Creado en: julio 10, 2021 a las 07:41 am.

De viaje con Nicolás

Nicolás Guillén y Heriberto Feraudy/ Foto del autor

Invitado por la Asociación de Amistad Japón-Cuba, en abril de 1978, viajé a Japón acompañando a nuestro Poeta Nacional Nicolás Guillén y a su esposa Rosa Portillo.

Llegué a Guillén a través de su Elegía El apellido. Fue también la primera vez que me pregunté por mis raíces. Pienso que la lectura de esta obra significó mucho en mi formación cultural.

Impactado por la poesía guilleniana, un día de la década de los sesenta, siendo dirigente estudiantil en la Universidad, me presenté en su oficina para solicitar que nos escribiera un poema con motivo de un Congreso de Juventudes Latinoamericana que se celebraría en La Habana.

Guillén nos complació, pero el poema nos defraudó.

Después de cada verso se repetía:

Juventud por la paz,

Por la paz juventud.

No nos servía. Era la época en que en la Universidad de La Habana abogábamos por la violencia revolucionaria contra la violencia contrarrevolucionaria.  Los tiempos de las guerrillas en Venezuela, Colombia, Guatemala. Tiempos donde no había más paz que la de los sepulcros.

Mi nuevo encuentro con el poeta me resultaba difícil. Se trataba de coordinar con él todo lo relacionado con su visita a Japón, invitado por la Asociación de Amistad Japón-Cuba. Yo era un simple funcionario del ICAP y del poeta se comentaba que tenía un carácter algo especial. Incluso por la Presidencia del ICAP se me daban la tarea de contactar con él debido a cierto ruido surgido en el sistema, como se decía entonces.

Afortunadamente, todo fluyó dando lugar a una relación que se convirtió en amistad y verdadero afecto y que duró hasta los últimos días de Guillén.

Una de las características del poeta, así yo lo llamaba, era su rechazo a la guataquería. Era renuente a los elogios desmedidos y fuera de lugar. Le agradaba la conversación sencilla y espontánea, coherente y objetiva, las respuestas que fuesen concretas y precisas. Cuando conversaba te observaba con una mirada inquisitiva como diciendo ¿Y éste quien es, o por dónde viene?.

Casi siempre sabía imprimirle una dosis de buen humor a las charlas que nunca dejaban de ser amenas, agradables e instructivas. Sí, porque de Nicolás Guillén siempre se aprendía.

Diversos obstáculos tuvimos que superar para lograr la realización de la visita.  Por una parte los compromisos del poeta, problemas de salud, estados de ánimos, etc.

Por fin, el 6 de abril de l978 llegamos a México a las 12 y 45 de la mañana en tránsito hacía Japón, Nicolás Guillén, Rosa su esposa y el que escribe.

Nos recibió al Embajador cubano y su esposa, quienes ofrecieron a Guillén y a Rosa la residencia como alojamiento. El poeta  no aceptó sugiriendo alojarnos en un hotel que él conocía, el Hernán Cortés.

Al llegar al hotel no existían habitaciones disponibles. Se trataba de un hotelito muy sencillo y de construcción antigua, situado cerca de un monumento erigido a José Martí.

Nos alojamos en el hotel Del Prado.

En horas de la mañana, después del desayuno llamé por teléfono a Fayad Jamís, consejero cultural, quien me informó que los periodistas estaban presionando para tener un encuentro con Nicolás y que él estaba en espera de unos libros del poeta, los cuales se encontraban en mi poder.

La esposa del Embajador llamó para decirle al poeta que nos recogería para almorzar en la residencia. Mientras esperábamos por la embajadora nos pusimos a conversar. Guillén se refirió a las divisiones que entonces estaban afectando al Partido Comunista francés, y comentamos algunas de las noticias del periódico mexicano “El Día”.

La embajadora se demoraba y el apetito aumentaba. Rosa se impacientaba y el tiempo transcurría.  Quise llamar por teléfono a la embajada, pero el poeta sugirió que debíamos esperar.

Rosa volvió a plantear que debíamos ir en busca de un Restaurante.  Guillén dijo: Calma.

  • Nicolás, no resisto más esto -.
  • Calma, señora- volvió a sentenciar el poeta.
  • Calma no, esto es una falta de consideración-.

Después de esperar casi dos horas Nicolás decidió abandonar el Hotel en busca de un restaurante, no sin antes dejar una nota en la carpeta informando nuestra decisión de salir a almorzar.

Hacía un frío intenso y yo sentía como las suelas de los zapatos se me humedecían. De nada valía aquello que me habían dicho de que en México podía hacer frío en una acera y calor en la otra.  Después de haber avanzado unos cuatrocientos metros a lo largo de una calle embaldosada y húmeda, Nicolás se detuvo de repente y mirándonos fijamente con un destello de preocupación exclamó:

  • Señores, debemos regresar al Hotel.

A Rosa por poco le da un patatús. Su mirada al poeta fue como dos puñales que trataban de acribillarlo. No sé por qué me vino a la mente un poema del propio Nicolás, uno de cuyos versos dice:

– Dorón, dorondo,

de un negro hambriento

yo no respondo.

Sin pronunciar palabra alguna, retornamos hasta la carpeta del hotel, donde el poeta solicitó al carpetero la nota que recientemente le había entregado, dirigida: Al chofer de la señora embajadora. Rompió dicha nota y solicitó le facilitaran otra hoja de papel donde escribió algo.

En silencio emprendimos nuevamente el mismo camino que habíamos transitado. Ya sentados en la mesa del restaurante y algo restablecida la calma le dije a Guillén:

-Poeta, usted me perdona si peco por indiscreto, pero por favor ¿Por qué regresamos al hotel?

  • Mire joven, ¿Cómo es tu apellido ¿Feroudí.., Ferrandy?-
  • Feraudy- Le respondí
  • ¿Es de origen francés?
  • Realmente no lo sé, poeta-
  • Pues mire joven Feraudy resultaría de muy mal gusto el dejar una nota escrita dirigida al chofer de la esposa del señor del Embajador. Debido a que quien iba a recogernos era la señora en persona, lo apropiado es dirigirle la nota a ella y no al chofer. Y entonces escribí: “A la señora Embajadora”.  Esa fue la razón del volver.
  • ¿Complacido? –

Esa era la ética de Nicolás Guillén.

Un día, ya en Japón, después de la cena, nos quedamos conversando en el hotel Nicolás, Rosa y yo.

El poeta se refirió a sus vivencias parisinas durante el tiempo en que residió en aquel país e hizo algunas reflexiones sobre el quehacer cultural actual en Cuba.

En un momento traté de persuadirlo para que respondiera las preguntas del diario Asahi Shimbun y el Akahata. Le expliqué la situación que estaba confrontando con los organizadores del programa y de lo cuidadoso que estaba tratando ser y que a mí me gustaba llamar al pan, pan y al vino, vino.

  • -¿Conoces de donde viene esa expresión? – Me dijo con esa mirada picarona que solía poner cuando de broma o ironía se trataba. 
  • – No-.   Respondí.
  • – Pues mire usted, había una vez un príncipe que residía en una mansión muy lujosa donde se hacía acompañar de un bello perro llamado Albino.  Un día el príncipe, que por cierto tenía un genio que le zumbaba el mango, sale al jardín en busca de su noble perro sin encontrarlo.  Desesperado comienza a llamarlo:

– ¡Albino!-

– Y de Albino nada –

– ¡Albino! –

– Y Albino no aparecía –

-¡Albino!  Y Albino sin aparecer-

  • – El Príncipe, ya cansado, y sin poder controlar su mal genio sacó su revólver y… pan, pan.
  • Y al ¡pan, pan!, Albino, vino.

Nada, cosas de Nicolás.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *