Creado en: junio 26, 2022 a las 12:41 pm.

La crítica teatral en La Habana en 1801

Gaspar Melchor de Jovellanos, autor de El delincuente honrado

Ya abordé una parte de la labor como crítico teatral de José Antonio de la Osa, sustituto temporal de Ventura Pascual Ferrer en El nuevo Regañón y señalé que era tan culto e incisivo como este. Sigamos su desempeño en pleno inicio del siglo XIX:

El domingo 21 de junio de 1801 se estrenó El parecido en la corte, que pudiera ser la conocida comedia de capa y espada de Moreto o una refundición de esta hecha en el siglo XVIII por Tomás Sebastián y Latre. Dos semanas después, en su “Juicio sobre las diversiones públicas del mes de junio”, De la Osa la zarandea: “no me gusta una sarta de disparates tan espantosa.”   

En ese mismo número del semanario, opina sobre la comedia del prolífico Gaspar de Zavala Tener celos de sí mismo: “El actor que desempeñó este papel de carácter mostró bastante naturalidad en su representación, y dio más mérito a la pieza.” Lamentablemente nunca sabremos a cuál actor se refería.

De sus comentarios sobre las puestas en escena del mes de julio, extraigo: “Los cómicos lo hicieron mejor que otras veces.” Se refiere al drama de estreno Zoraida, reina de Túnez -también conocido como La maldad aun entre infieles halla castigos crueles, de su contemporáneo Joseph de Villaverde. Y sobre Dondehay agravios no hay celos y amo criado, comedia de capa y espada del dramaturgo del Siglo de Oro Francisco de Rojas Zorrilla: “…farsa ridícula cuyo argumento no tiene atadero.”

En los números XXVII y XXVIII de El nuevo regañón dedicados a los acontecimientos teatrales del mes de agosto, De la Osa se ocupa de cinco ofertas de la Compañía de Cómicos del País. Sobre la puesta de Cuando no se aguarda y príncipe tonto, comedia de figurón del malagueño Francisco de Leiva Ramírez de Arellano, seguidor de Calderón, De la Osa arremete sin piedad:  “pieza llena de sandeces e impertinencias”.

Sobre la comedia Antíoco y Seleuco o A buen padre, mejor hijo, de Agustín Moreto escribe De la Osa: “…la gran bobada de esta comedia.” 

El 9 de agosto se había representado la conocida comedia de Santiago de Pita El príncipe jardinero y fingido Cloridano. Era al menos la tercera vez que la obra del habanero subía a escena en Cuba. El Censor substituto no perdió la oportunidad: “El Señor Pita, entre un verso bastante fluido, ensartó mucho disparate en cuanto a la moral, de forma que, según lo que oí en la representación, se le hizo cortar por la autoridad competente aquello que hería a la decencia […] No obstante, la idea es tal cual agradable; aunque más propia para personas del mediano estado, que para Príncipes y otros Señores”.

Un estreno, Magdalena cautiva, comedia del gallego Antonio Valladares, le mereció al crítico este juicio: “…los cómicos la estropearon un poco, pero no dejó de agradar al público…”

Sobre la comedia heroica La mayor piedad de Leopoldo el Grande, de Gaspar de Zavala, también de estreno, De la Osa escribe: “Allí descendió la Fama en una cosa que quisieron imitar las nubes, y parecía la cuna de un muchacho, y la Dama que hizo este papel tenía más frialdad que un pollo mojado. Los cómicos no lo hicieron mal, y me agradó bastante el que hizo a Carlos de Lorena, que en todas las representaciones anteriores causaba bostezos verlo hacer su papel; ya se va enmendando, y presenta buenas esperanzas.

José Antonio de la Osa dejó de escribir para el semanario cuando retornó de México su dueño y fundador, Ventura Pascual Ferrer.

Pero 1801 aún nos trae otro singular ejemplo de labor crítica. Reproduzco casi totalmente un extenso e interesante trabajo publicado el 29 de noviembre en el Papel Periódico de La Havana sobre el reestreno de una las obras emblemáticas del neoclasicismo español, El delincuente honrado, de Gaspar Melchor de Jovellanos:

“[…] esa terrible comedia […] que por otras partes ha merecido tanta aceptación, vino por nuestra desgracia a ser en este teatro el argumento de la risa, del sueño y de la indiferencia de los espectadores.

Primeramente, el carácter de Don Torcuato debe ser sin contradicción alguna el de un hombre generoso, dotado de un alma noble y de un corazón resuelto e imperturbable, supuesto que desde el principio de la acción emprende cosas grandes difíciles y arriesgadas. Sentado este principio choca a la verosimilitud  y a la decencia ver que el tal Don Torcuato sea un llorón perpetuo desde su primer paso  sobre las tablas  hasta después de conseguido el perdón del Soberano ¿Pero quién podrá contener la risa al ver la violencia de las actitudes  y las contorsiones del que hizo este papel, aquellas miradas furiosas en medio de la tristeza, aquella cabeza sin elegancia, aquellos codos siempre echados atrás, aquellos hombros continuamente levantados, y otros infinitos defectos que pudieran haberse modificado si hubiese sujeto capaz de dirigirlos?

¿Y qué diremos del que hizo el papel de don Anselmo […] queriendo componerlo todo con manotadas frías y sin expresión, se hizo insípido, empalagoso e intolerable para los espectadores […] sólo estudian los papeles para recitarlos como loros?

El que hizo el papel de Don Justo tiene menos defectos que los demás: el eco de su voz no es tan desagradable y sabe a veces acompañar su semblante con las expresiones que produce.

El papel de Don Simón no pudo ser más impropio de lo que se representó aquella tarde, porque este cómico […] sólo se proponía suscitar la risa del concurso con el desgaire de sus ademanes.

Esto probablemente acredita que el autor [se refiere al director] ha confundido el papel de Don Simón con las ridiculeces de un gracioso, y no conoce la diferencia que media entre un barba tenaz y circunspecto y el carácter de los figurones.

La Dama que hizo el papel de Laura incurrió en tantas impropiedades como todos los demás actores, pero entre sus defectos lo que se hace más insufrible es el movimiento de sus brazos manejándolos con cierta cadencia que más bien parecía que indicaba los compases de una solfa que no expresiones de la naturaleza.

Sin embargo, faltaría a la justicia si no conociera y publicara que estos mismos actores se hacen dignos de la indulgencia pública por su aplicación y sus buenos deseos, pero de poco tiempo a esta parte observo que cada vez se hacen más intolerables, sin atinar en qué puede consistir el atraso de los cómicos y la imperfección en las decoraciones […] tan sensibles y tan de bulto que no tendría cuándo acabar si me pusiera a describirlas.

Si el autor que dirige esta compañía hubiera de segur mi dictamen, le propusiera que viniese al Teatro de la Alameda para tomar ejemplo del garbo con que trae su sombrero encasquetado el que hizo el papel del Desertor, y para que diera lecciones a los cómicos del manejo con que aquél se lo quita y se lo pone.

Pero todas estas advertencias […] siempre serán ociosas mientras no se pongan delante de los cómicos modelos para su doctrina; esto es, hombres de educación, de sentimientos delicados y que hayan tenido muchos años de experiencia sobre las tablas. Sin embargo, veo que estamos en un tiempo en que todos son Maestros, todos escriben, todos regañan, pero todos lo desempeñan tan bien como el que hizo la traducción de la Loa que representaron el día 4 de noviembre en el teatro de la Alameda. Audaces fortuna jubat.

El Observador de La Habana.

Tras este seudónimo está el conocido poeta Manuel de Zequeira y Arango, quien ejercerá la crítica teatral durante varios años en la primera década del siglo XIX.

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