Creado en: abril 7, 2021 a las 07:00 am.

Berta Martínez, honorable figura de la escena cubana

Nuestra escena ha estado poblada por personalidades cuya estela inmarcesible las hace imbatibles por el olvido. En virtud de su grandeza forman parte de un pasado y de una eternidad, de una cosmovisión y de un imaginario. Ellas se entrelazan a la memoria, amén de aceitar los goznes comunicativos entre receptores de diversas generaciones.

La actriz y directora teatral Berta Martínez, cuyo aniversario 90 conmemoramos hoy 7 de abril, engrosa la selecta parcela aludida en el primer párrafo. La fundadora de la UNEAC –además diseñadora escénica, pedagoga, dramaturga, cuentista e investigadora– representa una gloria de las tablas en Cuba, cuya trayectoria es menester recordar a la altura de tan significativa efeméride.

Esta Premio Nacional de Teatro –merecedora, entre otros principales reconocimientos, de la Orden Félix Varela, la Medalla Alejo Carpentier y la Distinción por la Cultura Nacional– ya en fecha tan temprana como los años 50 del pasado siglo marca credenciales en el teatro nacional, primero en la actuación pero además muy pronto en la dirección escénica.

El protagónico de la puesta El águila de dos cabezas, en 1959, y la dirección un año después de Santa Juana (a partir, cada una, de los textos respectivos de Jean Cocteau y Bernard Shaw) incidieron en que muchos comenzaran a mirar con atención a la joven artista nacida en Yaguajay en 1931.

Al influjo de otra grande como Raquel Revuelta formó parte de la plantilla de Teatro Estudio a partir de 1961. El paso por dicha agrupación deviene fundamental en la obra de Berta, pues intervino en verdaderos hitos de la escena nacional y su legado allí, por treinta años, constituye uno de los principales aportados por el teatro cubano del siglo XX.

Durante la década de los 60 dirigió, en ese nicho, obras de autores como Abelardo Estorino (La casa vieja); La lata de pintura (Lisandro Otero) y Todos los domingos (Antón Arrufat).

Venturosa resulta también su ejecutoria allí a lo largo del decenio siguiente, rampa de lanzamiento de puestas a la manera de La casa de Bernarda Alba, Galileo Galilei o Bodas de sangre, la cual, en consideración de la crítica especializada en la manifestación cultural, supone uno de los pináculos del arte escénico en la Isla.

La inolvidable Lala Fundora de Contigo, pan y cebolla (1964), de Héctor Quintero, bajo la dirección inicial de Sergio Corrieri -pieza que interpretaría también más adelante, por espacio de dos décadas-, constituye uno de los desempeños histriónicos más recordados del universo teatral isleño.

El crítico Norge Espinosa escribió lo siguiente de tal composición interpretativa: “Su organicidad, la limpieza en la cadena de acciones, el dominio rotundo de una técnica stanislavskiana aplicada a la representación de los gestos y rasgos de una mujer que nos identificaba desde el escenario, se volvieron míticos. Se cuenta que en la escena del almuerzo, abría el mantel sobre la mesa y cada plato y cada cubierto aparecían, como por milagro, en el sitio debido. Controlaba detalles, la enunciación: construía concienzudamente un personaje que bajo las luces se animaba en retrato vívido de lo que somos”.

Como recordara el propio especialista, no puede olvidarse, ya más adelante, trabajos de la guisa de Macbeth, La zapatera prodigiosa “y su homenaje al bufo y al género chico con La verbena de la paloma y Las Leandras, con los que cerró su trayectoria, a inicios de los 90. La frescura, gracia, chispeante humorada cubana que comentaba nuestra realidad a manera de delirantes “morcillas”, movilizó al elenco de Teatro Estudio, y luego al de la Compañía Hubert de Blanck en estas reapropiaciones de los viejos títulos, con un aire de cubanía descacharrante y nostálgica, mezclando al negrito y a la mulata de nuestra comedia nacional con las célebres estrofas que cantaron nuestros abuelos en su juventud. Nostalgia, pero museo vivo de costumbres y teatralidad latente, fueron esos estrenos. Prometió uno más, otros títulos. Nunca llegó a dirigirlos. Pero nunca dejó de ser una maestra de actrices, actores. Y de ética”.

Fallecida en la capital cubana el 27 de octubre de 2018, la respetada figura del teatro nacional, Doctora Honoris Causa por la Universidad de las Artes, estuvo junto a nuestro Comandante en Jefe, los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional José Martí, durante aquel parteaguas o instante fundacional concluido mediante sus Palabras a los Intelectuales.

Reacia al boato y a los homenajes, porque en realidad su obra misma era su propio homenaje, prestigiaba a la UNEAC, en cuyos congresos participó. Esta organización de vanguardia premió varias de sus puestas, desde la época de sus célebres montajes lorquianos. Bodas de sangre resultó Premio UNEAC a la Mejor Dirección en el Festival de Teatro de La Habana en 1980, y dos años más tarde la propia Unión de Escritores y Artistas de Cuba la honra con el Premio a la Mejor Dirección por La casa de Bernarda Alba, estrenada una década atrás. También sería reconocida por nuestra organización para 1989, en virtud de La verbena de la paloma.

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