Creado en: febrero 11, 2021 a las 08:08 am.

El pendón que nos define

Dos de los destinos más terribles para un ser humano son ser esclavo o traidor. Nuestros ancestros lo entendieron bien.

Ellos sabían que el premio de los imperios a sus colaboradores es el desprecio, desde la era romana. Por eso entregaron fortunas, haciendas, lotes a favor de la causa independentista. Por eso prefirieron ver morir a sus hijos que traicionar a su Patria. Por eso no firmaron pactos espurios que deslegitimizaban nuestra vocación de autoctonía. Por eso abandonaron a sus parejas la misma noche de bodas, cuando fueron llamados al combate. Por eso algunos no vieron ni siquiera salir el retoño del vientre de la amada. Por eso les sacaron ojos y cortaron testículos a jóvenes casi adolescentes.

Por eso nuestros bisabuelos se lanzaron con dos machetes viejos contra batallones de infantería equipados con armas largas y municiones de última generación en su momento. Y cuando les ganaron, fueron consumidos por el imperio mucho más poderoso de USA, taimado con nosotros desde entonces y antes.

Cubanía entraña conocer, bien, lo anterior; pero, por sobre todas las razones, es amor y merecimiento hacia y para con la Patria. Eso precisa introducirse en la sangre desde que el ser humano comienza a razonar, por los padres y por los maestros.

Si bien a la mayoría nos resultará imposible desligarlos del proceso social que por primera vez en la historia logró emanciparnos en tanto pueblo y -en realidad-, se funden, consolidan y se comprenden sus verdaderos sentidos en el tiempo histórico de la Revolución Cubana, el Himno y la enseña patria nacen con nuestros tatarabuelos de todas las razas y extracciones sociales, unidos en el sagrado ideal común de ser libres. Van irremisiblemente ligados a la evolución de la identidad y del pensamiento de nación.

Así, si es hijo de esta tierra, transmitir a sus hijos el amor y el respeto a la Bandera Cubana no tiene que ver con que usted sea fidelista, revolucionario; no le interese este sistema; pase de él; sea “apolítico”, desarrolle su existencia en el exterior; viva en un palacio o en una covacha. Podrá no compartir la ideología de la Revolución Cubana de a pleno o acaso estar en desacuerdo con varios de sus postulados, pero la Bandera va muchísimo más lejos en el tiempo que ese proceso.

La bandera es blasón e hidalguía, cénit de un concepto ético, elemento cardinal en el delineado y ubicación del universo histórico-geográfico-social de los connacionales.

Representa la enseña nacional emblema de esa independencia por la cual nuestros tatarabuelos, abuelos, parientes murieron o lucharon a través de los múltiples procesos que enhebraron la riquísima gesta libertaria patria.

Cuando caía en combate el encargado de conducirla, otro tomaba su puesto. La bandera nunca puede estar en el piso ni ser mancillada.

La bandera es como la madre y la patria. Solo existe una, hospédate cual país hospédate. La bandera es principio, nunca negociado. Se le honra; no se le denigra.

Constituye causa sagrada de unión e identidad nacionales. Y se le humilla cuando la prefieren por otra, mucho más si es la del imperio que ha asfixiado el cuello de tus hijos durante 63 años; cuando la emplean con fines opuestos a su esencia en contenidos audiovisuales o proyectos pseudoartísticos; cuando es arrastrada miserablemente por las calles de Miami, la ciudad del odio, esa desde donde algunos cubanoamericanos extremistas hacen todo lo posible por aniquilarnos, aunque digan que lo que quieren es “defendernos”.

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