Creado en: agosto 12, 2022 a las 09:01 am.

Eduardo Arrocha, un maniático in extremis

El diseñador Eduardo Arrocha. /Foto: Ricardo López Hevia

Tres, cuatro, cinco de la mañana, y para él es como si solo estuviese oscureciendo. Cuando se sienta a concebir una obra, cae «en trance»; se olvida de que hay que «comer, bañarse, vestirse»… se entrega totalmente frente a la mesa de dibujo, rodeado de bolígrafos, cartabones, lápices, bocetos, temperas y gomas de borrar.

Cuando se trata de diseñar para la escena, esa pasión que desde hace más de seis décadas le sacude las sienes, Eduardo Arrocha se convierte en «un maniático in extremis» que pertenece a la era analógica.

«Esa forma que tengo es de hace 50 años, y hasta más. Lo que hago y escribo está signado por el trabajo manual. Podría tener todas las conquistas tecnológicas que se han alcanzado, pero mi método es así: un contacto directo con los materiales de los cuales me valgo».

Y aunque haya quien le diga que esa es una manera «muy primitiva», él está convencido de que se muere si tiene que diseñar en la computadora.

Obras de las artes plásticas; diseño escenográfico y de vestuario para danza, teatro, cabaré, cine, televisión, carnavales, conforman la trayectoria de este «todoterreno», único cubano galardonado con tres premios nacionales: Teatro (2007), Diseño (2013) y Danza (2022).

«A los siete u ocho años ya yo estaba muy preocupado por el color, por las formas», asegura, a la vez que recuerda un momento especial de su infancia: la imagen de la asunción de la Virgen María, en Guanabacoa, su terruño natal.

La imponencia de la patrona que, a tamaño natural se erguía frente a él, y su vestuario, marcaron para siempre el quehacer creativo de Arrocha, quien aun cuando no practica ninguna religión, sí ha estado vinculado –mediante sus obras– con las que coexisten en Cuba.

Precisamente ese interés por las texturas y tonalidades lo llevó, a instancias de su madre, a entrar en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, donde «me buscaba a veces el odio de mis compañeros, porque los profesores no acostumbraban a ver tanta pasión por los estudios, entonces decían: ¿Eso que lo ilustre el señor Arrocha? Y yo pensaba, parece que sí, algo tiene el agua cuando la bendicen».

Del profesor Carmelo González aprendió sobre el compromiso y la honestidad. «De ahí le viene el agua al coco», asevera. Otro de los imprescindibles en la lista de las figuras que han dejado su huella en la impronta de este artista es Ramiro Guerra. Al Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba, ingresó como jefe de escena y terminó diseñando toda la producción de la compañía durante unos 50 años.

Con Ramiro «tenía muy bien definido el concepto de cómo es el trabajo entre el coreógrafo y el diseñador». Ambos formaron un binomio histórico: El padre de la danza moderna «era empecinado», mientras que Arrocha es «dúctil, tengo que convencerte con mi diseño».

Unos 178 trabajos para alrededor de 70 coreógrafos conforman su universo danzario. «Si no es un récord es un buen average. Tengo una identificación muy grande con el diseño para esa manifestación, dicen que soy el decano, y creo que es verdad, porque estoy cerca de los 90 años; entonces mi opinión, si no es decrépita, al menos es especializada».

The best y Carbono 14 son algunos de los calificativos que se ha ganado este artista transgresor, de verbo fácil, trazos provocativos y diseños delirantes, que en el plano personal se define como «un tipo cariñoso, amante de la verdad por más dura que sea, y siempre dispuesto a ayudar».

Uno visita su casa, en Alamar, y piensa que está dentro de un tornado de creaciones artísticas, en un museo valiosísimo que pide a gritos ser descubierto, en el mundo que inspira a Arrocha. Pero su verdadero tesoro está en su mente, brillante e imaginativa como solo puede ser la de un genio capaz de transformar las elucubraciones de coreógrafos y directores en verdaderas obras de arte.    

(Tomado de Granma)

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