, pues por medio de él cada vecino, sin detrimento de sus intereses, podrá tener la complacencia y el consuelo de haberle cabido parte en la erección de la casa de recogidas, no para su fábrica material, sino para su dotación fundamental, sin la cual sería inverificable su instituto, como que no habría rentas con que subvenir a los gastos, que indispensablemente se han de causar en la manutención de las mujeres que han de permanecer en ella. Se trata de hacer un coliseo donde se representen las comedias, que provisionalmente se están haciendo en una casa particular, con mucha incomodidad del numeroso concurso de espectadores. Esta obra es necesaria, porque conviniendo que en una ciudad tan populosa como la Habana haya diversiones públicas […], y siendo la de las comedias acomodada al genio de estos habitantes […], debe procurarse que se disfrute no sólo con unas reglas que aparten de ella cuanto sea nocivo, sino también con unas comodidades corporales que la pongan en la clase de verdadero entretenimiento público […]. Esto segundo no es asequible sino por medio de un coliseo capaz de contener mucha gente sin opresión, distribuido con las debidas separaciones para las distintas clases del vecindario; expuesto a los vientos que le den alguna frescura, tan necesaria en este temperamento, suficientemente desahogado para que los actores hagan con propiedad las representaciones, y adornado con la decencia que corresponde a la brillantez de este pueblo, y a la vista.

Si la ciudad tuviera proporciones con que costear el coliseo, ella debiera ser la que lo construyese […] pero destituida de fondos con que ocurrir a otras más precisas, no puede ciertamente pensar por ahora en ésta. En semejantes circunstancias nada puede arbitrarse mejor que el hacerla por cuenta de una obra pía […]. Apóyase esta idea en la costumbre de las ciudades de España, donde los coliseos por lo común pertenecen a hospitales, u otras fundaciones sagradas. La casa de recogidas está necesitada de un socorro como éste, que cuando menos le producirá mil doscientos pesos al año, y con el tiempo tal vez mucho más […]

Esta es la que yo presento a los Señores concurrentes, a fin de que la aprovechemos a beneficio del utilísimo y santo establecimiento de la casa de recogidas. ¿Qué nos cuesta a nosotros anticiparle el valor o costo del coliseo? Cada uno dé, o preste lo que sus facultades permitan, y su caridad le dicte. Yo seré el primero, no para dar ejemplo, porque sé que nadie ha menester más impulsos que su propio deseo, sino para adelantarme a ser participante en una obra agradable a los ojos de Dios y de los hombres […]

Providenciaré que se fabrique el coliseo en el paraje y modo que convenga. Elegiré quien dirija la obra y no perdonaré diligencia que pueda conducir a su más breve y menos costosa ejecución. No se harán gastos algunos sin mi consentimiento y aprobación. Cuando esté concluido el coliseo se hará legítima y solemne donación de él a la casa de recogidas, constituyéndose ésta en la obligación de pagar las anticipaciones con el producto del mismo coliseo, distribuyéndole anualmente entre los prestamistas acreedores, con equitativa proporción a la cantidad que uno supliere […]

[…] en la proposición que acabo de hacer […] si la examinan un poco encontrarán sin trabajo que se encamina directamente a fomentar los medios de corregir vicios, evitar escándalos, conservar las buenas costumbres, socorrer a miserables, entretener honestamente al público, hermosear la ciudad, y aumentar la policía: doy por cumplidas mis esperanzas, y por logradas mis sanas intenciones […]”.

El Marqués es, sin dudas, ejemplo de gobernante capaz.  

De inmediato, los vecinos de La Habana comenzaron a hacer donativos, con advertencias expresas de no aceptar en el futuro ningún reintegro. En pocos días se recaudaron 10,289 pesos. En los dos años siguientes se sumaron pequeñas cantidades provenientes de multas, cifras mayores de gravámenes a ferias y fiestas populares, algo más de mil pesos reunidos por el gremio de mercaderes y otros aportes hasta rebasar los 31 mil pesos.

El sitio escogido puede situarse hoy en la Avenida del Puerto, antes del comienzo de la calle Acosta —la fachada del teatro daba hacia el sur, frente a lo que fue meses después y hasta hoy uno de los extremos de la Alameda de Paula—; a un costado la calle Oficios y al otro la bahía; el fondo daba a la calle Luz. Las obras comenzaron en agosto de 1773.

Según el investigador canario Manuel Hernández González, el diseñador fue el arquitecto e ingeniero de marina francés Louis Bertucat, quien había estudiado y trabajado en Nápoles, Venecia, Madrid y México.

El 20 de enero de 1775 se inaugura el Coliseo. Medía 700 metros cuadrados aproximadamente. El crítico Buenaventura Pascual Ferrer, años después, lo describía así: “magnífico […] contiguo a la Alameda interior, valuado en setenta y cinco mil cuatrocientos pesos fuertes. Era de una arquitectura majestuosa, y aunque lo interior era de madera, estaba bien pintado y con buenas decoraciones”. No fue entregado a la Casa de Recogidas hasta el 18 de mayo de 1776, por lo que algunos fijan esta fecha como la de su inauguración.

Hernández González nos brinda esta descripción:

“En la entrada, en la puerta principal, se encontraba un hueco que era ocupado por tres palcos. Contaba con un banco corrido para colocar en él la ropa de guardar y con un vestuario de cómicos con dos puertas. Su exterior era de cuatro muros divididos en dos órdenes. En el primero se encontraban seis huecos de puertas y once de ventanas […] Las ventanas albergaban sus rejas de cinco luces de madera de ácana. En el segundo piso, se hallaban divididas por una faja que corría a su alrededor, rematada en una cornisa que cubría todo el edificio; comprendía quince huecos de ventanas con marcos y antepechos con balaustre y hojas de pino. En su interior albergaba once escaleras interiores, seis de mampostería, tres con sus puertas, dos para entrar y salir y una para el apuntador con su portañuela en el piso […] Los aposentos del capitán general se encontraban a la derecha e izquierda de la entrada a la cazuela […] El total de aposentos era de 53, siendo doble el del gobernador. En la cazuela se encontraba un graderío de tres escalones con sus pisos y cuatro entradas. El forro que dividía la cazuela del corredor era de tabla de ciprés y en él había cuatro ventanas para desahogo de las gentes con sus respectivos corredores. En la puerta número cuatro se localizaban dos cuartos para café. Finalmente, el patio albergaba 24 bancos completos, seis de lunetas y tres más pequeños”.

El primer Coliseo que tuvo la Ciudad de México fue inaugurado en 1673. Lima también tendrá su teatro en la segunda mitad del siglo XVII y lo reedificará en 1749; en 1761 se inaugura el Teatro Principal de Puebla; en la gran capital que siempre ha sido Buenos Aires se abre el Coliseo de la Ranchería –precario galpón de madera- solo en 1783; Montevideo y Bogotá abrirán modestos teatros en 1793; Caracas y Ciudad Guatemala en 1794; La Paz, en 1796 y Santiago de Chile en 1802. Cuando se inaugura el Coliseo habanero en 1775, Madrid disfruta del Teatro del Príncipe (en su origen Corral de la Pacheca), el Teatro de la Cruz y los de los Reales Sitios –en Aranjuez, El Escorial y el Pardo, para el solaz de la Corte-; además, funcionan teatros profesionales en Barcelona, Cádiz, Pamplona, Zaragoza, Valencia y Sevilla.

La Habana entraba así al privilegiado grupo de ciudades que podían disfrutar del teatro en el mundo hispano.

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