Creado en: julio 31, 2024 a las 12:06 pm.
Eusebio Leal, el refundador de La Habana
Terrible. Así fue 2020, cuando un virus devastador paralizó al mundo. La pandemia causó estragos indescriptibles, y en aquel año de tanto dolor y desasosiego, Cuba perdió además a uno de sus mejores hijos. El 31 de julio de 2020 se apagó la vida de Eusebio Leal Spengler, víctima de cáncer.
Cinco meses después, y luego haber recibido un impresionante tributo popular de despedida en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional, sus cenizas fueron depositadas, junto a las de su madre, en el jardín Madre Teresa de Calcuta, aledaño a la Basílica Menor del antiguo Convento de San Francisco de Asís. En una lápida de mármol sobresale sólo la inscripción: Leal. Hasta su tumba se trajeron porciones de tierra de lugares sagrados para la Patria: Dos Ríos, San Lorenzo, Jimaguayú, San Pedro y Birán.
Eusebio Leal ha sido considerado inspirador de grandes sueños; el mago de la ciudad; un hacedor; un cubano infatigable; Fénix indestructible; titán renacentista; el humanista mito; el hombre del tiempo que necesitaba Cuba. Así consta en el libro “Nuestro amigo Leal”, una compilación de mensajes de artistas, escritores, políticos, académicos, religiosos, diplomáticos y científicos de varios países. Esas prominentes figuras llaman al Historiador de la Ciudad de La Habana visionario, patriarca, intelectual polifacético, fundador espiritual, carismático, benefactor. Reconocen en él cualidades como pasión, modestia, tenacidad, imprescindibles para llevar adelante, frente a no pocas adversidades, la obra inconmensurable de hacer renacer el patrimonio cultural de La Habana y de Cuba en general.
La de Leal fue una historia inusual de superación personal. Nació el 11 de septiembre de 1942, criado solo por su madre, de humildísima procedencia, pero que inculcó en su único hijo los mejores valores humanos.
Tras el triunfo de la Revolución comenzó a trabajar como empleado del gobierno municipal, y conoció a Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de la Ciudad, de enorme prestigio por sus posiciones nacionalistas y antimperialistas. Sería el mentor de aquel joven inquieto, que se consagraría a los estudios históricos de manera autodidacta, motivado por la obra -con ensayos brillantes y muchas batallas políticas- del admirado historiador, periodista y patriota.
En 1938 Roig fundó la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, y estuvo al frente de esa institución hasta su deceso en 1964. Cuatro años después tendría su sucesor en Eusebio Leal, consciente de un legado que lo inspiraría toda la vida, como una deuda de gratitud eterna. Iniciaba entonces un camino intrincado, para lograr la regeneración del centro histórico de La Habana. Todo comenzaría en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, para transformarlo en el Museo de la Ciudad. A esa obra dedicaría Leal sus primeras energías. Testimonios gráficos dan cuenta de su participación en aquel laboreo entre escombros y excavaciones, en el acarreo de materiales y en la recuperación de bienes museables.
De aquellos días se conoce la anécdota de cómo, acostado sobre la calle de adoquines de madera frente a dicha edificación, impidió que los operarios de las palas mecánicas cumplieran la orden de ciertos burócratas de pavimentar con asfalto esa distintiva callejuela.
Leal debió superar otro escollo. Con apenas sexto grado de escolaridad, y en un caso inédito, en 1978 solicitó al rector de la Universidad de La Habana autorización para ingresar en la Facultad de Filosofía e Historia, con examen de suficiencia. Aportaba además, los avales de voces autorizadas como José Luciano Franco, Juan Marinello, Raúl Roa, Antonio Núñez Jiménez, Francisco Pividal, Mariano Rodríguez Solveira, Manuel Rivero de la Calle, René Pacheco Silva, que reconocían su capacidad y aptitud. Un tribunal académico recomendó su admisión, y en 1980 recibió el título de Licenciado en Historia.
El joven director de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana -orador excepcional- inició entonces una serie de charlas publicas y recorridos por un entorno casi en ruinas, que él iba develando lo que sería en el futuro. Centenares de personas lo acompañaban en aquellos andares, con ilusión y esperanza, cuando iba descubriendo encantos ocultos, historias subyugantes. Aunque todo estaba por hacer aún. Era el tiempo de reconstruir, de renovar, de conquistar la belleza.
La declaratoria por la UNESCO del centro histórico de La Habana y su sistema de fortificaciones como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1982 fue un impulso esencial. Como lo fue el Decreto Ley 143 de 1993 firmado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, para consolidar la autoridad de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y facultarla para ejercer su modelo de autogestión, que ha sido elogiado por expertos de todo el mundo.
Colosal ha sido la gesta para la restauración del centro histórico de la capital cubana, que no se detiene. Han renacido edificaciones monumentales y múltiples inmuebles con valores arquitectónicos, para acoger museos, salas de concierto, otras instituciones culturales, hoteles, talleres de artistas. Sin olvidar los espacios para escuelas, centros de atención para embarazadas, discapacitados, adultos mayores. Puso en marcha las aulas-museo para escolares de primaria, las escuelas-taller para formar el personal necesario en los oficios propios de la restauración, el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, la emisora Habana Radio, la revista Opus Habana, la editorial Boloña. Tan abarcadora fue la visión humanista y revolucionaria de Leal.
Con su acostumbrada indumentaria gris -cual traje de faena- supervisaba de cerca cada obra en ejecución, y recorría las calles bulliciosas. A su paso hasta los pobladores más humildes lo saludaban, conversaban con él. Con Eusebio. Como lo llamaba la gente común.
Sus desvelos patrióticos tuvieron una sensible recompensa cuando llegaron a sus manos los cuadernillos con apuntes y reflexiones del Padre de la Patria en sus tres últimos meses de vida. Varios años dedicó a estudiar, descifrar, interpretar y cotejar aquellos manuscritos para restituirlos a Cuba, publicados como el Diario Perdido de Carlos Manuel de Céspedes. Su Doctorado en Ciencias Históricas lo defendió precisamente con la tesis basada en ese rescate patrimonial, de extraordinario valor.
La Habana, y toda Cuba, tendrán una deuda eterna de gratitud hacia Leal y su liderazgo. La huella de su sapiencia y su perseverancia queda en la revitalización del Palacio de los Capitanes Generales y el Palacio del Segundo Cabo; la Basílica Menor de San Francisco de Asís y la Iglesia de Paula; la Plaza Vieja y el Templete; los castillos de La Fuerza, la Punta y Atarés; el Teatro Martí y el Capitolio Nacional, la más compleja de cuantas obras haya asumido la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y a la cual su guía dedicó enormes esfuerzos, ya con su salud quebrantada. Todo sin olvidar la atención a los programas sociales y a la multiplicación de las propuestas culturales.
Eusebio Leal demostró ser un hombre de desafíos, incapaz de rendirse ante lo que parece imposible, siempre en busca de la perfección.
Como miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba aportó ideas y esclareció caminos para contribuir a la transformación cultural de la sociedad, basada en la ética y el patriotismo.
Aún se recuerda su estremecedora intervención en el séptimo Congreso de la UNEAC, cuando llamó con vehemencia a la unidad entre cubanos, para sumar en bien de la Patria. “Tenemos que ayudar desde la UNEAC a construir la nación de hoy. Todos estamos esperanzados. ¿Por qué? Porque el país, efectivamente, asume que lo que hasta ayer no fue conveniente o prudente, hoy es necesario”, dijo entonces.
Desde hace cuatro años nos falta su palabra certera. Ya no se ve aparecer por cualquier calle de La Habana Vieja, con su paso breve pero ligero, a quien mostró un culto especial por la belleza, el civismo y la cultura cubana. El intelectual inagotable, sensible e iluminado. El que despertó conciencia y sentimientos renovados de amor hacia La Habana. Queda su obra grandiosa. Trabajar para que no se sienta tanto la ausencia de Eusebio Leal es ahora el desafío, cada día. Y el mejor de los homenajes.