Creado en: mayo 8, 2021 a las 08:31 am.
Llegar a noventa años es una aventura

Por Yoel Almaguer de Armas
Rafael Morante llegó a Cuba en el año de 1940. Lo trajeron de España luego de haberlo perdido todo por culpa de Franco y la Guerra Civil Española. Su padre había sido del Partido Comunista Español y fue condenado a cadena de muerte porque una pariente suya lo delató.
Salió. Lo volvieron a delatar, a condenarlo. Y gracias a unas gestiones con la Cruz Roja Internacional, él también vino para Cuba, donde trabajó en la radio y la televisión hasta su muerte en el año 1995.
La madre de Rafael murió también aquí, pero en el año 1986. De ella recuerda el momento del primer bombardeo de las tropas de Franco en la provincia de Armería.
Cuenta que había muchos refugios antiáereos que hoy existen como museos. “En medio de los bombardeos salíamos corriendo para escondernos. Entrar a los refugios era algo muy complejo. A mí me hirieron el brazo, y por los empujones me separaron de mi madre. Cuando se acabó todo aquello, encontramos en el portal de una casa a una señora que había hecho una colección con todos los zapatos que la gente perdió por la desesperación”.
Todas esas experiencias hicieron que Rafael tuviera listo trece cuentos de ficción; un par de novelas adelantadas, más de doscientos carteles hechos en periodos diferentes y noventa años que celebra feliz, aunque “el daño que hacen los hombres sobrevive a sus huesos”.
Empezó a trabajar en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1961. El primer y segundo carteles los hizo a partir de fotografías de las películas, pero el tercero lo dibujó inspirado en el título del filme. Fue un buen cartel, me confiesa, para una película soviética que recibió rechazo de sus amistades.
Ese atrevimiento le enseñó a no hacer jamás un cartel sin ver la película ni una cubierta de libros sin haberse leído el texto. “Yo creo que el mismo contenido del libro y película te dan la imagen que debes usar. Pero llegado este momento, “no es que todo haya sido feliz ni que todos los trabajaos quedaron perfectamente”.
“Trabajé en el ICAIC hasta el año 1963.Y luego de mucho tiempo, entre 2003 al 2006. Los diseños de esa segunda etapa los hice en computadora lo que me dio la ventaja de trabajar muy rápido, tan rápido que hubo días en los que hice hasta dos carteles”.
Un editor español, amante de la cartelística cubana, quiso publicar en su revista obras de cuatro diseñadores cubanos, en los cuales incluyó a Rafael. De la exposición realizada con esos carteles quedó la foto que recientemente le hicieron llegar y que incluye a su esposa Teté, a quien conoció hace 58 años en un tren, de Leningrado a Moscú.
Rafael tuvo la oportunidad de trabajar con Alejo Carpentier cuando dirigía la Editorial Nacional de Cuba. Quiso hacer la cubierta de “El siglo de las luces”, pero no pudo, aunque sabía que la idea estaba en la primera página del autor que un día lo llamó a su oficina para mostrarle las copias de sus libros en todos los idiomas.
“Tuve la suerte enorme de trabajar los libros de Dulce María Loynaz, Lezama Lima, de estar directamente con Melba Hernández cuando ella dirigía las relaciones con Vietnam, y hacer muchos libros sobre la guerra”.
Rafael asegura que nadie es autodidacta, que la enseñanza está rodeándote por todas partes, que el diseñador debe ser una persona culta, obligado a saber de todo porque nunca sabe el trabajo que le van a encargar, y capaz de decir el máximo con el mínimo de elementos.
Todavía se pregunta: “¿Cómo le corriges algo a Carpentier, a Dulce María, a Mirtha Aguirre?”.
Usted ha sido un hombre con suerte, le preciso. “Sí”, asegura, “aunque me han dado mis batacazos. Trabajar no ha sido un problema para mí, y lo haré hasta que pueda ver”.
Llegar a los noventa años es un privilegio.
“No, llegar a noventa años es una aventura”.