Creado en: junio 5, 2023 a las 09:54 am.

Federico García Lorca, eterno renacido

Hablar o escribir de Federico García Lorca es asistir a un instante siempre nuevo. El quid no está en buscar giros por donde no hayan desandado otros autores, sino en volver a él, si es que puede quien lo haya leído alguna vez librarse de su embrujo. Basta con tocar su obra para que se agite el sentimiento y nos inspire la palabra alborozada del poeta.

Hace hoy 125 años nació en Fuente Vaqueros, en su Granada, aquel niño al que embelesaron con idéntica fuerza la música, el canto de las aves, el olor del campo, el temblor de la flor; el niño que jugaba a «hacer altares y construir teatritos»; el que, como arma contra las miserias, usó su sana risa, defendida hasta el fin de sus días; el que se bebió en su infancia su pueblo para sentirlo en todo lo que sería su vida.

Hace hoy 125 años, y el mundo lo sabe. Nacer y morir puede ser lo mismo. A veces la muerte es atomizar la vida. Federico, por ejemplo, que llegó al planeta un día como hoy, nació para siempre, también, el día en que el odio y la cobardía fascista lo asesinaron en plena madrugada, para pretender en vano apagar, con el facilismo del disparo, una voz que ya había hecho demasiado bien para poder ser silenciada.

Aunque todo el que lo conoció procurara entender a qué se debía ese influjo fascinante que transmitía; aunque también lo intentara todo el que leyó algún día las piezas que conforman su obra lírica (Poema del cante jondo, Romancero gitano, Canciones, Poeta en Nueva York, Diván del Tamarit, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Sonetos del amor oscuro, entre otras) y su creación dramática (La zapatera prodigiosa, Yerma, Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, por solo citar algunas), Federico es inclasificable, como si escapara con «saltos jabonados de delfín» a todo encasillamiento.

Ya lo dijo Vicente Aleixandre, el académico y premio nobel de Literatura, amigo del poeta y, como él, perteneciente a la que fuera reconocida como la Generación del 27: «No hay quien pueda definirle. Su presencia, comparable quizá solo y justamente con el tifón que asume y arrebata, traía siempre asociaciones de lo sencillo elemental. Era tierno como una concha de la playa. Inocente en su tremenda risa morena, como un árbol furioso. Ardiente en sus deseos como un ser nacido para la libertad. Y tenía para su obra futura un instinto tan primario de defensa, que no puede por menos de traerme la memoria de un genio: Goethe. (…) En Federico todo era inspiración, y su vida, tan hermosamente de acuerdo con su obra, fue el triunfo de la libertad, y entre su vida y su obra hay un intercambio espiritual y físico tan constante, tan apasionado y fecundo que las hace eternamente inseparables e indivisibles».

Con el alma a flor de piel, afanosas lecturas, piano apacentado, habidos poemas en los que recreaba la sutileza de la vivencia, llegó a los 20 años a Madrid, a estudiar Derecho y Filosofía y Letras. Pronto Federico se convirtió en un revuelo dentro de la intelectualidad madrileña. Editó libros, leyó sus poemas, estrenó su primera obra de teatro: El maleficio de la mariposa, en la cual la crítica reconoció a un «futuro gran dramaturgo». Vendría después, en 1927, Mariana Pineda, cuyo estreno y posteriores presentaciones significaron para el dramaturgo, al decir del historiador Juan Chabás, jornadas gloriosas en las cuales «los aplausos tenían sonido de combate popular del cual el poeta era expresión nacional con su voz». La obra se convertiría en «himno a la libertad y en invitación a la rebelión contra la dictadura de Primo de Rivera».

La heroicidad de los pueblos precisa de sus poetas. Lo vivido por España en su batalla contra el fascismo los tuvo. Federico fue, junto a otros grandes, esa voz en la que el sentimiento nacional se reconoció y con la que se identificaría.

Celebremos hoy la eternidad de un hombre al que tanto le importaron los otros, el que entendió el teatro como «la poesía que se levanta del libro y se hace humano», aquel que ante tantos jazmines y damas de noche experimentó «un dolor lírico de cabeza, tan maravilloso como sufre el agua detenida».

(Tomado de Granma)

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