Creado en: marzo 27, 2024 a las 10:52 pm.

La escena cósmica

Por Jesús Lozada Guevara

El espacio del narrador oral es cósmico, centrado en el hombre, pero creador de un espacio y tiempo nuevos, fabulares, contenidos y continentes de su relato. Va al pasado y arranca las palabras, colocándolas en el presente, para luego, a través del espíritu creador, lanzarlas al futuro. Sabe que en esa operación expansiva necesita del otro, de la gran oreja que terminará conformándole hasta engendrar el presente sin fin que es la materia verdadera de la voz y las historias.

El contador asume la danza, el bambolea espiralado de las voces, porque una vez que la suya alcanza ese estado de indefinición permanente, de expansión, sabe que vendrá otra y lo devolverá, contrayéndola, siguiendo sus rumbos, para luego volverla a lanzar más lejos en el laberinto de las orejas y los mundos que ellas abren; cada uno distinto, único e irrepetible, pero que desembocan en el río primordial que es memoria, olvido y silencio.

La materia sin cuerpo, la energía increada del relato, habita, al unísono, el todo y la nada, lo vacío y lo lleno, la cima y el pozo. Todo es relato y es relatable, divisible y multiplicable en unidades fabulares. Nuestros cuerpos, carne y espíritu en sintonía, no solo son vasijas sino que teselas de un mosaico en el que la unidad se da en lo diverso.

Solo los Dueños de la Palabra logran comprender y encarnar esas resonancias.

A Cuba llega, no por vez primera, Boniface Offogó Nkama, un yambasa de Camerún, cuya principalía nace del encarnar las esencias del arte antiguo de contar. En su voz se pueden reconocer las esencias de la palabra viva, que es el atributo de los grandes, aquellos que se saben instrumentos y que no alardean de poseer lo que no es suyo, sino que prestan su vida para que el viaje y la danza cósmica sean repetidos, porque si los pueblos paran esos vaivenes saben que estarán condenados al vagabundeo, que es quizás el mal que nos exterminará definitivimanente más que el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte.

La Eva mitocondrial nos avisa que hemos perdido ruta al desconectarnos, como especie, de África, y este hombre, sencillo en la raíz del gozo, sin gritos ni aspavientos, viene a lanzarnos la advertencia: negar la importancia civilizatoria de la herencia negra es suicida.

La Unión de Escritores y Artistas de Cuba, pionera en batallar, ha reconocido a Offogó con el Premio Internacional Raquel Revuelta para las Artes Escénicas. Y no a cualquiera. Este ha sido un signo inconfundible del derrotero y apuestas de la más grande organización de intelectuales y artistas de la isla; también un acto de justicia con la gran actriz que honra con su nombre al premio, presidente en su tiempo del Consejo Nacional de las Artes Escénicas que primero vislumbró la importancia cultural y política de la Oralidad, llegando a proponer en 1989 fundar un departamento especializado dentro de esa institución. Bajas pasiones hicieron que ese signo y adelanto profético tuviera que esperar más de veinticinco años para tener asiento. Es justo, necesario, deber y salvación, celebrar que el nombre de un cuentero africano y el de la actriz estén juntos.

En este 27 de marzo hemos sido testigos, excepcionales, de un acontecimiento que no deberíamos dejar pasar, y no lo hemos hecho. Celebremos juntos que hemos tenido oídos para el silencioso sonido de las esferas.

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