Creado en: noviembre 16, 2022 a las 09:56 am.

La Habana en mi memoria poética

[…] Si no existieras, yo te inventaría

mi Ciudad de La Habana

Fayad Jamis 

La Villa de San Cristóbal de La Habana cumple, este 16 de noviembre, 503 años de fundada; por tal motivo, quiero dedicarle este sencillo homenaje a un nuevo cumpleaños de nuestra urbe citadina, a la que amo con todas las fuerzas de mi ser espiritual.

En consecuencia, he decidido utilizar la crónica, género periodístico que se balancea —suavemente— entre el periodismo y la literatura, y que se caracteriza —en lo fundamental— por reflejar desde una óptica objetivo-subjetiva por excelencia, lo que pensamos y sentimos acerca de una persona, hecho o situación que ha dejado una huella indeleble en nuestra memoria poética, independientemente de que nuestra percepción de esa realidad lleva implícitas las huellas digitales (y el ADN) del cronista, ya que lo que escribe le brota del alma, al igual que la música y la poesía.

Ahora evoco, con no disimulada emoción, que cuando tenía 7 u 8 años de edad, mi tía materna. Sra. Elena Becerra Quintana (EPD) emigró —junto con su esposo y cuatro hijos— a la capital del país. Yo tenía con ella una estrecha relación afectiva; a partir de ese momento, comencé a decir que yo quería venir a vivir a La Habana. Recuerdo que mis progenitores me replicaban: « ¿por qué tú quieres ir para La Habana, si tú no la conoces […]?».

Mi sueño se cumplió a los 13 años de edad, en que pude visitar —por primera vez— a la hoy «Ciudad Maravilla», cuya arquitectura, así como la belleza de las calles, los comercios y los habaneros, me fascinaron desde que llegué a la carpenteriana «Ciudad de las Columnas», y por ende, me enamoré de esta populosa urbe; un amor que ha resistido los embates del tiempo, no obstante los fuertes contrastes que hoy presenta la capital de los cubanos desde todo punto de vista.

En 1974, luego de vencer los más disímiles e inimaginables obstáculos, logré mi propósito: residir y ejercer mi profesión primigenia en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, que jerarquizara —hasta agosto de 2003— el Dr. Eduardo Bernabé Ordaz Ducungé (1921-2006), comandante del Ejército Rebelde, y director fundador de esa emblemática institución de salud mental, quien me acogió como a un «hijo intelectual y espiritual». Gracias al «Espíritu Universal»  y a ese hombre excepcional, que hoy duerme el sueño eterno en un «mundo mágico» lleno de música, poesía, luz y color, a donde van los hombres buenos que —según el Apóstol— «aman y construyen», he alcanzado lo que nunca pensé que me estaría reservado mientras escribía mi leyenda profesional y personal

Vivir, amar, crear y soñar en La Habana me ha proporcionado grandes emociones y reconocimientos de toda índole: soy uno de los cuatro latinoamericanos y dos cubanos que ostenta la condición de Socio Honorario de la Scuola Romana Rorschach; fueron dados a la estampa mis libros La danza vista por un psicólogo y La danza vista por un crítico teatral. Arte danzario y periodismo cultural, publicados por Ediciones Vivarium, e incluidos en la Librería Virtual del Consejo Internacional de la Danza (CID-UNESCO), del que soy miembro activo gracias a esas dos textos que me abrieron de par en par las puertas de esa prestigiosa dependencia de la UNESCO en el campo de la danza, entre otros.

Después de 16 años de jubilado del sector salud, las estadounidenses Revista de Psicología y Estudios Psiquiátricos y Revista Internacional de Psicología e Investigación Psicológica me han designado miembro del Comité Editorial de dichas publicaciones biomédicas.

En 1999, por invitación del P. Marciano García (1934-2017), escribí un capítulo acerca del nivel psicológico de la familia cubana, en un libro dedicado a la célula fundamental de la sociedad insular, y publicado por Ediciones Vivarium. A partir de esa fecha, me incorporé a la hoy Cátedra de Estudios Vivarium, adscrita al Centro de Estudios Culturales «Padre Félix Varela», donde tuve el honroso privilegio de conocer a relevantes personalidades de la cultura cubana: el Dr. José Orlando Suárez Tajonera (1928-2008), profesor emérito de la Universidad de las Artes (ISA), el poeta y ensayista Doribal Enríquez (1948-2017), Premio Internacional de Poesía Latin Heritage Foundation,y el M.Sc. Enrique de Cepeda (1945-2018), profesor auxiliar de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, entre otros que harían interminable esta crónica.

Un párrafo aparte, merecen los vínculos profesionales y afectivo-espirituales que me unían al Dr. Eusebio Leal Spengler (1942-2020), eterno historiador de La Habana, a quien conocí en 1997, cuando le remití un artículo sobre el venerable padre Félix Varela Morales (1788-1853), quien —junto a José Martí Pérez (1853-1895) y don  Enrique José Varona Pera (1849-1933)— es una de las piedras fundacionales de la psicología cubana, para que le hiciera una valoración crítica, que —por cierto— fue muy satisfactoria y que conservo con afecto en el «baúl de los recuerdos».

Algunos años después, la Dra. Georgina Fariñas García, Jefa del Grupo UNESCO de Psicoballet y miembro activo de CID-UNESCO, me pidió que escribiera un elogio dedicado a la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), y al Dr. Eusebio Leal Spengler, por su valiosa contribución al desarrollo del Psicoballet; elogios que publicaron el Sitio Web de la UNEAC (www.uneac.org.cu) y el Sitio Web de Radio Progreso (www.radioprogreso.icrt.cu), así como el blog www.sicologiasinp.com («Nombres de la Psicología»).

Desde 2006, soy miembro activo de la sección de Crítica e Investigación de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores de Cuba (UNEAC), y desde 2019, de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC),  además de colaborador sistemático de varios medios nacionales de prensa, donde ejerzo la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural.

Por último, y no por ello menos importante, son las más de dos décadas que llevo colaborando con la nonagenaria Radio Progreso, la «Onda de la Alegría», donde he recibido grandes satisfacciones desde los puntos de vista profesional y personal, y he establecido —al igual que en la UNEAC y en la UPEC— no solo sólidas relaciones de tipo intelectual, sino también afectivo-espiritual.

Cada día me siento más orgulloso de haber adoptado —por derecho propio— la condición de habanero por naturalización, y por residir —desde hace 45 años— en una de las ciudades más bellas de Hispanoamérica.

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