Creado en: mayo 29, 2021 a las 08:33 am.

El centenario de Octavio Smith

Por Roberto Méndez Martínez

En la antología Diez poetas cubanos, compilada por Cintio Vitier y aparecida en 1944, se presenta así al escritor Octavio Smith Foyo (Caibarién, 1921- La Habana, 1987):

Espíritu retraído, católico de fe profunda y viviente, realiza desde hace años una obra poética en la que advertimos el sutil y obstinado avance de su idioma hacia una esfera totalmente propia, caracterizada por la aguda incineración de los sentidos en un fervor ascético.

El joven Smith se trasladó en 1935 a La Habana con el resto de su familia. Atrás quedaba el hogar donde leía sus primeros versos al resto de la familia y contemplaba, desde una galería encristalada, el mar. La nostalgia por esos primeros años de vida le acompañaría siempre y motivaría el más conocido de sus poemas, “Casa marina”:

Casa marina, iridiscente tuve,

sienes tersas para la amiga linfa sigilosa

del aire en la ferviente galería,

su azuleante, vivaz, rizado colmo.

En 1938 matriculó Derecho en la Universidad. Tan importante como la preparación en el ámbito de las leyes, fue su encuentro en los corredores universitarios con otros jóvenes, con quienes compartió sus inquietudes poéticas: Fina y Bella García Marruz, Cintio Vitier y Eliseo Diego. Años después confesaría que veía pasar también a Lezama por la Colina, pero nunca se atrevió a acercarse a él, aunque leería, apenas aparecieron, su Muerte de Narciso (1937) y Enemigo rumor (1941), que dejaron una impronta decisiva en su obra.

Formó parte de la tertulia que se reunía en casa de las hermanas García Marruz en Neptuno 308 – altos- y fue uno de los gestores de la revista Clavileño, donde publicó su soneto “Hay un brumoso vuelo de paloma” y “La pregunta de San Pedro”.

Al graduarse de Doctor en Derecho Civil en 1942, comenzó a trabajar en el bufete de su padre, en Empedrado 217 (bajos), donde después quedará ubicada su propia notaría. Precisamente, unos trámites legales lo llevarían a conocer al también abogado Lezama en el Castillo del Príncipe, donde este último trabajaba. Poco tiempo después, este lo invitaría a colaborar en la recién estrenada revista Orígenes.

Fue uno de los colaboradores más constantes de esta publicación, de hecho, poemas suyos aparecieron en seis de sus números (6,12, 19, 23, 33 y 35), en el período 1945-1954. Más aun, puede señalarse que los textos allí editados eran la base para los tres volúmenes de poesía que daría a la luz a lo largo de su existencia: Del furtivo destierro (1947), Estos barrios (1966) y Crónicas (1974). Además, el primero de estos conjuntos apareció bajo el sello de Ediciones Orígenes.

Del furtivo destierro está compuesto por diecisiete poemas agrupados en cinco secciones. Es un cuaderno de sabor intimista, absorto, que se distingue por el énfasis puesto en el lenguaje, que contempla, fabula, describe, con una voluntad preciosista, las vivencias del poeta. Se diría que las esmalta para fijarlas como una obra plástica. Llama la atención la prodigalidad de la adjetivación, que será un rasgo de su estilo tanto en sus versos como en las obras en prosa.

En él han dejado huellas notables sus lecturas de Góngora y otros autores del Siglo de Oro español, poetas franceses del XIX, desde el misterioso Aloysius Bertrand hasta Baudelaire y Mallarmé, así como Casal, Darío y, desde luego, la poesía de Lezama de esos años. Es poesía suntuosa y estática, un poco en el ambiente de la pintura de Amelia Peláez y René Portocarrero. Así lo demuestra este cuarteto de las “Estrofas por la bella durmiente”:

Profuso en frondas entrelazadas crece el tiempo, paso a paso

te funde a parques del pasado como a concluso lienzo

sin resquicios para el temblor hialino de tu espera.

Errante lo umbroso blande el mudo espejo de su angustia.

En 1960 publicó en la revista Islas el ensayo “Liturgia, Poesía y Mundo” que es, a mi juicio, una muy atendible poética explícita, apoyada en su búsqueda ansiosa de las más alta belleza y en la trascendencia sustentada por su fe cristiana. Es esta una de sus prosas más notables:

Pero, junto al árbol, en el fresco mediodía, bajo la luz monástica, está hecha ya la opción. No interesan las detenciones o morosidades de la voluptuosidad, sino el secuestro y usurpación que entraña de la belleza del mundo. Interesa la continuidad de un crecimiento, un ahínco mayor aun que la suma de las voluptuosidades. Interesa no morir nunca y más que eso, que no muera ninguna criatura amada. Es la poesía asumida en el orden de la caridad y en la salvada voluntariedad de la liturgia.

En 1966 ve la luz Estos barrios, en las Ediciones La Tertulia, dirigidas por Fayad Jamís. La mirada del poeta ha encontrado una ventana para ir de la interioridad al ambiente de los parques de barrio. El estatismo del cuaderno anterior viene a ser sustituido por la dinámica de una especie de teatro de cámara, reforzado por la presencia de escenas dialogadas en verso, como la que ocurre entre Anna y Jeanne, al final de la segunda parte, o entre el Viudo y la Hija, en la quinta sección. Se ha moderado en el lenguaje la excesiva adjetivación y este ha ganado en flexibilidad y capacidad comunicativa, en la medida en que se ha abierto a ciertos rasgos coloquiales.  El cuaderno no está concebido como una reunión de poemas aislados, sino como una especie de suite musical para ser ejecutada en el ambiente nocturno de un barrio de la ciudad.

Su último libro de versos, el de madurez, Crónicas, fue una rareza absoluta cuando se publicó en 1974, en medio de un ambiente dominado por la poesía conversacional y prosaísta, lo que convertía en una rareza a versos como estos:

Hierve el sagrado cieno de la luna en mi patio

bajo los toscos plátanos de paz supersticiosa.

Moras junto a la estatua exaltada, oh mortecina,

oh pompa sofrenada por ascuas taciturnas.

Jorge Luis Arcos ha señalado la presencia de “una rara sensibilidad” en los versos de Octavio que lo convierte en “uno de los más extraños poetas cubanos”. Mientras, Enrique Saínz ha destacado la “comunión secreta entre el objeto contemplado y el centro creador del poeta. Las figuras se han quedado suspendidas en el aire con un gesto atento o gracioso.”

El escritor trabajó en su notaría hasta 1968, cuando pasó a trabajar en la Biblioteca Nacional. Allí lo conocí, en su recoleto cubículo de la Colección Cubana, rodeado de los números de La Habana Elegante y siempre dispuesto a conversar sobre rarezas literarias o a aconsejar sobre el empleo provechoso del tiempo. Allí se mantuvo hasta su jubilación en 1983, eso le permitió realizar valiosas investigaciones sobre la obra de Luisa Pérez de Zambrana y su menos conocida hermana Julia Pérez Montes de Oca, documentar a la figura fantasmagórica de Santiago de Pita, supuesto autor de El príncipe jardinero y hasta escribir un ensayo sobre la poesía de Luis Cernuda, que es uno de los más profundos y desprejuiciados escritos en la Isla sobre el autor de La realidad y el deseo.

Trabajó durante décadas en un texto de narrativa lírica, que llamó Andanzas, en el que un personaje llamado Pablo Ázimo, nacido en uno de los poemas de Crónicas, desplegaba una existencia andariega entre los Países Bajos, Roma y Aviñón, en una época fabulosa, mezcla de los siglos XVI y XVII, vista a través de los pintores de aquel tiempo, desde Metzys hasta Hobbema o Rembrandt. Lo descriptivo tiene en el pequeño volumen mucho más peso que las peripecias. El medio centenar de páginas hace pensar en que el escritor quiso forjar una novela o noveleta en lenguaje marcadamente esteticista, al modo de narraciones modernistas como Lucía Jerez de Martí y Mozart ensayando su Réquiem de Tristán Medina. Al parecer, el empeño quedó trunco.

En la sombra han quedado sus obras de teatro, que Iván González Cruz compiló en un número de la revista Albur (enero, 1992) y aunque alguna fue representada por aficionados hace décadas, dirigida por Eliseo Diego, no han encontrado un investigador o grupo teatral que las ofrezca a los espectadores de hoy.

En 2015, Enrique Saínz compiló en el volumen Obras toda la poesía de Octavio publicada en libros, Andanzas y algunos de sus ensayos principales. Falta ahora el balance, detenido y sustancioso, del legado de este autor, que contribuyó decisivamente al prestigio literario del ya mítico grupo Orígenes.

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