Creado en: marzo 20, 2023 a las 09:35 am.

La Patria y la unidad de fines

Por Yusuam Palacios Ortega

Ha cumplido 20 años Martí y, encontrándose en la España que ha proclamado su primera república, escribe un artículo medular titulado La República Española ante la Revolución Cubana, devenido canto a la independencia, al derecho de los cubanos a levantarse en armas y luchar por la libertad de la Patria, a proclamar también su Revolución.

De hecho, el joven Martí, que sufre estando lejos de su Patria, que anhela volver a ella y sentirla soberana, que es su mayor agonía y su deber principal; no vacila en llamar la gesta independentista cubana como una Revolución.

Cuba debía ser libre del colonialismo español, tenía ese derecho y, al mismo tiempo, trabajaría por eliminar las bases coloniales y fundarse en sí la Patria de todos los cubanos que lucharan con unidad de fines.

El carácter del joven Martí, quien ya está estudiando Derecho, se advierte en este artículo desde el momento en que cuestiona a la República española y a sus proclamadores, el no reconocimiento al derecho de los cubanos a conquistar su independencia.

Con argumentos jurídicos y profundamente éticos, este joven, que lleva sobre sí el peso y el dolor de la opresión que padece su Patria, expone con absoluta claridad la hipócrita postura de España, y defiende así el derecho que le asiste a los hijos de Cuba de salvaguardar la integridad de la Patria.

«Si España no ha querido ser nunca hermana de Cuba, ¿con qué razón ha de pretender ahora que Cuba sea su hermana? Sujetar a Cuba a la nación española sería ejercer sobre ella un derecho de conquista, hoy más que nunca vejatorio y repugnante. La República no puede ejercerlo sin atraer sobre su cabeza culpable la execración de los pueblos honrados».

Y es precisamente la integridad de la Patria lo que hace que el joven Martí la defina con un concepto superior a los que hasta entonces eran conocidos. La Patria no era para él un espacio físico sin vida, sin aspiraciones, sin ese ideal de lucha por su integridad, que iba más allá del territorio en sí. Recordemos cuando, sin haber cumplido 16 años, publica el 23 de enero de 1869 su poema dramático Abdala, y desde entonces establece un vínculo orgánico entre la tierra donde se nace y lo que pudiera llamarse el alma que la sustenta, la dota de vida, la identifica: el alma de la Patria. «El amor, madre, a la patria/ no es el amor ridículo a la tierra/ ni a la yerba que pisan nuestras plantas/ es el odio invencible a quien la oprime/ es el rencor eterno a quien la ataca».

Pero, ¿cómo definió entonces Martí la Patria en el artículo La República española ante la Revolución Cubana, del 15 de febrero de 1873? Hay una idea que él desmiente y es la de la separación de Cuba como el fraccionamiento de la Patria. Esta idea significaba mantener a Cuba sumida bajo el poder colonial, como parte integrante de España. Era continuar bajo las ataduras que la metrópolis imponía. Por eso Patria era más que un territorio, era un concepto mayor, emancipatorio, permeado de identidad. De ahí que para Martí: «(…) no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas».

Vemos cómo el elemento físico no es suficiente, se necesita del elemento cultural y espiritual para definir la Patria. Es la tierra en que hemos nacido, crecemos y nos desarrollamos como seres humanos; es la casa que nos da abrigo, nos consuela ante los padecimientos y nos alegra la vida; es el lugar donde descubrimos y vivimos la cultura, la identidad y nuestras tradiciones, donde están las raíces que nos sostienen. Es la lucha común por el bien de sus hijos, por proteger su integridad, por mantener a buen resguardo su alma.

Por eso no podía hablarse de que la separación de Cuba provocaría un fraccionamiento de la Patria; entre los peninsulares y los cubanos no había comunidad de intereses, unidad de fines, de tradiciones; no existía fusión de amores y esperanzas. «El espíritu cubano piensa con amargura en las tristezas que le ha traído el espíritu español; lucha vigorosamente contra la dominación de España. Y si faltan, pues, todas las comunidades, todas las identidades que hacen la patria íntegra, se invoca un fantasma que no ha de responder, se invoca una mentira engañadora cuando se invoca la integridad de la patria. Los pueblos no se unen sino con lazos de fraternidad y de amor».

Era una excusa esa idea farsante del fraccionamiento de la Patria para no reconocer el derecho a la Revolución que tenían los cubanos. Como único podría admitirse la hipócrita idea, entendió Martí, era suponiendo a la Patria como «esa idea egoísta y sórdida de dominación y de avaricia».  Y si finalmente, en caso de mantenerse Cuba bajo el dominio español en contra de la voluntad de los cubanos, para el joven patriota y revolucionario, ello supondría el fraccionamiento de la honra de la Patria que falsamente invocan. Ante ese supuesto dice Martí: «Imponerse es de tiranos. Oprimir es de infames. No querrá nunca la República española ser tiránica y cobarde. No ha de sacrificar así el bien patrio a que tras tantas dificultades llega noblemente. No ha de manchar así honor que tanto le cuesta».

Así viviría Martí los días de la República española, pensando, soñando y haciendo por la libertad de su Patria. En su corazón latía fuerte ese sentimiento que desde su adolescencia albergó al proclamar: «Quien a su patria defender ansía/ ni en sangre ni en obstáculos repara/ del tirano desprecia la soberbia; / en su pecho se estrella la amenaza; / y si el cielo bastara a su deseo/ al mismo cielo con valor llegara»; y que más tarde lo hizo sostener su concepto de Patria con ese legítimo sentido de humanidad que lo define. El anhelo de la independencia acompañó a Martí y, como expresión de continuidad histórica, organizó una nueva gesta libertaria, que daría inicio el 24 de febrero de 1895.

Bajo la égida del carácter entero de Martí, y con el remo de proa bajo el temporal de esta hora crucial, tomar partido en medio de la Revolución de la dignidad y por el decoro del hombre, deviene paso imprescindible de cada revolucionario, de cada patriota. Es como deber generacional que nunca muere porque representa el sentimiento que cubre nuestro actuar en medio de circunstancias tan dramáticas y difíciles. Es el amor a la Patria desvelo continuo y excitación que provoca superar lo posible, y crear desde la heroicidad que no desdeña lo cotidiano.

(Tomado de Granma)

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