Creado en: febrero 12, 2023 a las 11:58 am.

Salarios y seguridad social de los actores en el período neoclásico

Este es un tema álgido. Porque en el siglo XXI en nuestro planeta, los actores continúan siendo los artistas peor pagados (con excepción de unos pocos cientos de estrellas del cine y la TV en países altamente desarrollados)  e ignorados -en más de un centenar de países no se les reconoce la condición de  trabajadores y por tanto, no pueden gozar de una jubilación ni de cualquier otro beneficio de la seguridad social-. Pero el perfil de estas crónicas me circunscribe a referirme a tiempos atrás.

En la España neoclásica –segunda mitad del s. XVIII y tres décadas subsiguientes- los cómicos, en plazas fuertes como Barcelona y Cádiz, devengaban entre cinco y siete pesos por día. Si se destacaban, los llamaban a Madrid, donde se les daban papeles de cuarta o quinta y se les pagaban tres pesetas (un peso y medio). Ese actor debía alquilar una casa, dar de comer a su familia y mantener lo que llamaban cabos menores, como vestuario adecuado a cada obra, zapatos, medias, buen sombrero, barbero, etc. En 1805, Andrés Prieto, primer actor en Barcelona, fue llamado al teatro de los Caños del Peral en Madrid: entró como sobresaliente –sustituto del protagónico cuando este se enfermaba y en circunstancias normales obligado a representar cualquier personaje- y ganaba tres pesos diarios. Solo en 1818, en el Teatro del Príncipe, alcanzó las categorías de primer barba y segundo galán –solo detrás del insigne Isidoro Maiquez- con una retribución de cinco pesos.

Esos salarios se incrementaban en alguna medida con el número de funciones y los beneficios –si eran actores de éxito- Los ingresos de los actores hispanos a fines del siglo XVIII y alborear del XIX oscilaban -de acuerdo a su categoría, la plaza teatral, la compañía y su particular desempeño- entre 400 y 5000 pesos anuales, es decir, por el año cómico -que excluía las siete semanas de la Cuaresma-, lo que da un estimado entre 33 y 420 pesos mensuales. –227 como promedio-. Los medianos y altos funcionarios del reino, en provincias, regiones y la capital, ganaban mucho más.

El investigador español Fernando Doménech informa sobre la más cotizada actriz de mediados del XVIII, María Ladvenant, apodada como La divina: … si bien algunas de las cómicas más famosas  lograron, quizás más por regalos que por sus beneficios, una situación más desahogada. María Ladvenant, a su muerte, ocurrida cuando tenía veinticinco años, solo dejó en sus armarios unos noventa vestidos de lujo.

Aunque en las colonias de América, por lógica -distancia, extrañamiento de sus familias y casas- debían pagarse mejores salarios, no fue así.

Tengo noticias de que en México –virreinato de la Nueva España- , entre 1780 y 1794,  una primera cantarina de la compañía del Principal cobraba salarios de 1100 pesos anuales y alguna vez superiores; la primera de verso, un 50% más, mientras un parte de por medio –partiquino- no pasaba de 300. Una sobresaliente tenía un contrato de 900. Como es de inferir las mujeres devengaban menos que los hombres.

El  llamado Coliseo Nuevo de 1753 – México.

Las primeras referencias en Cuba datan de 1774, cuando el Gobernador de la colonia, Felipe de Fondesviela, Marqués de la Torre hace traer una compañía de España para trabajar en un pequeño teatro como preámbulo a la inauguración del gran Coliseo que se inauguró al año siguiente. Eran actores muy bisoños y se les adjudicaron salarios correspondientes: Antonia San Martín, primera dama, 45  pesos mensuales, Victoria Meléndez y Josefa González, segundas, 40; Antonio Lansel, primer galán, 49; Francisco Aguallo, Cristóbal de Mesa, Pedro de Villa, Ramón Medel y Antonio Pizarro, segundos galanes y primer y segundo barba, 45; Bartolomé Bernabeu, 40; Cristóbal Rosado, José Morote y Tomás Pallarés, 35; Jerónimo de Lara, 30; Domingo Álvarez, 25. Se les abonaría  aun cuando no hubiese comedias. Se trataba de una compañía integrada por una mayoría de principiantes y algunos actores maduros, pero de cuarta categoría.

La San Martín, en 1780, fue contratada como primera dama en México por 1800 pesos anuales –unos 190 mensuales-; diez años después ganaba 2100.

A principios del s. XIX en Cuba, el ingreso del sector menos remunerado de la población blanca –maestros de escuela, empleados, dependientes, auxiliares de oficios-, muy difícil de establecer con precisión científica, podría aventurarse que oscilaba entre 30 y 80 pesos mensuales, el funcionario que atendía las finanzas de la colonia ganaba 800 y el Capitán General 1200, en tanto que el primer actor y director de la compañía, Andrés Prieto y la diva Mariana Galino, en su mejor contrato, no pasaron de 500; y, por supuesto, hubo intérpretes con 40, 60 y 80 pesos. No obstante, ya a la altura de la segunda década de esa centuria, La Habana superaba a México, Lima y Buenos Aires en  la remuneración de los artistas escénicos.

Adentrémonos en los temas del reconocimiento y la seguridad social. En la península, es proverbial que los actores, aún después de que el teatro retomara en el Siglo de Oro su condición de necesidad socio-cultural, eran considerados sujetos de infame profesión. A veces aplaudidos y a veces rechazados por el público, y casi siempre vistos con ojeriza por las autoridades: hay muchas crónicas sobre encarcelamientos de cómicos, por lo general injustos, basados en retrógrados conceptos de moralidad, misoginia, divergencias políticas y hasta envidias. La actriz Rita Luna, calificada como “la inmortal”, se retiró después de veinte años de carrera, con solo 36 de edad, en buena medida por sus infructuosas luchas por el respeto y reconocimiento que con frecuencia las autoridades le negaron.

Rita Luna, en su retiro

El más grande actor del neoclásico español, Isidoro Maiquez, sufrió prisión en 1814, al retorno del déspota Fernando VII, por una supuesta vinculación con los ocupantes franceses, contra los que había combatido en las barricadas de 1808; en realidad, fueron sus ideas liberales las que lo llevaron a la cárcel.

Isidoro Maiquez

No escaparon las colonias de América a estas barbaridades. En México, según nos refiere la investigadora Maya Ramos Smith, un Reglamento de teatros de 1806 incluía: “Las actrices que no fueran casadas y por su fragilidad se les notare estar grávidas, no podrán presentarse sobre las tablas al público, hasta estar libres de este bochorno y escándalo, cesándoles entretanto el sueldo, y se les obligará a que paguen  lo que deben a la casa”.

También nos refiere: “… tanto sus actuaciones sobre el escenario como su vida privada, sus amores, pleitos, cárceles, problemas legales y hasta los crímenes en los que algunos se vieron involucrados formaron parte de su atractivo escénico y se constituyeron en la sabrosa comidilla  y en el tema de los chismes y comentarios en reuniones y tertulias y, más tarde, en los cafés y en los periódicos.”

En términos legales los actores de la península consiguieron con sus luchas algunas migajas: un reglamento de 1807 establecía para los actores “la jubilación de tres cuartas partes del sueldo mayor que haya tenido el interesado; puede ser voluntaria ó forzosa, y además se les colocará en las dependencias del teatro, si lo desean, con preferencia á los extraños.” Disposición que fue violada muchas veces en años posteriores. Hay unas pocas referencias de cómicos retirados que fueron contratados como apuntadores, archiveros o ayudantes de vestuario.

Otras prestaciones fueron la Cofradía de Nuestra Señora de la Novena, que admitía a cualquier actor con un mínimo de dos años en la profesión y al cumplir seis años se le garantizaba no solamente una pensión al retirarse sino ayuda a su familia. Contaban además con una pequeña cantidad que el Municipio les otorgaba al jubilarse, y anualmente se repartían algunas cantidades como premio y estímulo a los actores que más se habían distinguido. Existió también un Montepío para comediantes y la Cofradía poseía además el Hospital de Cómicos fundado por el actor Nicolás de la Calle. Cuando de estableció la coercitiva Junta de teatros en 1800, el Montepío y demás beneficios fueron abolidos.

Pero nunca aquellos beneficios alcanzaron a las colonias. No he encontrado documento alguno, al menos en México, Buenos Aires y Cuba,  que apunte a algún aspecto de la seguridad social de los actores.

Solo en 1811 se les adjudica a los cómicos de la compañía habanera la condición de Sr. y Sra. Y hacia 1820, la de “ciudadano”,  con exclusión de las mujeres.

A modo de conclusión, aunque unos pocos actores en el mundo hispano disfrutaron de alguna bonanza, la mayoría acabó en la indigencia, como nuestro Francisco Covarrubias, quien después de cincuenta años de entrega a la escena profesional, tuvo un pobre entierro el 23 de junio de 1850 y sus amigos se vieron en la necesidad de  organizar una colecta para auxiliar a su viuda.  

Nada ha cambiado al respecto en la sociedad contemporánea. Como señalé, la seguridad social de los actores está ausente en las cuatro quintas partes del planeta. En cuanto al reconocimiento, hoy en la TV, la radio, la prensa escrita y las redes sociales se magnifican sucesos en los que intervienen artistas: escaramuzas con la ley, multas, encarcelamientos, riñas, inclinaciones sexuales, y son pasto de las lenguas que se ceban en las ocurrencias de su vida privada. Se olvida que con su trabajo alimentan el espíritu y  la sana y culta recreación del resto de la humanidad.

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