Creado en: julio 24, 2022 a las 08:42 am.

Prehistoria del teatro en Santiago de Cuba

Catedral de Santiago de Cuba a fines del s. XVIII/Foto tomada de Internet

La segunda ciudad de Cuba después de La Habana, por el número de habitantes y su significación histórica y cultural es la oriental Santiago, cuya ubicación geográfica de cara al Mar Caribe, un tanto alejada de la casi siempre indeseada influencia norteña, le ha conferido muy peculiares aristas a su perfil artístico y literario. Siendo capital de la isla, en 1520, celebraba ya la festividad del Corpus Christi, según un acta capitular donde se refiere que a un vecino llamado Pedro de Santiago se le paguen “treinta e seis pesos e seis granos porque hizo una danza darcos e por lienzos  e otros gastos por menudo”. Este señor debe de haber sido un improvisado coreógrafo que dio lustre a la fiesta del Corpus con una sencilla danza de arcos. Esta fecha y esta acción marcan el inicio de la prehistoria de la actividad escénica en Cuba.

En 1538, a la llegada a Santiago del recién nombrado Gobernador de Cuba y Adelantado de la Florida Her­nando de Soto y su séquito, se sabe que esta pequeña villa “…no cesó en muchos días de festejarlos, unas veces con danzas, saraos y máscaras que hacían de noche”.

Santiago dejó de ser capital de Cuba desde 1556, pero mantuvo cierta preponderancia sobre otras localidades al habérsele concedido el rango de Tenencia de Gobierno. Como en La Habana, el quehacer pre-dramático se centró en las expresiones artísticas vinculadas a festividades religiosas y profanas, manifestadas fundamentalmente en las procesiones y en las carnestolendas o fiestas de mamarrachos. La pérdida de valiosos archivos del Cabildo santiaguero nos priva de conocer cómo y cuánto evolucionaron en el siglo XVI y gran parte del XVII.

Durante el gobierno del almirante Felipe de Rivera, entre 1649 y 1653, según el cronista Emilio Bacardí, se organizan fiestas religiosas y pro­cesión de encamisados, con las que comienza a celebrarse la aparición del arcángel San Miguel. Y en la segunda mitad de ese siglo hay algunas noticias sobre la celebración del Corpus.

En 1673 –continúo extractando de Bacardí-, para rogar a Dios que cese el riguroso castigo de la seca que ha azotado a la región, sale una procesión con la reliquia del Santo Ecce Homo, la Virgen del Carmen y el Santísimo Sacramento.

Un hecho insólito ocurrió hacia 1686, durante el gobierno de Gil Correoso Catalán, famoso por sus excentricidades. Coinciden los historiadores José María Callejas y Jacobo de la Pezuela, en que este gobernador dispuso celebraciones por la reedificación del Castillo de San Francisco, situado en el centro de la ciudad, que incluía la instalación de una batería de cañones. Una noche se organizó la representación de una comedia. Apenas terminada la loa, Correoso, disgustado con el desempeño de los inexpertos cómicos, urdió que compareciese un soldado con noticias del Morro -ubicado a varios kilómetros en la boca de la bahía- para que diera alarma sobre la presencia de enemigos. Inmediatamente mandó a disparar los cañones de la batería y toda la concurrencia, atemorizada, huyó despavorida. Se dice que tiempo después se disculpó ante la vecindad, pretextando que el fin de la falsa alarma era reconocer la disposición de todos para una verdadera.

En 1743 el Cabildo autorizó a pagar veinte pesos a las personas que se dedicaron a organizar la danza que en obsequio del patrono Santiago Apóstol, se celebró el día del apóstol, 25 de julio. Ya entonces las carnestolendas que se celebraban como en todo el mundo hispánico entre febrero y marzo perdían terreno entre el elemento popular que prefería “correr los mamarrachos” los días de San Juan, San Pedro, Santiago Apóstol y Santa Ana, entre junio y julio.

Un patricio de la Cantabria, Francisco Antonio Cagigal de la Vega, Salinas y Acevedo, gobernador del Departamento Oriental con sede en Santiago, fue ascendido en mayo de 1747 a Mariscal de Campo y designado para la Capitanía General de la Isla. Una carta de octubre de ese año, dirigida desde La Habana a su sucesor en aquel departamento, nos revela que los soldados y vecinos de Santiago apostaban por el teatro: “quisieron celebrar mi día los vecinos con una comedia […] no pudo haber baile […] la comedia se acabó a las doce habiendo empezado a las ocho…”.

Y apenas doce años después, un pariente –quizás un hijo- de aquel funcionario, el Brigadier Fernando José de Cagigal y de la Vega, y Solís, I Marqués de Casa Cagigal, también nombrado Gobernador de Santiago, mostró su afición por el teatro. Lo cuenta José Antonio de Armona, enviado por la Corona a Cuba para establecer alcabalas al azúcar y bebidas derivadas del alcohol de sus mieles y organizar el correo marítimo de las colonias americanas, que tenía su base en La Habana, y también para organizar el ramo de cómicos de la isla:

“…arribamos al puerto de Santiago de Cuba el 20 de enero de 1765,  a las 6 de la mañana […] Don Fernando de Cagigal, era hombre de humor, soldado de profesión, alegre, activo y generoso […] Al instante nos envió su falúa adornada […] porque siendo día del cumpleaños del Rey Nuestro Señor, tenía preparado un gran banquete […] por la noche se ejecutó en la Plaza de Armas (donde se había dispuesto un teatro bien iluminado), la comedia intitulada: El maestro de Alejandro; los actores fueron algunos soldados y mujeres escogidas de la guarnición. Este rato fue divertido, como inesperado para nosotros”.

Esta comedia se debe a la pluma de Antonio Enríquez Gómez, prolífico dramaturgo de padre judío que en la última etapa de su vida, hacia el segundo cuarto del s. XVII, se vio obligado a enmascarar su identidad y adoptó el nombre de Fernando de Zarate, por el que se le conoce en la historia del teatro español.

Pero aquella no fue la única demostración del Marqués de Cagigal sobre su afición al arte escénico. Apunta el historiador español Pezuela que entre 1765 y 1770 los santiagueros pudieron disfrutar de algunas representaciones teatrales, gracias a la buena disposición hacia la cultura de aquel gobernante. El mismo historiador, cuando caracteriza el desarrollo teatral de La Habana hacia 1774, escribe: “En una población privada hasta entonces de localidad para representarlas, sólo por los pocos que las leían podían las bellezas del teatro español ser conocidas. La masa de su vecindario, cuya apasionada tendencia a distracciones cultas se desarrolló con tanta fuerza luego, ignoraba hasta lo que fuese una comedia. El público de Santiago, en este punto más favorecido en tiempos de Casa Cajigal, había presenciado funciones teatrales en un almacén habilitado para coliseo”. Y añade otra información sobre el teatro en Santiago antes de 1800: “… en marcados días del año, y según la índole y humor de sus gobernadores, habían amenizado la monotonía de aquella residencia algunas fiestas públicas, algunas comedias en las casas”.

Hay algunas otras noticias sobre expresiones pre dramáticas: en 1772, un diputado del Cabildo se queja de la poca atención que tienen los festejos por Santiago Apóstol: “de algunos años a esta parte se celebra con muy poca decencia y solemnidad”. En el acta correspondiente se refleja que “se acordó corregir dicha falta”.

Y, sobre la festividad del Corpus, se manifiesta en 1776 que los gremios no quieren contribuir para los gastos hechos en la procesión, por los gigantes, tocotines y gitanos, ya que tienen privilegios como milicianos, y se determina se suspendan dichas erogaciones por inútiles. Seis años después se recoge en acta capitular: “Acercándose la fiesta del Santísimo Corpus Christi, y estando los gigantes muy mal tratados en necesidad de vestuarios, que están muy indecentes, se acuerda sean arreglados y vestidos de nuevo”.

No faltan informaciones sobre hechos que en aquella época podían llamar a escándalo.

El presbítero José Antonio Saco, en un alegato al Cabildo en 1784, denuncia la asistencia de sacerdotes a representaciones teatrales: “van a las comedias que se hacen en esta ciudad, sin embargo, ni limitación alguna”. A pesar de dogmas y prohibiciones, parece que esta y otras inclinaciones a lo profano de la clerecía santiaguera se manifestaban con bastante frecuencia.

El ilustre bibliógrafo Carlos M. Trelles apunta que en Santiago, en 1792, “hay noticias sobre representaciones de comedias”.

Estaban creadas las condiciones para un ejercicio profesional del arte teatral. En 1799, inmigrantes francohaitianos inauguraron un teatro a solo dos cuadras de la Plaza de Armas, que gozó de gran aceptación durante varios años. Pero esa es una historia que ya conté a los lectores de la Web UNEAC en mi viñeta Los primeros teatros santiagueros.

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