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Eusebio Leal: La existencia infinita de la memoria

la aparición de la virgen de la Caridad del Cobre. Ella fue la profecía para Cuba de lo que sería nuestra identidad. Apareció en el mar, en medio del ciclón, mestiza, sobre una barca con tres pescadores, todos con el mismo nombre: Juan.

Juana fue el nombre que Cristóbal Colón escogió para dar a Cuba, en honor del príncipe don Juan, hijo y heredero de los reyes católicos, príncipe de vida efímera. En definitiva, prevalecería el nombre de Cuba. Juan indio, Juan negro, Juan español…en esa barca navegamos en la tempestad: o nos salvamos todos o ninguno…

Eusebio Leal, 26 de noviembre de 2009 en el Convento San Juan de Letrán.

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El mar Caribe ocupa más de 2 millones de kilómetros cuadrados. La tierra en él se distribuye en 13 países-isla que la colonización diferenció en hispano, franco y angloparlantes, sobreviviendo alguna que otra lengua propia como el creol.

«La maldita circunstancia del agua por todas partes» no atormentó solamente al escritor Virgilio Piñera. Cuba se localiza a los 210 30´ latitud norte y los 800 00´ longitud oeste. Para Eusebio Leal Spengler las naciones insulares están protegidas por el mar. Corrientes oceánicas albergan lo que nos une y separa a los habitantes de esta geografía común.

En las costas caribeñas, el mar arranca pedazos de tierra, secuestra objetos de mucho o ningún valor, dispersa fluidos corporales, que bien pudieran desembocar en otras costas, donde las olas causan los mismos estragos. En ese intercambio involuntario nos define una existencia individual llamada nacionalidad, pero nos marca la pertenencia a un continente. Lo que somos nos embate como el mar a la Virgen en plena tormenta. La barca de Leal fue el patrimonio con la que navegó una Isla y la América.

La manera de conectarnos como región fue una de las grandes obsesiones de Eusebio Leal. El historiador tenía claro que los vínculos físicos debían complementarse con los espirituales. Latinoamérica es el resultado de una transculturación que conecta a la virgen cubana con otras vírgenes. La comunicación solidifica esa reciprocidad. Esta ciencia social relaciona la estructura arquitectónica de una ciudad y el imaginario que la significa. Sin ella la leyenda de la Caridad del Cobre no hubiera llegado nunca a Eusebio Leal, ni tampoco a su libro Hijo de mi tiempo.

«La oralidad fue un instrumento muy bien empleado por Leal, se asentó en el imaginario colectivo todo el gran valor que tiene el patrimonio de nuestro país. Ponderó con sus actos el empleo de la palabra viva que es otro medio y otra forma muy importante de comunicar los valores patrimoniales. Comunicar el patrimonio es la única garantía de su preservación, porque de lo contrario ni los decisores gubernamentales, ni los hacedores de la restauración, ni los pobladores de un barrio, portadores ellos mismos del patrimonio intangible, comprenderían su responsabilidad. Eso no es posible si no se apropian conscientemente de los valores que deben perpetuar», afirma la vicepresidenta de la UNEAC, Magda Resik.

Para la periodista, «el sentido de pertenencia nace del reconocimiento de los valores que portamos y aquellos que hemos preservado hasta nuestros días. Todo aquello que atesoran las familias cubanas se incorpora a esa otra gran dimensión del patrimonio que tiene que ver con la arquitectura de la ciudad, el urbanismo, los valores más tangibles».

Una muy apretada síntesis lo definiría como Doctor en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana, Especialista en Ciencias Arqueológicas y Máster en Estudios sobre América Latina. Eusebio significa tanto para La Habana que tan sólo el hecho de nombrarla es también mentarlo. Su capacidad de rehacer la maravilla de la destrucción lo convirtieron en una suerte de mesías, cuya devoción a esta villa lo hacen trascender más allá de convencionalismos terrenales.

En este aniversario de la capital pensaremos en Eusebio con la guayabera ancha o el traje negro, en el Capitolio, frente a la Bahía de La Habana o en alguna plaza. Se sintonizará su voz en las emisoras o podcasts, se escribirá sobre él, volverán a circular sus fotos. Y nos parecerá que recorre nuevamente las calles y de verdad lo hace, atrapado en esa existencia infinita que es la memoria. Su ciudad de 504 años lo recibe con sábanas blancas en los balcones.

Me quedo con su locura declarada en la presentación del libro Regulaciones urbanísticas de La Habana Vieja, en 2009:

«Lo importante es que todo el mundo vea la dramática realidad, pero estén concordes con la manera de transformarla, ese es el tema principal. Algunos tendrán que estar dispuestos a abandonar la cordura y asumir la locura como un estado transitorio. Hace falta estar loco para enfrentar obras de esta naturaleza (…) Si logramos superar las inequidades que todavía perturban a la sociedad, entonces nuestra Patria tendrá la dignidad a la que aspiramos».

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