Creado en: enero 10, 2024 a las 10:30 pm.
Miguel Barnet: mi vocación es ser cubano en la dimensión más profunda
Al recibir este miércoles el Premio Nacional de Patrimonio Cultural, entregado por vez primera en nuestro país, el Presidente de Honor de la UNEAC, Miguel Barnet Lanza, dedicó sus palabras a Argeliers León y a María Teresa Linares in memoriam y a Marta Arjona en su centenario.
“Quiero, ante todo, agradecer al jurado por haberme honrado con un premio que en esta ocasión reconoce por vez primera el patrimonio inmaterial o vivo, que tanta riqueza posee en nuestro país. Confieso, sin falsas modestias, que no he hecho otra cosa en mí ya larga vida que indagar en eso que tan lúcidamente Fernando Ortiz llamó la cubanía, es decir, la vocación de ser cubano en su dimensión más profunda.
Este, mis amigos, es un homenaje que se rinde a esa misteriosa esencia que es lo cubano; la más concreta certeza de que habitamos en una isla mágica y resistente. Una isla nutrida de múltiples factores de varias procedencias hispanas, africanas y asiáticas en lo fundamental. Una isla mestiza, en una palabra.
Desde mi inquieta juventud Cuba fue para mí una permanente obsesión. Y esa obsesión ha sido el motivo que ha permanecido en mi obra narrativa y en mi poesía.
Dedico este premio a todos aquellos próceres que fraguaron el pensamiento cubano y lo sacaron de las redes opresivas del colonialismo español. A los que saltando obstáculos iniciaron el camino de la ciencia frente a la escolástica rancia y al dogmatismo. A los padres fundadores del sueño emancipador, A Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, y a los que quizás sin una plena conciencia social forjaron la nación cubana que se acrisoló en las guerras de independencia, cuando poetas, patriotas y hombres y mujeres humildes clamaron por una vía de liberación más digna y descolonizadora.
A José Agustín Caballero, a Félix Varela, a José de la Luz y Caballero, a José Antonio Saco, y a a los poetas fundadores, Manuel de Zequeira, José María Heredia y José Martí, el más grande de todos los cubanos. Ellos consolidaron el saber nacional con sus postulados transgresores y crearon una nube de ideas, que como dijo el Apóstol, no hay proa que la taje. Esa fortaleza la heredamos como patrimonio intangible y espiritual. Imposible olvidar a la pléyade de escritores costumbristas como Francisco de Paula Gelabert, José Victoriano Betancourt, Anselmo Suárez y Romero y Cirilo Villaverde por solo mencionar los más notables, los que trazaron la rica cornucopia del folclor cubano, los fundadores de un imaginario nacional.
Gracias a esas obras tutelares hemos podido aquilatar los valores autóctonos de las culturas populares y de la poesía, que ha sido el cimiento sólido de los saberes acumulados por la tradición.
Fernando Ortiz condensó ese pensamiento en una inmensa obra y fue ícono de la generación que, junto a Lydia Cabrera, José Luciano Franco y Emilio Roig de Leuchsenring, entre otros, marcó el destino de la Patria. Ortiz afirmó: la cultura es la Patria; vista esta como el proceso fecundante de la ciencia antropológica y de las expresiones artísticas. Y ese patrimonio intelectual es el que nos ha servido de brújula para avanzar por el camino de la verdad y de la desalienación. Un camino que garantice, a su vez, la armonía entre los seres humanos como resultado de la integración cultural.
Dedico este premio también a las mujeres y los hombres que han sabido salvaguardar sus culturas ancestrales, unas veces depurándolas tras un proceso transcultural y otras fermentándolas en el ajiaco orticiano de la cubanidad. Sobre todo, a esas mujeres y esos hombres esclavizados que llegaron desnudos a nuestras costas y que con el único atributo de su poderosa memoria recrearon sus costumbres, sus religiones y su maravillosa oralidad. Ellos merecen nuestro respeto y admiración sin límites. Ellos en su diversidad étnica lograron crear una fuente de sabiduría y ética. Un sólido baluarte de unidad y socialidad propios del Caribe hispano.
Por eso convoco aquí a los poderes de la imaginación que han contribuido a dejarnos un legado que ya ha sido reconocido como parte indisoluble y amorosa de la identidad de la nación cubana. Algún día, en acto de suprema justicia, la Unesco declarará ese rico tesoro como patrimonio de la humanidad en nuestro continente. Hacia esa meta nos orientamos.
A ellos, repito, a los protagonistas de tanta riqueza artística el testimonio de mi devoción a su heroica capacidad de resistir y a su poderosa creatividad. A los llamados portadores comunitarios, rumberos, paleros, hijos de la Regla de Ocha, o del Palo Monte, hermanos de las cofradías Abakuá, mi más cálido y sincero homenaje.
A los sagrados tambores batá, al ekue y al bongó, a la guitarra española, al tres, al laúd y al vuelo fugaz del zun zun, con su halo de luz sobre nuestras cabezas, mi homenaje eterno en la convicción de que este premio les pertenece mucho más que a mí. Yo he sido solo un humilde resonador de las voces de mi pueblo.
El pueblo de José Martí y Fidel Castro”.