Creado en: enero 15, 2021 a las 02:53 pm.

Felito Molina, un gran músico y una persona de bien

Lo entrevisté en 1993, acabado de graduar el autor. El abordaje se sustentó más en la tendencia natural de los recién emergidos de la carrera de Periodismo de contactar con figuras poseedoras de determinada aura en su tiempo, que en la certeza total de saber con quién dialogaba o en aquilatarlo siquiera.

Eso lo supe y medí en verdad tras el paso del tiempo, al verlo, escucharlo, repasar los documentales que sobre su trayectoria han sido filmados, conocer mejor su estela luminosa.

Félix (Felito) Eusebio Molina Marín, cuyo centenario conmemoramos este martes 15 de diciembre, era, además de gran músico (sobre lo cual enfatizará este artículo), una persona entrañable.

Rara avis dentro del sector artístico local, lo marcaba su timidez, el carácter introvertido, su desdén por el boato y los fuegos de artificio, la renuencia a ser figura protagónica de algo.

A pesar de esa naturaleza, la cual podría sugerir cierta incapacidad para volcarse a causas sociales, colaboró con el clandestinaje en contra de la tiranía de Fulgencio Batista y acompañó sin vacilaciones al proceso revolucionario hasta el deceso del artista en 2007.

Él -siempre pensé-, habitaba en dos mundos: el social, por el que caminaba de puntillas, sin hacerse notar, calmo, sosegado, incapaz de molestar o mucho menos dañar a alguien; y el íntimo, guardado por supuesto solo para sí, donde convivía con sus verdades interiores, universo moral, cuitas, deseos no confesos, frustraciones, gozos, ardores, tremolinas. En fin, en cualquier caso eso lo hacía más humano; aunque no creo, de forma personal, que nunca fuera completamente feliz, si es que alguien puede serlo del todo en este mundo.

De extracción muy humilde, nació en el barrio cienfueguero de Pueblo Nuevo, el 15 de diciembre de 1920, y comenzó a tocar tan pronto como a los diez años en improvisado sexteto barrial.

Apenas adolescente, formaría parte de agrupaciones locales, a la manera de los Cuarteto Molina y Hermanos Ramos, los septetos Albores y Melódicos cienfuegueros y el Trío Membiela, por consignar los más recordados.

Tras una estancia artística en La Habana retornó a su ciudad natal, para integrar la Orquesta Cienfuegos Jazz Band.

Con el Trío Oriental, más tarde, para finales de la década de los cuarenta, prendaría al público capitalino. Al partir los otros dos creadores hacia Nueva York, Felito decidió permanecer en su país. Pero antes, tanto él como sus dos hermanos se aúnan a un grupo de jóvenes que, en el Callejón de Hamel, experimentaban con nuevas sonoridades. Más tarde aquel movimiento incipiente sería conocido como el Movimiento del Filin.

A la sazón trabajaría para varias emisoras radiales capitalinas, en calidad de trovador.

Cantante y arreglista de la Orquesta Loyola durante los años cincuenta, acompañaba a la guitarra, al unísono, a otras agrupaciones de ese tipo y al Dúo Hermanas Morejón.

Ya entonces comenzaba a ser considerado un virtuoso de la guitarra y además notable arreglista.

En 1959 funda, en Cienfuegos, la Orquesta Revelación, con la cual se radica en La Habana bajo la denominación de Típica Cubana. Dentro del colectivo resalta la voz del cantante Julio Valdés.

Para 1968 se afilia, en calidad de bajista, a la Orquesta de Barbarito Diez, a cuyo lado permanecerá dos lustros y viajará por diversas naciones.

De vuelta a Cienfuegos, a inicios del decenio de los ochenta, asume la tarea de dirigir el Septeto de Música Tradicional Los Naranjos, gloria de la cultura cubana que él lleva al esplendor, tanto en la Isla como en el exterior.

Le cupo el honor de integrar la hornada fundacional del Comité Provincial de la UNEAC, en 1987, a cuya Asociación de Música perteneció hasta su deceso dos décadas más tarde.

La trayectoria como compositor de Felito Molina también es sumamente destacable. Números suyos formaron parte del repertorio activo de orquestas de la guisa de Aragón (de su autoría fueron seis éxitos de la agrupación), Maravillas de Florida, Loyola o Armonías de Carlos.

Sus letras fueron cantadas por Julio Valdés, Kino Morán, Argelia Fragoso, Lázaro García u otras figuras imprescindibles del pentagrama nacional.

Entre sus composiciones más conocidas figuran Luna sureña; Mi cariño, ven; Déjate de chismes, Caridad; Cuando tú bajas la mirada; Nuestra oportunidad; Déjame vivir en paz; Como gota de rocío; Mambo sensacional; La candela soy yo; Esta amor en chachachá; Eso no lo aguanto yo; Salsita y cariño; Qué difícil eres; Costa sur; La gaviota; Rumbo al Sur y Canción a una flor.

Aportó también en el área del danzón. Tres textos musicales suyos de dicho género fueron Natalia, Enrique Cantero y Teodoro Gómez.

Ejemplo de consecuencia en el arte, modelo de ética, formador de diversas generaciones, colaboró, ya en su vejez, con varias agrupaciones cienfuegueras. Todos, en Cienfuegos, recuerdan y agradecen al querido músico.

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