Creado en: febrero 20, 2023 a las 09:49 am.

Entre la pasión y el compromiso, siempre Rolando (+ Video)

El muchacho de escasos recursos económicos e ímpetu decidido, que entró en los talleres del diario Noticias de Hoy –seguía los pasos de su hermano Roberto, linotipista y tipógrafo, con el tiempo excelente periodista– para ganarse la comida, tenía la certeza de que algún día, más temprano que tarde, calzaría con su nombre, Rolando Pérez Betancourt, las crónicas y artículos que por entonces colocaba, con olor a plomo, en las galeras de imprenta.

De momento, la escuela hasta octavo grado. Trabajando completaría después su instrucción hasta el nivel universitario. Lector insaciable, devorador contumaz de películas en los cines de barrio. La Lollobrigida, Sofía Loren y Marilyn Monroe fueron sus novias en la pantalla, y en algún trance se vio lidiando con Marlon Brando. Pronto iría más allá, al descubrir que el cine era arte y, en efecto, entretenía, pero también podía enriquecer al ser humano. 

Entretanto, bullía la Revolución en las calles de la ciudad; joven rebelde, responsable y temerario, forjó su carácter, fiel a su clase. Con la mirada puesta en los cambios y el compromiso de ser parte de estos; y el oído abierto a la experiencia de los veteranos del periódico, comenzando por el dirigente comunista Blas Roca.

Ese fue el Rolando Pérez Betancourt que se contó entre los fundadores del diario Granma, el 3 de octubre de 1965. En lo adelante creció en la escritura y en la observación –sus primeras notas aparecieron en Noticias de Hoy, cuando se colaba desde el taller en la redacción deportiva–, en la cultura y en la confirmación de sus convicciones políticas. Un Rolando radical e indivisible, pues el reportero, el cronista, el crítico de cine, el editor, el novelista y el militante se fundieron en una sola pieza a lo largo de su obra y trayectoria vital.

Tempranamente en la crónica marcó un estilo. Lo mismo se metía en las honduras de los arrecifes coralinos que bordean el archipiélago –cubrió con el fotógrafo Alberto Korda un campeonato mundial de deportes subacuáticos efectuado en Cuba– que en las comunidades más recónditas del país. O tomaba un barco para hablar de los pescadores de altura. O llevaba a la letra impresa la respiración de la gente común de un tiempo a otro de nuestra historia.

Los lectores, y, sobre todo los periodistas en formación, harían bien en refrescar los libros en los que Rolando reunió las joyas del género, Crónicas al pasar y Sucedió hace 20 años, y aproximarse a sus herramientas conceptuales expuestas en La crónica, ese jíbaro. Con absoluta justeza le confirieron el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, y el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro.

Un buen día de 1973 conspiró con el director de Granma, Jorge Enrique Mendoza, y la jefa de Información, Marta Rojas, para hacerse cargo de una columna sobre cine. Jugada arriesgada –el riesgo siempre fue inseparable al ejercicio periodístico de Rolando–, pero imprescindible si se quería una mirada fresca y objetiva sobre lo que exhibían las pantallas del país y, particularmente, la producción cubana.

Rolando estaba preparado para alcanzar la plenitud en tales menesteres. La columna Crónica de un espectador mantuvo, con inalterable rigor, por casi 50 años, una perspectiva consistentemente aguda y penetrante. Estética, ética e ideología se entrelazaron en cada una de sus entregas. Con idénticos principios y pasión, y el despliegue de formidables dotes en la comunicación cara a cara con el espectador, el crítico, miembro fundador de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, derivó hacia los espacios televisivos Tanda del domingo –sucesor de uno de sus maestros, Mario Rodríguez Alemán–, Cine vivo, Noche de cine y La séptima puerta, de la que se despidió el último viernes. Habría que ampliar la compilación de sus comentarios sobre cine, titulada Rollo crítico, en una nueva edición.

El Icaic reconoció en él al «defensor consecuente del cine de mayor calidad, empeñado en que se comprendiera la esencia de la jerarquía cultural de cada película frente a la producción comercial, frente al lenguaje manipulador del cine ajeno a los valores humanos y artísticos, y nos lega un modelo de pensamiento comprometido con el cine y la cultura».

Al encabezar una entrevista realizada a él pocos años atrás por la escritora Marilyn Bobes, esta observó cómo, si bien Rolando poseía una notable visibilidad como crítico, no era todavía valorada su condición de «excelente novelista». Quienes se sumerjan en Mujer que regresa y La última mascarada de la cumbancha, descubrirán el tono y el pulso con que reflejó situaciones sociales y humanas complejas, como los conflictos de las familias separadas por el Estrecho de la Florida y el explosivo escenario de la Embajada de Perú en La Habana de 1980, cuando fue invadida por gente de la peor ralea.

En el plano de las relaciones laborales y humanas, Rolando supo ser amigo, transparente y leal, y jefe vertical. Por más de dos décadas estuvo al frente de la Redacción Cultural de Granma, desde la que pulió vocaciones profesionales, no solo entre los integrantes de su equipo sino de otras redacciones. Valdría repasar, como alerta Yisell Rodríguez Milán, a cargo de la edición digital, los 495 materiales periodísticos de Rolando archivados entre 2014 y 2023.

El testimonio de la joven Yeilén Delgado, actual jefa de Corresponsales del diario, me releva de ofrecer mi punto de vista personal, que estaría permeado por los largos años de entrañable vínculo en diversas trincheras que sostuvimos Rolando y quien esto escribe: «Él era –cuenta Yeilén– tal como aparecía en sus letras y en pantalla, firme, mesurado, en extremo inteligente (…) Era también muy radical; no creía en medias tintas, en quedar bien aquí y allá, en no estar a favor ni en contra. Dominaba la síntesis con una maestría envidiable y también la capacidad de dudar, analizar, concluir y dejar espacio para otras interpretaciones. La capacidad del proyecto revolucionario de involucrar y enamorar a los jóvenes era una de sus preocupaciones más recurrentes».

Estas palabras, que suscribo plenamente, describen una actitud constante manifiesta en congresos y foros de la UPEC y la Uneac –en esta última organización había sido elegido miembro del Consejo Nacional en el ix Congreso–, en análisis partidistas, eventos internacionales y a pie de esquina en el barrio.

Imagino, ahora que marchó en la mañana del sábado 18 de febrero, las tertulias que animará sobre lo humano y lo divino, lo revolucionario y lo que no es, y la batalla de la cultura contra la incultura, dondequiera que esté. Tendrá la compañía de otros que en Granma han hecho escuela, como Agustín Pi, José Manuel Otero y Marta Rojas. Seguro estoy –estamos– de que el ejemplo de Rolando Pérez Betancourt crecerá.

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