Creado en: marzo 15, 2021 a las 07:52 am.

Conversando con Rogelio Rodríguez Coronel

Rogelio Rodríguez Coronel, es profesor, ensayista y crítico literario, Doctor en Ciencias Filológicas. Catedrático de Culturas y Literaturas Latinoamericanas y Caribeñas, fue decano de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana entre 2001 y 2006. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y académico correspondiente de la Academia Panameña de la Lengua.

Desde 2016 ocupa el cargo de director de la Academia Cubana de la Lengua, por lo tanto, son estas, entre otras, las múltiples funciones que desempeña Rodríguez Coronel, además de tener publicada más de una decena de libros; entre ellos, La novela de la Revolución mexicana, Novela de la Revolución y otros temas, La novela de la Revolución cubanaDe elefantes, literatura y miedo: ensayos sobre la comunicación americana, Espacios críticos y Lecturas sucesivas.

Por su trayectoria académica y científica ha recibido numerosos reconocimientos y distinciones.  Y recientemente se alzó con el Premio de la Crítica 2020 por su ensayo El rastro chino en la literatura cubana. A propósito de este lauro conversamos con el autor, quien accedió amablemente para regalarnos sus siempre sabias y amenas palabras.

Agradezco este grato momento concedido.

Recientemente ha salido a la luz por la editorial UH. tu ensayo “El rastro chino en la literatura cubana” ¿Por qué este título? ¿Con qué autores dialogas? ¿Puedes abordar de manera general acerca de esta obra?

Ese es el resultado de mi última investigación, en la cual estuve concentrado -cuando las circunstancias me eran favorables- durante varios años. Para mí era un tema bastante inescrutable porque no había sido tratado con anterioridad en los estudios literarios cubanos -como sí se había hecho con respecto a la interacción de las raíces hispánicas y africanas-, y mi formación en los estudios asiáticos era nula. Tenía que entender ese diálogo plural hacia el interior de la cultura cubana como un proceso a través de la historia y en circunstancias diversas. La presencia de los chinos en Cuba desde el siglo XIX había sido abordada por la antropología y la historia (pienso ahora en la obra de Juan Pérez de la Riva y de José Baltar Rodríguez, por ejemplo) , pero no se había estudiado desde el punto de vista literario, a no ser de manera casuística en un autor o una obra, pero incluso verdaderos monumentos como el poemario El ciruelo de Yuan Pei Fu (1955), de Regino Pedroso, eran referidos, pero nunca verdaderamente comprendidos ni aquilatados dentro de un proceso cultural sumamente rico y complejo. Pero, además, para poder explicar distintos fenómenos de transculturación, hibridación, o como quiera llamarse a ese diálogo que alcanza distintos registros, había que hacerlo desde una óptica culturológica primero para arribar después a lo estrictamente literario. Y esa cultura había que estudiarla, no solo en la manera en que se había insertado en la sociedad cubana, sino en su conformación originaria.

Por otro lado, hubo que configurar un corpus desde la aparición de una seña de ese diálogo por primera vez, cosa que ocurre en la novela Carmela (1887), de Ramón Meza, con la creación de un personaje chino, Cipriano Assam, hasta el rastro del diálogo que encontramos en una obra de Leonardo Padura, Marta Rojas o Daína Chaviano, entre otras; es decir, detectar el conjunto de textos narrativos, teatrales, poéticos y ensayístico donde poder encontrar esos rastros y sus diferentes modulaciones. El esfuerzo no fue poco, sobre todo porque debí investigar en medio de las múltiples tareas que apuntas en una pregunta anterior. No solo debí revisitar con una nueva mirada algunos textos, como Paradiso (1966), de Lezama Lima, sino exhumar o revalorizar obras, como algunos cuentos de Hernández Catá o poemas de Fayad Jamís, Miguel Barnet o Pedro de Oraá, entre otros, con la finalidad de diseñar un proceso que tomara en cuenta todos los niveles de ese diálogo conformador de una arista de la cultura cubana.

En todo este trabajo, siempre recibí el estímulo de José Antonio Baujín, el director de la Editorial UH y editor del libro. Sin su apremiante incitación, todavía estuviera rastreando.

Con esta obra has ganado el Premio de la Crítica. ¿Qué significado tiene para ti este premio? ¿Lo esperabas?


Me ha alegrado mucho haber obtenido el Premio de la Crítica con este
libro, y para serte sincero, más que esperarlo, lo deseaba porque la
investigación que tuve que realizar fue muy amplia, releer muchos
textos y también estudiar un poco sobre la cultura china, sus signos y
símbolos, sus corrientes de pensamiento. Todo eso fue muy
desafiante pues implicó adentrarme en un mundo apenas inexplorado por
mi antes y lograr determinados objetivos. Que el jurado me haya
otorgado el Premio significa que pude iluminar zonas de la
literatura cubana hasta ahora un tanto oscuras y logré comunicarme
adecuadamente. Es un gran estímulo que lectores tan competentes lo hayan valorado de esta forma.

Has recibido numerosos reconocimientos por tu trayectoria académica y científica ¿Háblanos brevemente sobre tus obras publicadas y los premios obtenidos?

Los primeros premios obtenidos fue el de crítica literaria Mirta Aguirre, en 1985, por “Controversia de ángeles”, un texto sobre la novela Temporada de ángeles, de Lisandro Otero. Y luego, en 1986, mi libro La novela de la Revoluciòn Cubana fue reconocido por el Premio de la Crítica. Este último estudio fue mi tesis doctoral, defendida en 1982. Toda mi obra de estudios literarios, sean reseñas, artículos o ensayos, está directamente relacionada con mi desempeño como profesor de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Así, entre La novela de la Revolución Mexicana (1975), publicada por Casa de las Américas en la serie Valoración Múltiple, hasta El rastro chino en la literatura cubana (2019), los ocho libros de mi autoría que recogen mis textos, más otros que prologo o he conformado como editor, tienen la función mayor de servir como apoyatura para el conocimiento y difusión de la literatura cubana y latinoamericana. Todo ello ha sido reconocido por múltiples estímulos, premios y reconocimientos, medallas y distinciones, que culminaron en la Distinción por la Educación, por la Cultura Nacional, por el Premio del Rector de la Universidad de La Habana por la obra de la vida y por el otorgamiento de la condición de Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana. Agradezco muy sinceramente estos reconocimientos, algunos inmerecidos.

Eres director de la de la Academia Cubana de Lengua, Presidente del Consejo Asesor de la Editorial Letras Cubanas del Instituto Cubano del Libro,  perteneces al Consejo Científico de la Universidad de La Habana, al Consejo Técnico Asesor de la Enciclopedia Virtual de Cultura e Historia del Caribe (EnCaribe) y al Consejo Técnico Asesor del Ministerio de Educación Superior, entre otras funciones. Puedes decirnos ¿cómo consigues llevar esta diversidad de funciones y además dedicarte a la investigación? ¿En qué crees que unas actividades afecten a las otras? ¿En qué lo benefician?

Son tantas, pero ciertamente no se atropellan porque son tareas que no se desempeñan de manera simultánea y, con organización -sobre todo mental-, se pueden asumir. Ahora, claro está, restan tiempo y concentración para el trabajo investigativo y se debe hacer un esfuerzo mayúsculo para poder cumplir. Pero te confieso que cuando estoy en la etapa final de una investigación, redactando el texto conclusivo, tengo puesto en ello todos mis sentidos y me es muy difícil concentrarme en otra cosa. Por suerte, siempre he tenido jefes o colaboradores que generalmente lo han entendido.

¿Cuáles son sus escritores fundamentales, los que en su opinión han marcado su obra?

En primer lugar, mis maestros José Antonio Portuondo, Roberto Fernández Retamar y Camila Henríquez Ureña, sin olvidar a Beatriz Maggi. Bueno, realmente sería ingrato no recordar a alguien como Mirta Aguirre y, en general, a los que influyeron directamente en mi formación en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Ellos me dieron una concepción del hecho literario, conformaron mi cosmovisión, luego enriquecida por la obra del peruano Antonio Cornejo Polar, del brasileño Antonio Cándido, y del alemán Adalbert Dessau, por solo mencionar a principales. Si hay algún acierto en mis estudios literarios, se debe a ellos.

Para un investigador o estudioso de la literatura, creo que eso es lo cardinal: una concepción fundamentada del hecho literario y sus nexos extraliterarios.

¿Cómo está enfrentando estos momentos de crisis por la situación de la pandemia?

El cierre de las fronteras por la pandemia me sorprendió en Panamá y me  mantuvo en ese país durante ocho meses. Trato de ser lo menos ansioso posible, aunque a veces no lo logre, para poderme concentrar en la lectura y en la escritura de un nuevo libro de Apreciación Literaria.

¿Qué le da miedo?  ¿Qué es lo que más le enfurece? ¿A su juicio cuál es la palabra más peligrosa? ¿Cuál la más esperanzadora?

Creo que una fuente de temor es la incertidumbre en que vivimos. Si antes teníamos ya que lidiar con las tensiones del mundo contemporáneo, ahora se suma el acecho de la Covid-19. No obstante, creo que la esperanza nos ayuda, sin ella no pudiéramos vivir.

¿Qué le aconsejaría a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?

Constancia y amor.

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