Creado en: mayo 10, 2022 a las 09:23 am.
Labrando su sacrificio al sol
El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho. Esta idea de Borges derrama luz y precisa lunares sobre el poemario La ciencia de la conservación de Yenys Laura Prieto,[i] que acaba de ser publicado por la Editorial Letras Cubanas, pues en el mismo nos dan cuenta que sobre la metáfora y la analogía de la casa se estructura todo el discurso del hombre, metáfora contra la muerte y la ilusión – describir la agonía que acompaña a cada tejido, o urdimbre bien edificados – que igualmente puede ser identificada con la familia, y también se entra a lo analógico de manera abrupta, de un modo que no permite el flujo de lo poético, pues lo analógico allega, adereza la inspiración, no su puja. Veamos un ejemplo de lo primero que, sin dudas, es lo que realza al libro:
Una casa se construye
en el mismo sentido que la muerte
- de adentro hacia afuera.
Todo lo que el hombre sabe del declive
lo descubrió poniendo arquitrabes
levantando paredes a través de los años
decorando el hogar
habitándolo con hijos, padres y sombras
ampliando sus pabellones
derribando maleza
sepultando la tierra con cemento.
Todo lo que siente quien la levanta
es un conjunto de nostalgias del desgaste,
un dejarse ir continuo
sobre sus pilares.
Un hombre se construye
en el mismo sentido que una casa.[ii]
En estos textos que evocan la infancia y el origen, la casa es la familia, la familia es la casa, y van surgiendo nuevas, sin prestigio inmediato, labrando su sacrificio al sol, pues aquí se habla de la vida y su poder que irrumpe, alumbra, transforma:
Mi familia se pudre
En medio de un campo de girasoles.
Yo enciendo la vela delante de un altar
de vasos espirituales que cambio a diario.
Me miro en el cristal que permanece
y toco con mis dedos lo contenido
en su entraña.
Una familia está hecha de vidrio y agua.
Es líquida y dura.
Una familia se descompone ante el calor excesivo
y puede evaporarse sin dejar rastros.
Pero otra familia nace en el mismo vaso
abandonado,
se van acumulando unas familias sobre otras,
unas muertes sobre otras en altares sucesivos,
y arde una vela mientras alguien planta
la primera semilla de un girasol.[iii]
En el libro hermosamente comprobamos que somos nuestra estirpe, aunque no lo parezca, y que es imposible desligarse «con nuestra capacidad de parecernos al árbol» donde «cada cual, a su altura, está más cerca del cielo». Pero no por ello se deja de comprender la crisis de las instituciones, entre ellas, y de modo descollante, la de la familia, echando mano al poder de lo analógico:
Mi madre cambia los trastos de lugar
y yo me quedo plantada debajo de su tedio.
Vengo de un tiempo
donde la mudanza prolifera sin peso.
A veces muevo sus objetos sin chistar
aunque no entienda.
Ella pone calabazas, mártires, vajillas,
santos, consignas, en un mismo saco.
Yo camino a su lado sin comprender.
Creo que las mudanzas deben partir de cero.
Nosotros, sus hijos, no acumulamos nada.
Todo se guarda de manera temporal
en nuestros teléfonos.
En el autorretrato siempre sonreímos.
Ella en cambio huele la humedad
de las fotografías.
Dice que allí conserva un fragmento de vida.
Mi madre piensa que no la quiero
solo porque prefiero pintar mis uñas
y sentarme a esperar otra casa, otra ciudad
sin memorias que apuntalen el viaje.
Ella me lava bajo el agua y cuida de mis hojas.
Aún espera que un día deje de mirarla
fresca como una lechuga.[iv]
Este poema es una especie de himno generacional, donde se describe la cruel toma de conciencia de la propia presunción, que supone el abandono de los sentimientos hacia la familia, una verdad que la propia generación joven enarbola en un libro en que la diferencia de miras entre generaciones aflora en más de un texto, y se remarca la belleza de las posturas ya probadas. La crisis de la familia se manifiesta también en la violencia como forma de conservar el nudo, el lazo que tal grupo ha de suponer:
Sujetábamos el perro con una correa
para que no fuera atropellado por los autos
o escapara buscando dueños
más generosos.
Se sentaba a nuestros pies
olfateando el cansancio,
las ausencias que a veces
dejábamos escapar a golpes
en su contra.
Nunca quisimos abandonarlo
ni ponerlo en una bolsa al lado del camino
aunque faltara el arroz o la carne para compartir.
Resistió años difíciles apoyándose en nosotros
mientras de este lado
apretábamos con fuerza la correa
como única confianza.[v]
Este cuaderno, como se lee en su nota de contracubierta es «ante todo un ejercicio de reconstrucciones que insiste en devorar cada objeto del recuerdo para salvar mediante la palabra, el álbum familiar. Es precisamente la palabra el verdadero hogar de la memoria», así lo reconoce la autora en sendos poemas que van construyendo su poética:
Con la cámara en mano
aprendemos la ciencia de la conservación
de la imagen.
Con el espejo en la mano
aprendemos la ciencia de la conservación
del reflejo.
Con el hambre en la mano
definimos la ciencia de la conservación
del alimento.
Con los hijos en la mano
inventamos la ciencia de la conservación
de la casa.
Con la muerte en la mano
buscamos la ciencia de la conservación
de la especie.
Para la conservación de la especie,
la palabra.[vi]
El poema es una máquina simple…
tensión fija sobre el orden
prenda que cubre la rodilla
y se abotona y se dobla
sobre el miembro caído
conjunto de huesos disipados
en el trueque de sonidos
el poema
pez de gran tamaño
propiedad de las aguas
con poca transparencia
rozamiento de los cuerpos diferentes
timbre de la voz
en la espesura de un hombre
que vive de lo que se roba
el poema
llanura sitiada a cierta altura
bestia que nos cabalga la sangre
y se ofrenda intacto
sobre
su
ceniza.[vii]
Este es el libro de una joven poeta con textos hermosos, tejidos con vivencias desgarradoras que se elevan – algunas contenidas en lo que puede llamarse textos contra la violencia de género[viii], o que narran el descubrimiento del desamor – y otros que tomaron otro camino: el de la senda rápida y se conformaron en el círculo engañoso de la retórica, a manera de un acertijo de palabras concebido con habilidad y regusto a refrán, pues en ellos el instinto reflexivo se va por encima del mundo de la imagen, que es el mundo de la poesía. Para este arbolar analógico, en que la autora ha sustentado el libro, se necesita un poco de elevación o sublimación, que, si se pierde, sentimos que las estrofas traducen burdamente la cualidad de los objetos. Este filo coloquial, que asoma su escuálida faz, rebaja la concepción de varios poemas en un libro donde los mejores textos hacen gala del empleo continuado de la metáfora, porque “la obra debe estar iluminada con penetrantes destellos en la vida de las cosas. El éxtasis proporciona el tema, y la conveniencia determina la forma”.[ix] Pero en otros textos es hermoso y efectivo hablar del valor de las conductas acudiendo a la fuerza del árbol, [x]y comprobamos que no somos nadie si no honramos nuestra estirpe, aunque vivamos el mismo sueño que ella, pero de un modo diferente. En la metáfora de la tierra y el árbol todo cabe, nosotros que somos el hombre uno y distinto, de seguro, el mismo hombre.
.[i]- Yenys Laura Prieto. La ciencia de la conservación. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2019. Premio Pinos Nuevos
[ii] – YLP. Ob. cit., p. 5.
[iii] – YLP. Ob. cit., p. 13.
[iv] – YLP. Ob. cit., p. 21. Véase también el poema “Durante el día acumulábamos las bolsas”, p. 19.
[v] – YLP. Ob. cit, p. 27.
[vi] – YLP: Ob. cit, p. 14.
[vii] – YLP: Ob. cit, p. 47.
[viii] -“Solo si me alejara de las luces que me ignoran
dejaría de ser una intrusa”, p. 33. En este sentido una imagen que se reitera en el libro es el acto de parirse a sí misma la mujer, la madre.
[ix] -Marianne Moore. Pangolines, unicornios, y otros poemas, Barcelona, 2005, p. 107 y 121, respectivamente.
[x] – Consúltense los poemas “Soportaba el peso de su condición horizontal” y “De tanto arar la tierra”, ps. 17 y 9, respectivamente.