Creado en: septiembre 8, 2021 a las 08:23 am.

Sabios en el Hurón Azul

El Hurón Azul, de la UNEAC, es uno de los sitios infaltables de la bohemia cubana de nuestra época. En los 60 años de la organización tiene peso e historia que contar. En un inicio parte de la responsabilidad de hacer funcionar el lugar quedó en manos de un personaje conocido como “el Cangrejo”, quien además de su labor como periodista había sido “compinche” de Nicolás en su vida bohemia y además tenía excelentes conexiones con mundos tan distantes como el de la gastronomía y la cultura.

Decían muchos que “el Cangrejo” era una fiera en eso de lograr conseguir los aprovisionamientos necesarios para que no faltaran el café, panes recién horneados, las fiambres para acompañarlos y por supuesto el ron y la cerveza. Pero lo cierto es que muchas veces tras su gestión estaba la mano de Nicolás y su relación con los Hermanos Oro –Carlos y Jesús— que eran pilares fundamentales de aquello que una vez se llamó el INIT y que desde siempre fueron hombres cercanos al mundo de la farándula habanera de los años sesenta y setenta.

Pero volviendo al Hurón y sus anécdotas.

Lo cierto es que en los años ochenta, sobre todo en su segunda mitad, apareció entre muchos de los habituales al lugar una ruta conocida como “el circuito”. Qué era el circuito. Sencillo comenzar las tertulias en la sala del té de la UPEC, en la esquina de 23 e I y terminar las mismas pasadas las seis de la tarde en el Hurón; que por aquel entonces cerraba sus puertas a las 10 pm.

El lugar aún no había sido sometido a las modificaciones que le ampliaron la capacidad y que le agregaron el inmueble que hoy ocupa el bar. El lugar que ocupa el comedor era la cafetería y el espacio del bar se situaba bajo las escaleras a la izquierda y era una media luna de ladrillos rojos y un mostrador de granito negro donado por Gelabert, a pedido de Nicolás, que para estas fechas ya había perdido todo su esplendor pero que en una esquina conservaba una figura de mujer con su firma. Los asistentes se acomodaban en las pocas mesas de hierro con cuatro sillas existentes o pugnaban por ocupar los bancos curvos de mármol de carrara que se ubicaban al fondo del jardín.

El “circuito” tenía diversas modalidades, de acuerdo a quienes hicieran el trayecto. Generalmente eran grupos de tres o cuatro personas; pero en ocasiones venían de acuerdo al gremio. Bien podían ser los caricaturistas encabezados por Wilsón y Évora Tamayo; o los periodistas en los que había dos grupos fundamentales: uno de quienes pertenecían a Prensa Latina y el otro formado por gente de la TV y la radio. Había otro donde se combinaban escritores, actores y diletantes siempre soñando el proyecto perfecto que les abriría las puertas al mundo cultural.

Vinieran en carro directamente de su lugar de trabajo o a pie, lo importante era llegar y poder clasificar en un lugar cómodo para sentarse. Existía además un grupo muy peculiar de personas que se reunían en el Hurón y que pocas veces visitaban la sala de té de la UPEC; y era el de los compositores y músicos. Este era liderado por Ricardo Díaz y Ricardo Pérez y su objetivo fundamental era coincidir con Helio Orovio y dedicar horas a recordar, recrear y vivir la historia de la música cubana y sobre todo sugerirle a este datos y detalles para la segunda edición de su Diccionario de la Música cubana.

Cierta tarde formé parte de uno de esos circuitos fascinantes e inolvidables.

Todo había comenzado en la sala de té bebiendo unos “chacatás” (infusión rociada con licor) que se acabaron antes de las cuatro de la tarde; la sala abría a la 1 y 30 y cerraba a las seis de la tarde; y como suelen decir los hombres de bar “…los presentes tenían la garganta seca…” y lo recomendable era dar el salto para la UNEAC y esperar a las 5 que abriera el Hurón. El grupo al que me uní no podía ser más selecto: Helio Orovio, Leonardo Acosta, Tato Quiñones, Puri Faget y su esposa, el cineasta Diego Rodríguez Aché y los periodistas Miguel F. Roa, Ariel Larramendi y el escritor David Cherciián.

Desde el mismo momento que el grupo se había reunido en la UPEC se había establecido una suerte de tertulia acerca de la figura del Dr. Alipio Rodríguez Rivera cuya salud se había resentido con un cáncer y todos esperaban a su hermano, el profesor, poeta y ensayista Guillermo Rodríguez Rivera para que trajera noticias.

El Guille como le llamaban muchos, había mandado un mensaje de que iría directo para el Hurón y que le guardaran un puesto. Respetando su lugar el nutrido grupo ya había hecho los honores al poeta Eloy Machado que para ese entonces era el anfitrión del lugar y que a la entrada de los presentes había lanzado su grito de guerra “…yo soy el Ambia… el hijo de Jacinta la sufrida…”.

Guillermo llegó minutos después y tras el parte hospitalario se unió a Helio y a Leonardo a disertar sobre la trova tradicional cubana, asuntos capitales de la cultura en ese momento y entre los tres organizaron la posibilidad de escribir un ensayo que tuviera como eje la presencia de la trova y los trovadores en todos los géneros de la música cubana y en el jazz. Si como lo lee, en el jazz.

Durante toda la tarde y parte de la noche, hasta que llegó la hora de partir –oh abandonado—reinó el silencio entre los presentes, los diversos grupos o islas de acuerdo a sus intereses se fueron sumando y lo que parecía ser un diálogo entre amigos se convirtió en una clase magistral de historia y cultura cubana. Clase en la que intervinieron más de un ponente al sumarse los criterios de los dos Ricardos y sus experiencias como compositores –el Benny se sentó en una esquina a disfrutar–, o las preguntas inquisidoras sobre determinado tema lo mismo de Tato Quiñones que del actor y dramaturgo Alberto Pedro (de allí saldría trigo para su obra La Reina y el Bárbaro).

Fue escuchando aquel derroche de historia que supe la impronta del Dr. Alipio dentro de la cultura cubana y su papel de benefactor de los trovadores en los años sesenta y setenta cuando les colocó como parte de la plantilla como personal de mantenimiento del hospital Fajardo y como estos una vez a la semana daban concierto a los enfermos y sus familiares.

Que descubrí nombres importantes para la cultura cubana dentro de la música de los que nunca había escuchado y que hay una formación intelectual que la da el acercar el oído a los que saben y preguntar hasta que las neuronas sientan que están por explotar.

No sería esta la primera ni la última vez que disfrutaría de una charla interminable en compañía de Helio y Guillermo; ni que tendría el privilegio de poder acceder a las bibliotecas privadas de Tato Quiñones, Leonardo Acosta y otros notables cofrades que cada tarde hacían la ruta o completaban el circuito.

Fue en el Hurón donde Puri Faget contó a muchos de los antes nombrados los avances de su inconclusa biografía de Benny Moré; donde Ariel Larramendi contó la trama de su nunca escrita novela policiaca y así con otros tantos sueños e historias que pudieran llenar el libro del entusiasmo victimizado de la cultura cubana.

Sería el Ambia el animador principal de la tarde después de la muerte de Nicolás Guillén al pedir a los presentes que cada uno se aprendiera un verso del poeta como pase de entrada para el día siguiente. Es el mismo Hurón Azul donde entre rones y charlas se supo de decesos, partidas sin regreso y hasta se lanzaron carreras personales.

El Hurón es donde la Peña del Ambia puso en la órbita cultural al grupo Yoruba Andabo y devolvió a la rumba parte de su dignidad. El mismo sitio en el que cada sábado en la noche se refugiaron los cantantes de bolero de la ciudad antes de que Dos Gardenias les sedujera y renunciaran a lo auténtico.

Es el mismo Hurón Azul donde se despidieron los duelos, se celebraron cumpleaños, premios, tertulias y se recibía a los vecinos del barrio que tenían la posibilidad de estrechar la mano de ese actor, o escritor al que comenzaban a descubrir o venerar. El que fascinó a Mike Jagger, a Harry Belafonte y Alice Walker un miércoles cualquiera mientras Eloy afirmaba que “…estaba enconsortado con la vida y la poesía…”.

Es el sitio donde comienza y termina una parte importante de la historia de la UNEAC y que como todas las especies merece una segunda y una tercera oportunidad en esta tierra y en la cultura.

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