Creado en: julio 17, 2022 a las 08:32 am.

En Matanzas, un Anaquel para salvar la escena

Las artes escénicas tienen la maldición de la instantaneidad. Mientras la literatura se queda en libros, la música en grabaciones  y la plástica en cuadros o esculturas, las obras representadas  gozan de ese don de emocionar en el momento, efímera cualidad que nos marca para siempre más allá del aplauso. Por eso la necesidad de perpetuarlas. Por eso se precisa documentar su historia y hacer justicia a actores, obras, grupos, movimientos. A ese empeño  se consagró la Casa de la Memoria Escénica de Matanzas, con el auspicio del Centro Provincial de las Artes Escénicas.

Ulises Rodríguez Febles le hizo honor a su nombre en la organización del II Concurso de Documentales sobre la Escena El Anaquel. No fue la búsqueda idílica de una Ítaca lo que motivó este viaje. Fue el viaje mismo hacia un pasado que corre el riesgo de perecer el que avivó la llama de los creadores y los llevó a dejar, en el formato audiovisual o sonoro, el testimonio aún pobre de un fragmento de historia.

En Matanzas se contó a un Milanés de verso y raíces en la autorizada voz de su biógrafo Urbano Martínez Carmenate. Se degustó, la puesta  sonora de D´ Morón Teatro en sus tres décadas de caminar las calles y hacer realidad una utopía a su modo de caballeros andantes y con acompañados de muchos Sanchos. La pequeña pantalla develó a El Mirón Cubano con su vacuna de alegría recorriendo las calles en los días tristes de la pandemia. Puso de manifiesto la vocación salvadora del arte  y en dos tiempos Santiago de Cuba subió a las tablas a Ana María Blanca Agüero y a Berta Armiñán  en un necesario  y justo rescate de sus huellas para la posteridad.

El Anaquel atestiguó la enjundia de Rogelio Meneses, viva en el teatro santiaguero. Lo vio contado en sus amigos, sus compañeros, su  obra. Se emocionó con los múltiples guiños de piezas antológicas de la escena nacional y supo del teatro transformando  humedales en la  Ciénaga de Zapata, donde Korimakao pasó de ser el sueño de Manuel Porto a erigirse bandera de esperanza y crecimiento de un entorno rural.

Tres piezas presentó a la cita matancera el Ramón Silverio de Santa Clara en dueto con José Ernesto Aparicio. Una suerte de trilogía donde, con las herramientas del viaje a los orígenes y la fe en el poder del arte, modelaron  una especie de mejunje de sentimientos y emociones por la inclusión, el futuro y la esperanza.    

El Anaquel  dejó la historia contada por el lente y la grabadora. Trajo rostros conocidos y otros no tanto, todos con un espacio en el camino de la escena nacional. Invitó a los debates sobre la necesaria huella documental de un género enraizado y fuerte de la cultura criolla. Mostró la vocación popular, transformadora, folclórica, diversa de nuestro arte dramático. Vino a salvar al menos una parte de  esa evidencia para las futuras generaciones y con suerte a ser la llama de un movimiento que rescate esos valores desprotegidos hoy en cualquier rincón del archipiélago.

Su valor agregado fue contar con voces autorizadas como la de Isabel Cristina López Hamze, Omar Valiño,  Rubén Darío Salazar,  Ramón Silverio y el propio Ulises. Épica la develación de una nueva pieza del artista Adrián Rodríguez Falcón en el Museo de las Esculturas de Madera, esta vez inspirada en la obra Chico del escritor José Manuel Espino.

Muchos anaqueles, como la mítica biblioteca de Borges, debería tener la escena cubana y sabia la Casa de la Memoria Escénica al erigirse albacea de esa historia ligada a la historia misma de la nación, a su propio concepto, a la formación de la identidad de este rincón del Caribe, con sus influencias y sus desarraigos, con sus elementos de continuidad y de ruptura.

El barco encontró puerto seguro en la Atenas. Dejó la puerta abierta para otro encuentro, el año próximo para  la investigación,  para regresar a los documentales el siguiente. Desde ya deberían  zarpar los documentalistas de la radio, la televisión, el cine en busca de las aventuras de la escena cubana. Aún queda mucho por contar y sería muy triste que, teniendo un anaquel donde guardar esa memoria, el talento bordado por los hombres y mujeres de las tablas se perdiera para siempre víctima de la desidia o fuera destejido mientras dormimos por esa suerte de Penélope caprichosa que es el tiempo.  

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