Creado en: febrero 23, 2021 a las 07:55 am.

La literatura es mi patria, mi matria y mi país (I)

Elaine Vilar Madruga (La Habana, Cuba, 1989) es narradora, poeta, dramaturga y promotora cultural. Vive entregada a una intensa labor literaria que vincula a diversas actividades artísticas como al teatro y la música. Tiene una vasta obra publicada. Ha sido merecedora de numerosos premios tanto en Cuba como en el extranjero, entre ellos: Premio Extraordinario del Concurso Internacional “Garzón Céspedes”, Internacional de Poesía Fantástica Minatura, Caballo de Fuego de poesía, Primer Premio del Concurso Internacional de Cartas de Amor “Escribanía Dollz”, Farraluque de Poesía Erótica, Poesía Especulativa “Oscar Hurtado” y Primer Premio Internacional de Teatro “Casa de Teatro”, en República Dominicana. Su obra ha sido traducida al francés, portugués, italiano, croata, coreano e inglés.

Las habilidades comunicativas de Elaine nos proporcionan un grato momento de conversación. Me adueño de la ocasión para preguntarle algunos detalles de su vida: “Escribo cada vez que tengo un instante libre. He dedicado mi vida a la escritura”.  Lo dice una persona que conquista este espacio con su elocuencia.

Agradezco su gentileza y el tiempo dedicado.

¿Recuerdas el primer texto que escribiste? Háblanos brevemente sobre tus obras publicadas y los premios obtenidos.

Tengo poco más de treinta años pero más de la mitad de mi vida se la he dedicado, profesionalmente hablando, a la literatura. De aquellos primeros escritos de mi infancia guardo muy buenos recuerdos. La memoria es la linfa de la existencia y a mí me fascina el hecho de rememorar, de correr hacia atrás la cinta de los recuerdos. Pero creo que tu pregunta se enfoca más allá del ángulo donde me veo como una niña que escribía, que guardaba libretas y libretas de poemas, que le robaba horas al estudio de la guitarra y de la música para dedicárselas a su vocación verdadera. Supongo que mi nacimiento como escritora en el mundo profesional sucedió en el año 2014, cuando escribí mi primera cuentinovela: Al límite de los olivos, que fue mención en el año 2016 del premio Calendario y publicada un poco después en la extinta colección Impacto de Extramuros.

Mira, hay escritores que prefieren olvidar sus operas primas porque sí, es cierto que el tiempo no perdona y que, si algo has hecho bien en materia de creación, es lógico que aquel primer libro no se parezca en nada al último que recién acabas de parir. Yo no soy una mujer que olvide. Y tampoco una escritora que olvide.

Hablo de Al límite de los olivoscon muchísimo orgullo, porque es mi primer libro de transición, una novela escrita por una adolescente que prefería leer a bailar en fiestas de quince (¡y eso que me encanta el baile!) y que desde el día uno se tomó muy en serio el hecho de dedicarse a la literatura. ¿Qué te puedo decir? La literatura es mi más grande amor, mi amiga, mi familia, mi hogar. La literatura es mi patria, mi matria y mi país. A ella siempre regreso.

Y sí, lo digo con orgullo, cuando miro a esa niña que fui, a esa niña con sueños de convertirse algún día en escritora, me place ver en ella —e incluso en sus libros— los rasgos, para nada difusos, de la autora que soy hoy. Espero que, en algunos años, cuando deba hacer este mismo ejercicio de mirar hacia afuera, de mirar hacia atrás, pueda aún decir que siento orgullo por esta versión mía de treinta y pocos años.

Hablar de mis obras publicadas… Bueno, mis obras son mis hijas. Son parte de mí. Son mi extensión biológica y espiritual. Te confieso que no me gusta releerme. Ni siquiera abrir los libros que he escrito. Me gusta olerlos, en cambio. Cuando escribo, lo dejo ir todo: el dolor, la felicidad, la memoria, lo que soy, aquella persona que pude ser. Quizás por eso es que me cuesta tanto volver a ellos. Lo hago cuando no queda más remedio, cuando hay una reedición en camino, cuando me presento a algún certamen, cuando un libro está en vías de ser publicado. Y aun así me cuesta, pongo resistencia, y no porque trabaje con un hilo muerto —ya que no hay nada más vivo que la literatura— sino porque me gusta la libertad que concede la creación justo en el momento en que se crea. Esa adrenalina. Ese movimiento. Esa sensación en la garganta, en los pulmones, en el hígado. Yo qué sé: esa piel que uno se pone o se quita cuando escribe. Es un momento puro. Es un momento en que escucho. Es un momento de música, de la más perfecta música que he oído en mi vida.

Nunca me ha costado desprenderme de mis libros. No tengo una maternidad patológica con ellos. De hecho, cuando escribo un texto y este tarda en ser publicado, empiezo a sentir fricción con él, me cuestiono si está vivo o si está muerto (ay, Schrödinger), y en ese cuestionamiento pierdo mucho tiempo. Mi relación con el tiempo suele ser conflictiva, como probablemente le pase a muchos otros creadores.

El tiempo no me alcanza para todo lo que quiero escribir, o investigar, o revisar. Y una vida humana es finita. En el año 2020, la vida humana probó ser más leve incluso de lo que ya era. Así que el concepto de mortalidad biológica de la obra me preocupa mucho, sobre todo porque vivimos en un mundo donde es más fácil que se recuerde la letra onomatopéyica de una canción de moda que un parlamento escrito por Shakespeare. Vivimos en un mundo de cartulina y de confeti, y por eso es muy fácil escribir sobre confeti y cartulina, y además ser aplaudido por eso, ser vendido, ser publicado en un sistema universal que premia más el gesto performático del autor que la calidad de la obra, y que pretende complacer a un público que es cada vez más básico (por suerte existen aún venturosas excepciones). No sé. En estos momentos de mi vida prefiero la soledad, estar ajena a todo ese ruido lleno de colores del confeti y la cartulina del facilismo. Mi soledad es mi libertad.

Sobre los premios se ha dicho mucho. No creo que yo pueda añadir nada relevante a lo que ya se ha comentado. Los premios se han convertido, para mí, en una estructura que me permite publicar al ritmo que me interesa. Ya no marcan un “antes” ni un “después”. Cuando más, un “ahora” que se va enseguida. No puedo ser malagradecida con ellos, porque la verdad es que han cimentado buena parte de mi carrera, me han hecho un poco más fácil un camino que no ha tenido mucho de fácil, con honestidad. Pero siento que los premios le quitan al autor más de lo que le dan. Si no obtienes un lauro, pierdes energía, tiempo, dinero y, esto es lo más importante, ilusión. Sobre todo si luego, al pasar un tiempo, lees el libro que fue premiado en X certamen y descubres que el tejido del premio no era tan limpio como se suponía. Sí, prefiero publicar. Incluso prefiero escribir para proyectos editoriales concretos.

La dinámica de la publicación de un libro, con sus “peros”, que los tiene, es mucho más verdadera que cualquier premio literario. Y su luz brilla mejor. Mis premios me satisfacen, no te voy a mentir, pero no son mis hijos. Mis hijos son los libros.

Recientemente ha salido a la luz por la editorial DECO Mc Pherson S.A una nueva edición de tu obra “Dime, bruja que destellas”. ¿Puedes abordar acerca de esta publicación?

Es una reedición esperadísima, con ilustraciones de lujo de Yasser Curbelo. Pienso que las ilustraciones son el verdadero cuerpo de una obra literaria, es la materia que sustenta físicamente lo inmaterial de la palabra. Me di el lujo, para no repetirme, de incluir un nuevo cuento en el libro, uno que no se publicó en la primera edición. Es un guiño personal, una manera de darle otra vuelta de tuerca al manuscrito, de no dejarlo inmóvil, de probar que todo libro sigue vivo en tanto el escritor se tome el trabajo de volver a él y lo mire con ojos nuevos.

Dime, bruja que destellas habla de mi relación con el mundo de la tradición clásica del cuento de hadas. No es una relación de feliz convivencia, por suerte, sino lijosa, muy friccionada por los matices de la ironía, la parodia y el cuestionamiento. Es que yo, por suerte, no paro de hacerme preguntas. Esas preguntas aparecen en el libro y también una suerte de respuestas que hablan de muchísimos temas, algunos presentes en buena parte de mi literatura dedicada a los niños y los jóvenes: el derecho a la elección, el derecho a la libertad, el derecho a tener una voz que exprese TODO aquello que quiera expresar, el derecho a la imperfección, a ser cuerpos, almas y mentes imperfectos, pero felices. Bueno, y también el derecho a alcanzar la felicidad no a través del final típico, con velo y boda, y beso infinito de amor, sino otra forma de felicidad, una más verdadera, una que no le mienta al niño sobre aquello de “vivieron juntos y comieron perdices”. La vida es mucho más compleja que esa ecuación.

Siempre lo digo: cuando escribo para niños, soy una autora diferente. Creo, incluso, que soy una autora que se arriesga más. Ya, sí, la adrenalina del riesgo en la escritura es un material peligroso, dirán algunos. Bueno, pero también es un material verdadero. Algo que respira.

En este 2021, la editorial publicará otro de mis libros, también para niños, pero esta vez de poesía: Las criaturas del silencio. Como muchos de mis libros —quiero decir, casi todos— fue creado desde una posición extrema de dolor y de felicidad, y mezclo ambos sentimientos porque la verdad es que, en el recuerdo, todo se difumina. Eso sí, fue un libro particular porque lo escribí todo en un blog de notas, de páginas amarillas, color pollito, y a mano. Justamente como mis primeros escritos. Ese es un lujo que nunca después me he vuelto a conceder, porque la velocidad y la economía de tiempo que concede el hecho de trabajar desde una PC es invaluable. Sin embargo, Las criaturas del silencio, nació desde esa membrana, desde esa envoltura. Escribir poesía para niños es un ejercicio de riesgo que me exigía tocar esa poesía con las manos. Y así lo hice.

¿Cómo ha sido tu experiencia con esta editorial? ¿Qué opinas de este proyecto?

Creo que puedo darme el lujo de decir que soy una escritora que ha publicado mucho, y no solo en Cuba. Te imaginarás que he tenido experiencias de todo tipo. La industria editorial tiene muchos vericuetos que una no sabe que existen hasta que cae dentro del agujero del conejo y aprende “a sangre y fuego”.

Suena irónico, y no lo es: qué bonito aprendizaje ese, ya que me dio las herramientas para ser una autora más inteligente y preparada para enfrentar, en el futuro, mejores propuestas. En el laberinto de la industria editorial he tenido también la suerte de conocer a gente buena. A esas editoriales, pero sobre todo, a esa gente, trato de volver siempre. Es una cuestión de fidelidad.

Con el equipo de Mc Pherson me ha sucedido esto: la experiencia ha sido extraordinaria. Y, créeme, lo afirmo en un momento de mi vida como autora en que el instinto y la experiencia crítica me protegen contra las mediocridades (y de paso, protegen también a mi obra), lo que podría resumirse como una posición descreída hacia la industria del libro. Puede que sí, pero no lo suficiente como para cubrir el sol con un dedo y afirmar que ya no vale la pena publicar, ni como para colocar a todos los editores y casas editoriales en un mismo saco.

Como toda autora joven, tuve una etapa de creación en que necesitaba probarme y probar a otros que mi escritura sí valía. Ya no. Ya no me hace falta probar nada. He alcanzado ese punto —que no sé si es equilibrio o madurez, palabras que no me gustan mucho, que en realidad no me gustan nada porque parecen extraídas de un libro de autoayuda— en que todo lo que publico me hace feliz y me hace libre. Y sí, todavía me llaman “joven promesa” a cada rato, y ese sello de lo biológico, ese sello que es la naturaleza de la edad impide que, al menos en mi país, se me entienda mucho más allá que como la escritora rubita de la AHS. Pero ya todo eso ha dejado de importar demasiado. Primero, porque el país de la escritura es más que una frontera geográfica. Luego, porque la verdad es que me gusta ser una autora joven (y eso de “promesa” tiene su encanto, al parecer, las expectativas hacia mi obra son altas).

Solavaya el día que me digan “veterana” o algo así. Ojalá cuando tenga noventa años me sigan llamando “joven promesa”. Creo que es un hermoso regalo, un hermoso título que hay que saber llevar con dignidad, rigor, oficio, disciplina y, por supuesto, con resultados tangibles: más y más libros de calidad.

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