Creado en: febrero 14, 2021 a las 08:55 am.

La literatura es más que un paliativo: es la salvación

Lorenzo Lunar

Lorenzo Lunar Cardedo (Villa Clara, Cuba, 1958) es editor, narrador, crítico literario y promotor cultural. Con una vasta obra publicada en la que destaca su sentido del humor y destreza narrativa. Fundador, junto a su esposa la escritora Rebeca Murga del proyecto La piedra lunar en Santa Clara, un espacio cultural a favor de la literatura que ha tenido gran aceptación. Ha alcanzado importantes premios y reconocimientos en Cuba y en el extranjero, como el Premio Plaza Mayor de novela con la obra Polvo en el viento y Premio Internacional de Relato Policial Semana Negra, Gijón, España.  

Hoy conversamos con Lorenzo a propósito de sus publicaciones más recientes por la editorial DECO Mc Pherson S.A. y aprovechamos la ocasión para conocer algunos detalles de su vida personal:

“Escribir es un oficio humilde. Un escritor no es más importante que un panadero, pero tampoco lo es menos”. Nos cuenta, convencido de que “la literatura salva pero hay otras cosas que también salvan”. Y que la vida hay que disfrutarla”. Nos comenta el autor de Pequeñas miserias cotidianas y El asere ilustrado.

Agradezco que me haya permitido el placer de este diálogo.

¿Recuerdas el primer texto que escribiste? ¿Háblanos brevemente sobre tus obras publicadas y los premios obtenidos?

El primer texto “pretencioso” que escribí recuerdo que fue un relato de ciencia ficción, que además intentaba ser humorístico. Yo quería escribir ciencia ficción y fui a un taller literario que se llamaba Espiral, en honor a la novela de Agustín de Rojas. Completé un cuaderno que titulé “Cuentos de cierta función” y que nunca se publicó. Con uno de esos cuentos gané un discreto concurso que convocaba el mismo taller. Otro de esos relatos logré publicarlo en el periódico Juventud Rebelde. Fue un taller exigente, el propio Agustín de Rojas lo frecuentaba. Nos hicimos muy amigos y me ayudó a comprender que la ciencia ficción no era mi terreno. Un escritor debe saber cuáles son sus debilidades; esto es, quizás, más importante que conocer sus fortalezas. Eso lo aprendí con el maestro Agustín. A él le debo todo. Cada vez que me siento a escribir lo extraño.

Recientemente ha salido a la luz por la editorial DECO Mc Pherson S.A una nueva edición de tus obras “Pequeñas miserias cotidianas”, “El asere ilustrado”, “Chivo que rompe tambó: Cocina criminal cubana”

¿Puedes abordar acerca de estas publicaciones?

Otra vez debo mencionar a Agustín de Rojas, a propósito de Pequeñas miserias cotidianas. Fue un cuaderno que escribí a mitad de la década del noventa, cuando comencé mi oficio de librero, vendiendo en una esquina de Santa Clara. Me ocurrieron cosas y conocí gente, y eso quise plasmarlo en breves testimonios. No son minicuentos, sino minitestimonios. Agustín fue testigo de la escritura de ese libro. Como lo fue de todo lo que escribí hasta el día de su muerte. Era mi maestro, mi crítico, mi padre literario. Cuando mi hermano Álvaro Castillo decidió publicar Pequeñas miserias cotidianas en su colección San Librario, Agustín nos regaló el prólogo.

El asere ilustrado fue escrito entrando el siglo XXI. Mis libros de cuentos se van conformando poco a poco. Generalmente no me siento a escribir un libro de relatos, sino que relato a relato el libro se va armando a sí mismo. «Totico» fue un personaje que recuperé de mi etapa de cuentos de ciencia ficción. Era un personaje fantástico que encontró su hábitat en la realidad del barrio. Es uno de los personajes que más he disfrutado y todavía siento entusiasmo por escribirle nuevas historias. Sé que ocurrirá.

En cuanto a Cocina Criminal Cubana, la idea surgió en el verano del 2002. En el Tren Negro, camino a la Semana Negra de Gijón, se formó una tertulia entre escritores, una especie de tormenta de ideas en la que cada uno imaginaba un libro que escribiría. Fue una locura y a mí se me ocurrió hablar de un libro de cocina en el que se notara la pérdida de la cultura culinaria cubana con las escaseces del Período Especial, también cuánto de delito podía existir en el acto de elaborar una receta de nuestra cocina tradicional, no como Dios manda sino como mandan los manuales de cocina. La idea fue tomando forma y cambiando de alguna manera. Algunos años después, el manuscrito fue acogido por DECO Mc Pherson S.A, esta es la primera edición, después de casi veinte años.

¿Cómo ha sido tu experiencia con esta editorial? ¿Qué opinas de este proyecto?

Creo que DECO Mc Pherson S.A es uno de los proyectos más inclusivos que tiene hoy la literatura cubana. Me siento feliz de haber publicado con ellos estos libros. Ahora están en proceso de edición dos más, en coautoría con mi esposa Rebeca Murga:

Niña, que tuvo su primera edición hace algunos años por Gente Nueva. Es un cuaderno de poesía para niños de temprana edad. Lo escribimos a partir de los recuerdos de la niñez de nuestra hija.

Caballero de la luna,que es una novela para adolescentes. Novela de aventuras, novela de amor. Un canto por la paz.

A DECO Mc Pherson S.A la vemos como nuestra casa, y siempre con deseos de entregarle nuevos manuscritos.

Cuéntanos sobre el proyecto “La piedra lunar” que presides junto a tu esposa Rebeca Murga. ¿Cómo surgió? ¿Qué actividades realizan actualmente,  proyecciones futuras?

De aquellos tiempos de “librero callejero” que narro en Pequeñas miserias cotidianas surgió el deseo, la necesidad, de verme un día en un local propio, vendiendo libros. También prestando, regalando, donando a instituciones como escuelas y prisiones. En 2011 alquilamos un garaje, en esa aventura nos acompañó nuestra querida amiga Liany Vento. Ella, con su entusiasmo y creatividad, colaboró con el hecho de que la realidad trascendiera la idea de una simple librería. Poco a poco nos convertimos en un Proyecto Cultural Comunitario; con nuestros derechos de autor y con la ayuda de algunos amigos compramos un viejo caserón que hemos ido recuperando gradualmente. La venta de libros nos ha sustentado presentaciones de escritores, tertulias literarias, encuentros con músicos, un proyecto editorial, una pequeña galería y otras acciones culturales.

También hemos convocado, desde La Piedra Lunar, a diversos concursos literarios. En la actualidad organizamos el Encuentro Latinoamericano de Escritores de Novela Negra, Fantoches, que acaba de tener su cuarta edición. Este encuentro se hace acompañar por un premio latinoamericano de novela negra.

La Piedra Lunar es un proyecto que ha tenido que adecuarse a las condiciones de nuestra cotidianeidad. Con la pandemia de la Covid-19 algunas cosas han cambiado. Ahora se imponen las ventas de libros on line, también otras maneras de socializar el arte. En este 2021 cumplimos diez años. El inicio de una nueva década de trabajo marcará seguramente nuevos rumbos.

¿Cuáles son sus escritores fundamentales, los que han marcado tu obra?

Encabezo la lista con mi maestro Agustín de Rojas. Por otra parte, los novelistas norteamericanos del siglo XX han sido fundamentales para mi formación. Entre los cubanos que han influido en mi manera de narrar no puedo dejar de mencionar a Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro, en la República. He asimilado con placer la técnica de Onelio, el ingenio de Wichy Nogueras y la perspectiva de la realidad cubana de Leonardo Padura. Claro que hay otros. Cada libro que leo, cada autor que conozco es una escuela. He aprendido de mis colegas argentinos; de los escritores mexicanos, especialmente de los del norte; de los nuevos novelistas españoles. También de esos que viven mi tiempo y mi ciudad: Ernesto Peña, Rebeca Murga, Mario Brito y otros que, en última instancia, son mis compañeros de viaje.

¿Cómo estás enfrentando estos momentos de crisis por la situación de la pandemia? ¿Crees que la literatura es un ejercicio paliativo?  ¿Te servirá de trigo para futuras creaciones?

En momentos como estos la literatura es más que un paliativo: es la salvación. El encierro preventivo, más que ideas para escribir, me brindó tiempo. Disfruto escribiendo series para la radio, en estos meses me he divertido mucho con una serie de aventuras que estoy terminando para la emisora provincial CMHW. También he revisado viejos textos y he puesto punto final a más de un proyecto inconcluso.

Sin embargo, los días de encierro, esos que aparentemente no cuentan, me dieron la oportunidad de emprender una aventura con un grupo de amigos. Desde el Taller Literario Carlos Loveira, que conduzco en la UNEAC de Santa Clara hace casi veinte años, Rebeca y yo convocamos a un grupo de amigos -algunos que pasaron el taller hace años, otros miembros actuales y un par de invitados de lujo-, para escribir una novela colectiva. En entregas semanales salieron los diez capítulos de “Los días no cuentan” en la página de Facebook de La Piedra Lunar.

Fue un lindo ejercicio literario y humano. Escribimos desde Santa Clara, La Habana, Chile, Suiza y Estados Unidos. Los días no cuentan es el título de la novela que ahora mismo anda en busca de un espacio editorial. En la lista de autores: Liany Vento, Serguei Martínez, Lázara María Escobar, Maritza Aguiar, Rafael Grillo, Manuel Quintero, Germán Piniella, Zoila Molinet, Carlos Alberto García Pentón, Elizabeth Lunar, Mariana Enriqueta Pérez, Rebeca Murga y yo. Las ilustraciones de cada capítulo corrieron a cargo de otro de nuestros talleristas: Elí Benítez. Es una de las más hermosas experiencias que he vivido como escritor.

¿Qué te da miedo?  ¿Qué es lo que más lo enfurece? ¿A tu juicio cuál es la palabra más peligrosa? ¿Cuál la más esperanzadora?

Me dan miedo los oportunistas. Pero el miedo es algo que es necesario vivir para poder enfrentarlo.

Me enfurece la mediocridad y la ignorancia.

La palabra más peligrosa para mí es la palabra peligro.

La más esperanzadora es amor.

¿Qué le aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?

Les aconsejaría que no pierdan su tiempo. Aunque a veces es necesario perder un poco de tiempo para después saber lo que vale. En definitiva, ningún tiempo es realmente tiempo perdido. Les aconsejo que se diviertan haciendo las cosas que les gusta hacer. Si les gusta escribir que escriban. Que bailen, canten, amen, beban… Les aconsejo entender que la literatura salva, pero que hay otras cosas que salvan también. Que escribir es un oficio humilde. Que un escritor no es más importante que un panadero, pero tampoco lo es menos. Que aprendan “que el horizonte es luz y el mundo un beso”.

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