Creado en: septiembre 12, 2022 a las 04:06 pm.

Dos Malawi Capote para una entrevista

Casi mágica, con el sonido de los aplausos aún revoloteando sobre los asientos y la atmósfera semioscura del cine teatro Juárez, de Artemisa, fue mi cita con Malawi Capote González. Aún transpiraba por el ejercicio de la función recién concluida, pero me sonrió cómplice y dispuesta. Con ella viví la experiencia de una metamorfosis. La vi llorar, reír, irritarse  y demostrar la más genuina ternura. Fue como si la actriz y directora de la compañía de teatro infantil Los Cuenteros asumiera dos personajes. En ese itinerario de luces y sombras, de insatisfacciones y premios me sumergí por un rato y ante mi asombro,  la artista comenzó a emitir una luz que aún no puedo decir si emergía de sus ojos o de su alma expuesta  con sinceridad.    

― ¿Cómo defines a Los Cuenteros?

―Para mí la definición de Los cuenteros en una sola palabra es Entrega. Creo que 53 años de trabajo lo demuestran. No hubiera sucedido todo lo que ha sucedido ni contaríamos con el reconocimiento que hoy tiene la compañía  si no hubiera una entrega total de cada uno de los que la integramos, desde la empleada de limpieza hasta la dirección. Todos los actores llevamos más de 10 años en el grupo, pero  la entrega ha sido fundamental.

Para nadie es un secreto la situación que tiene el país y la situación en la que siempre ha estado esta compañía. A 53 años de fundados no tenemos sede. Hemos saltado barreras, tropezamos, nos levantamos, volvemos a empezar… Pero  siempre con la entrega a nuestro público, el compromiso con el teatro, el compromiso con la gente que viene a disfrutar de lo que haces y no tiene por qué saber de esas necesidades. Esa es nuestra función: Entregarnos, complacer, brindar, ofertar belleza, ética, razonamientos, enseñanzas.

―Las artes escénicas tienen la limitación de ser efímeras. No sucede con ellas como con la literatura que queda en un libro o la pintura en un cuadro. En Artemisa siempre han sido la manifestación artística más deprimida. ¿No hay talento en la provincia para estas especialidades?

―No sabría darte una respuesta. No creo que sea falta de talento. Quizás falta de intencionar, de dirigir más acciones a rescatar el teatro como manifestación. No es un problema de Artemisa como provincia. Cuando pertenecíamos a La Habana tampoco hubo nunca un movimiento teatral fuerte.

Tampoco me parece que sea un problema de carencias o necesidades sino que ha faltado el propósito o el objetivo firme de rescatar el teatro. Estoy convencida de que talento hay. Ahora mismo tengo más de 30 niños en el taller de creación de títeres y ese es un ejemplo de lo que puede hacerse.

Es muy triste, pero el teatro de adultos en la provincia está en cero y hay muchos jóvenes haciendo teatro o con ganas de hacerlo. Creo que vale la pena una mirada firme. Decir: Esto hay que transformarlo, apoyarse en las instituciones, en la Uneac, buscar caminos para rescatar el teatro. Hoy en Artemisa solo estamos Los Cuenteros y en muy malas condiciones.  

― ¿Qué significa para Malawi la responsabilidad de dirigir un grupo de teatro para niños con un legado tan grande? ¿Cuánto demanda de ti?

―Demanda mi vida. Si yo no le pongo mi alma, mi corazón, mi vida, toda mi fuerza a esto, quedamos en el camino. Primero me siento, como hija de los fundadores de la compañía, como otra madre de Los Cuenteros. Me siento con la responsabilidad de dar la leche, cambiar los pañales y dormir al niño. Así siento al grupo porque mis padres Julio Capote y Graciela González lo crearon, lo fundaron, lo hicieron.

Luego Félix Dardo, un director de 42 años frente a esta compañía le dio una estética, una poética, un nombre. La responsabilidad de mantener esa trayectoria larga me llega a mí de sorpresa. Siempre fui una actriz consagrada a mi trabajo y sin él no sé qué hacer. Pero cuando Dardo enfermó y falleció todos me decían: Tienes que asumir, te toca.

No me lo esperaba. Asumí porque no podía dejar que la compañía muriera, porque Los Cuenteros hemos defendido a capa y espada el teatro de títeres en Cuba. Es una compañía que ha defendido el teatro tradicional de retablo, que tiene una identidad artesanal, que ha logrado una poética que lo define y lo hace resaltar dentro del movimiento teatral cubano. Hablar de Los cuenteros es hablar de espectáculos  de gran formato que ya no existen. Hace poco en el Festival Internacional de Títeres, conversaba con el maestro René Fernández, Premio Nacional de Teatro, y me decía que nuestro grupo era la única compañía que quedaba en Cuba, dentro del movimiento titiritero. Ese concepto de teatro grande lo tienen Los Cuenteros y hay que cuidarlo. Hay que salvarlo. 

El tema de la sede nos afecta pero no nos ha detenido. En medio de esa realidad buscamos alternativas. Si hay un espacio pequeño damos funciones por escuelas. Traemos un aula a nuestro espacio limitado. No se puede perder la fe, la esperanza, el amor. Pensamos en los niños a los que les ha tocado vivir tanta tristeza con dos años de pandemia. Creo que nosotros somos los encargados de que no dejen de soñar ni de creer ni de reír.

―La compañía ha conquistado muchos premios. ¿Cuál atesoras con más cariño?

―Es cierto que Los Cuenteros tenemos muchísimos premios. Están los del Festival Nacional de Teatro, premios de la Unión Internacional de la Marioneta (UNIMA), premios Villanueva, premios de actuación, premios de música y otros cosechados durante los años de trabajo. Pero existen dos que tienen una relevancia peculiar.

Uno lo recibimos en el año 1994 en un Festival de Teatro en Guanabacoa, donde estaban el jurado del evento y el jurado de los niños. Ese año los niños le entregaron el premio a la obra Romelio y Juliana. Ese es un premio más que importante porque nuestro trabajo va dirigido a ellos. Yo disfruto cuando un adulto viene y nos felicita, pero agradezco cuando un niño se acerca para abrazarnos y decirnos que le gustaron los títeres porque para ellos va dirigido nuestro trabajo.

El otro no es un premio sino un reconocimiento. Cuando el grupo cumplió 50 años de trabajo, los niños de San Antonio de los Baños nos entregaron un afiche grande donde hay un títere gigante con las manos abiertas y en cada dedo había otro títere imitando a cada actor. En el corazón estaba mi rostro. Eso para mí es algo inolvidable. 

Los cuenteros también tienen la Orden Centenario de José Martí, hemos sido vanguardias nacionales durante 20 años, tenemos premios de la crítica especializada, pero estos premios a los que me refiero  son los premios del amor verdadero, de la gratitud.

― ¿Cuánto afecta al grupo no tener una sede?

―Nos limita la creación. Pudiéramos hacer cursos y talleres por edades. Impartir un taller sobre la historia del teatro de títeres, sobre la construcción, sobre varias técnicas de manipulación de títeres, de preparación física para el actor titiritero. Eso nos daría la posibilidad de desarrollar en los niños de San Antonio de los Baños la inquietud para seguir este camino.

Una sede también nos permitiría invitar a otros grupos de teatro del país cuando están de gira. Hoy el púbico de San Antonio de los Baños se pierde esos espectáculos. Eso lo sufro mucho. Cuando disfruto una buena obra pienso en el bien que les haría a los niños o a los adultos de mi terruño. Soy muy feliz con el amor de nuestro público pero me gustaría que conocieran otras propuestas y que crecieran sus conocimientos sobre los títeres y sobre el teatro en general.

― ¿Qué le aporta el teatro de títeres a la infancia?

―Les aporta mucho. El teatro de títeres educa, crea valores. Ya no se trata de un teatro superficial con el perrito y el gatico, aunque hay que tener en cuenta las edades, los intereses y la capacidad de los niños para comprender en cada espectáculo. Creo que el teatro de títeres hoy tiene un papel importante. Se tocan temas como las relaciones de pareja, la discapacidad,  la homosexualidad. Los Cuenteros estrenamos hace poco el espectáculo Cyrano y la madre de agua, del dramaturgo matancero Ulises Rodríguez Febles, que trata el bulling y la relación de una persona con capacidades diferentes con su familia o algo tan sensible como la muerte. Son cuestiones  que se les pueden llevar a los niños a través del teatro de títeres de una forma poética, hermosa.

Yo creo que los títeres muestran caminos, enseñan, despiertan sensaciones y hacen mucha falta. Cuando nos presentamos en la sede de La Colmenita en el Festival Internacional de Teatro de la Habana, la televisión nacional entrevistó a los niños y uno se daba cuenta de que los pequeños comprenden el espectáculo, lo viven, lo disfrutan, se ríen y lloran con los personajes. Eso es bello y nosotros somos responsables de que esa belleza no muera nunca.

El cine teatro Juárez se hace pequeño para  el corazón de Malawi Capote. Se hace estrecho para contener a la entrevistada amorosa, que se acerca el pañuelo a los ojos al recordar el abrazo de un niño, la ocurrencia de otro. Se vuelve una pieza minúscula ante el derroche de amor  de entrega de esta directora apasionada, que ya no sé si maneja los títeres o es manejada por sus muñecos.

La otra Malawi, la que se apaga ante la realidad de no poder hacer más por su público. La que sueña una sede que le permita multiplicar felicidad y sueños en su tierra  bendita por la tradición y la cultura, se apoca por momentos, casi desaparece ante mis ojos, se vuelve una lágrima.

Las dos se funden en la despedida y las veo alejarse, se pierden tras el retablo aún de pie en el centro del escenario. Apresuro mis pasos por pudor y dejo atrás el edificio. Sé que a Malawi y a su compañía los encontraré otra vez, muchas veces, detrás de un trozo de tela negra, con un títere en las manos, con una sede segura en el corazón de los niños.          

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