Creado en: mayo 5, 2021 a las 08:31 am.

Compay Segundo habla del Rey del Son oriental (II)

Cuando Cuba rinde homenaje a Miguel Matamoros (1894-1971) con diversas actividades por el Día del Son, el próximo 8 de mayo, continuamos con la segunda parte de una entrevista inédita realizada al músico y compositor cubano Compay Segundo (1907-2003), por el cronista Rafael Lam.

¿Compay Segundo, en qué momento toca usted en el mismo lugar que Matamoros?

En 1929 en la inauguración del Capitolio, un acontecimiento para la historia. Yo iba como integrante, uno de los clarinetistas de la Banda de Santiago de Cuba y al mismo tiempo como trovador sonero, junto a Los Matamoros. Fue un encargo de los que dirigían esa inauguración.

¿Después de ese acontecimiento usted regresa a Santiago de Cuba?

Regreso, pero, ya en 1934 regreso como miembro del Quinteto Cuban Stars, dirigido por Ñico Saquito. Entonces en La Habana me recomienda Enrique Bueno para que me integre a la Banda Municipal de La Habana, bajo la dirección de Gonzalo Roig. Más adelante integro también el Cuarteto Hatuey, de Justa García. Después me quedo dirigiendo y junto con Lorenzo Hierrezuelo viajamos a México.

¿Cuándo se encuentra con Matamoros en La Habana?

A Miguel me lo encuentro en 1933 en la capital, con Siro y Cuerto en los altos del Diario de la Marina, en la calle Prado, frente al Capitolio. Ya estaba ideando su conjunto para ciertas presentaciones, me preguntó si yo tenía el clarinete todavía y me invitó a integrar el conjunto. A él le interesaba mi trabajo para que le copiara su música.

¿Cuándo comienza a trabajar con Matamoros?

En 1937 Matamoros crea un conjunto, era algo atípico, cosa de santiagueros: Tres, clarinete, cuatro trompetas, un curioso violón, a veces un bacú con las maraquitas y hasta una corneta china para las congas que se tocaba en las fiestas. Llega un momento en el que utiliza un piano con las trompetas de Ramón Dorca Florecita y Carabelita, unido a mi clarinete, un sonido muy raro. Pero, te digo: Ese sonido tenía mucho aché, gustaba a todos con esa escala de efectos típicos que eran muy exóticos para mucha gente, sobre todo en el extranjero, donde eso era algo especial y único. En esa época, en el mundo, no había nada como la sabrosura de lo cubano.

¿Cuándo se integra a ustedes Benny Moré?

En 1944, Miguel lo necesitaba para sustituir su voz en algunas ocasiones en que se agotada de tantas presentaciones.

¿Cómo fue esa llegada del Benny Moré o Bartolo como se le conocía?

Chico, fue una sensación, era un poco indisciplinado, espontáneo, pero era lo más grande que se había visto en esos momentos.

¿Grabaron discos con el Benny?

Con Benny se grabó Buenos hermanos, La cazuelita, La ruina de mi bohío, Me la llevo, Qué será eso, Ofrenda criolla, Se va a morir. En total fueron diez grabaciones de la RCA Victor en 78 rpm.

¿Ya se notaban los valores vocales del Benny?

Claro que sí, el Benny nació con ese don inigualable.

Todo el mundo cree que usted integró la delegación del conjunto que fue con Benny a México, en junio de 1945. ¿Por qué usted no va a México?

Yo tenía trabajo en La Habana y no tenía necesidad de abandonar mi familia. Le dije a Miguel que la altura de México me fatigaba un poco. Ya había estado en ese país, en mi primer viaje, durante seis meses, con Evelio Machín.

¿Para terminar, cómo era Matamoros?

Era muy orgulloso, pero campechano. Él sabía que era el mejor en el Son. Muchas veces le hicieron proposiciones para comercializarlo en los Estados Unidos, creo que con la productora Wald Disney; pero no aceptó. Era tradición hasta el final.

¿Caminaba usted por La Habana con Matamoros?

Yo visitaba a Miguel desde que vivía en Regla con Juana María Casas “La Mariposa”. Llegamos a vivir cerca, yo residía en la calle Concepción de la Valla, no. 71. Él me decía que le gustaba tomarle el pulso a la calle, a la gente, era de pueblo. No utilizaba auto, dice que todos los autos de alquileres eran suyo con solo unas monedas. Tampoco utilizaba reloj, decía que utilizaba los que había en todos los comercios cubanos. En ese atapa el tiempo era oro.

Tenía malas pulgas, él decía que quizás era por la miseria que tuvo que enfrentar en su niñez y lo endureció. Por eso era muy disciplinado, en aquellos tiempos para tener trabajo había que entrar por el aro. Le hicieron muchas proposiciones de dinero y comodidades para que abandonara Cuba, pero siempre decía que nunca traicionaría su patria y que moriría en Cuba. Era un santiaguero típico indiado que se daba aires de Gardel.

Por cierto, en Nueva York, con su trío departieron con Gardel y el tanguero le encantaba el Son cubano y, sobre todo el bolero, que alguna que otra vez llegó a grabar. Le prometió que, en 1935 vendría a cantar a Cuba, pero el accidente no se lo permitió. Algunos dicen que Matamoros tenía influencias del tango de Gardel. Yo me mantuve con Matamoros durante doce años.

¿Cómo fueron sus relaciones con Matamoros en su última etapa?

En sus últimos días en Santiago de Cuba donde fue a su retiro, algo muy raro que alguien abandone La Habana; pero Miguel amaba su ciudad llena de montañas. Su primera novia Merceditas se lo llevó para allá. Eso era al final de la década de 1960, ya estaba ciego. Cuando me asomo a la ventana lo vi en pijama, le hice un chifladito que él reconocía siempre y nos identificaba.

Se levantó, me reconoció y me dio mucha lástima que estuviera en esa situación. Se me aguaron los ojos. Éramos muy amigos, compadres, me bautizo a mi hija Amparo. Recuerdo que me decía que la vejez sirve para comprender muchas cosas de la vida, es cuando de veras llegas a conocer algo a la gente y a la vida, pero sentía que ese aprendizaje llegaba algo tarde.

En ese final ya contaba con más de setenta años, que para aquellos tiempos era una edad avanzada. Estaba un poco decepcionado de muchas cosas, lamentaba después de su retiro haberse dedicado a la bebida lo cual le hizo mucho daño. Al menos tenía el privilegio y la dicha de saber que se encontraba en la historia de la música cubana, especialmente del Son.

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