Creado en: agosto 14, 2022 a las 02:48 pm.

Carnestolendas, carnavales o mamarrachos

Una alegoría sobre el carnaval santiaguero, de principios del s. XIX.

Las fiestas carnavalescas, puramente profanas, tuvieron su origen en algunas ciudades italianas hacia el s. XII; las primeras referencias escritas sobre el famoso carnaval de Venecia datan del s. XIV. En España se les denominaba Carnestolendas desde fines del Medioevo.

En Cuba tardaron en celebrarse por la preeminencia que la curia otorgó a las festividades del Corpus Christi, desde los primeros años de la colonización, pero tuvieron un despegue en el s. XVIII y hasta la centuria siguiente un desarrollo diverso en cada villa. Los carnavales tuvieron en su concepción claros antecedentes en el propio Corpus, en las Fiestas del Día de Reyes y en algunos casos en las de los Santos Patronos.

Como en la península, estaban supeditados de alguna manera al calendario litúrgico, se festejaban en las dos semanas anteriores al advenimiento de la Cuaresma, fecha móvil -febrero o marzo- que se iniciaba el llamado Miércoles de Ceniza. En esos días se celebraron los carnavales habaneros que alcanzaron fastuosidad por sus carrozas y comparsas en el s. XX.  

En Santiago, donde se vinculan sus famosos carnavales alrededor de la festividad de su santo patrono -en julio-, el proceso de traspaso de las Carnestolendas de febrero al verano se nos presenta bastante complejo, aunque todo parece indicar que fue el gusto popular el que obligó a las clases gobernantes a oficializar la fecha veraniega.

Según el novelista e investigador don Emilio Bacardí, las establecidas celebraciones de febrero, en el setecientos santiaguero, eran bastante aburridas: “…Esos tres días del Carnaval se consagraban meramente a las funciones de iglesia, sin que por las noches se hiciesen bailes ni se representasen comedias. En la última de las tardes de ese triduo, había mujeres tan escrupulosas que hacían pedazos las cazuelas y cacharros en que antes se cocían carnes y aves, en razón de que el miércoles siguiente, que es el de Ceniza daba principio la abstinencia cuaresmal…”.

Lo cierto es que aun habiendo celebración de Carnestolendas en el cálido invierno oriental, a mediados siglo XVIII ya hay noticias de “corridas” de mamarrachos los días de San Juan, San Pedro, Santiago y Santa Ana. Mamarrachos es el término preferido por los santiagueros para denominar sus carnavales, que alcanzaron un desbordante esplendor entre 1959 y 1990 y llegaron a convertirse en paradigma de la fiesta popular cubana.

Una noticia de 1794 sobre aquella villa nos revela que: “…El rey aprueba la medida de no permitir “se corran mamarrachos en las vísperas y días de San Juan, San Pedro, Santiago y Santa Ana por los perjuicios morales y físicos que producen”. El traslado definitivo del carnaval hacia el verano -aunque no conlleva la desaparición de las tímidas celebraciones de febrero, que quedarán en manos de la minoría pudiente- parece ocurrir entre la cuarta y quinta décadas del siglo XIX, cuando las autoridades se ven obligadas a dictar bandos para regular estas fuertes demostraciones populares.

Remedios desarrolló sus famosas parrandas en la Nochebuena, mientras que Puerto Príncipe -Camagüey- y Trinidad celebran sus carnavales desde las vísperas del San Juan.

Sobre el San Juan camagüeyano, sabemos que se origina tempranamente como parte de las festividades por las ventas de ganado que hacían en junio los hacendados de aquella región. Los jóvenes acudían a la villa antes de caer la tarde, se corrían caballos y se organizaban bailes. Ya a mediados del s. XIX, era usual llamar a aquellas fiestas “correr el San Juan”; en la ciudad se engalanaban las calles con enramadas de palma y guano; había paseos de coches y volantas, con jóvenes de familias distinguidas disfrazados de caleseros, comparsas, carrozas, concursos de belleza femenina. Entre la gente del pueblo se hicieron famosos los llamados “monos viejos”, vestidos con pantalones bombachos, camisas y medias altas de colores y largas capuchas con solo agujeros para los ojos. Llevaban cascabeles cosidos que sonaban en cada evolución y atada a la cintura una larga cola rematada con una cebolla, que utilizaban como látigo. Otra suerte de comparsa era la de los ensabanados, que salían todas las tardes hasta el 29 de junio, San Pedro; fingían llantos y expresaban sus lamentos por la muerte del Santo, a manera de entierro. Iban cubiertos casi totalmente con grandes sábanas.

Otra de las villas fundacionales, Sancti Spíritus, escogió el día de Santiago como jor­nada para sus carnavales. Hoy es su fiesta más sonada.

Transcribo una crónica sobre los mamarrachos de la capital oriental:

“En los días de máscaras, que eran San Juan, San Pedro, Santiago y Santa Ana, al amanecer el día de San Juan, se reunían en los inmediatos ríos de la población una infinidad de personas de ambos sexos y colores, y después de bañarse, entraban en la ciudad con gran algazara y alegría mon­tados en caballos, mulos y burros encin­tados, llenos de campanillas y cascabeles, por la calle de San Tadeo, y empezaba la diversión, viéndose a poco las comparsas de la caza del jabalí (el verraco), los toros, las danzas de las cintas y el complot de las brujas, que siempre atraían una multitud de muchachos.

A las dos de la tarde cambiaba la deco­ración y tenían lugar los mamarrachos a caballo y se destinaban para esas correrías las calles de Santo Tomás y la de la Luna que se llenaban de muchos espectadores, se hacían apuestas de dinero sobre la lige­reza de los caballos, y siempre ocurrían lances fatales hasta que un Gobernador los prohibió.

Como a las siete de la noche, concluía esa segunda parte de las máscaras, entonces se veían paseando por toda la población, a las hermosas cubanas montadas en sus corce­les engalanados, y muchas eran llevadas a caballo, por delante, por novios o maridos, sin que eso diese nada que decir.

Por la noche, después de las siete y media, se encendían las candeladas y fogatas por todas las calles, y aún en algunas venta­nas, que producían buen efecto, y seguían las diversiones hasta el amanecer. El traje que usaban era sencillo, las mujeres llevaban sobre sus vestidos camisas bordadas, rodeadas de bandas y cintas, la mascarilla o la cara untada de cascarilla que ya se conocía y se usaba, abundaban los recitadores de loas y comedias, las picantes ensaladillas, los titiriteros, y como había seis violines y guitarras, y con la música de la tropa que se componía de pífanos y tambores se bailaba el minué, la contradanza francesa y el rigodón, los negros franceses las tumbas y los africanos la marimba”.

Esta descripción corresponde aproximadamente al primer cuarto del siglo XIX.

De la misma manera que la festividad del Corpus Christi aportó al posterior desarrollo del teatro, así los carnavales: historias, personajes, máscaras, disfraces, decorados, música… hicieron lo suyo.

Un capero exhibe el trabajo de todo un año, en el carnaval de Santiago, hoy.

Resulta de gran valor para el estudio de este tema Fiestas populares tradicionales cubanas, recopilación de trabajos de varios investigadores, agrupados por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.

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