Creado en: marzo 5, 2023 a las 10:55 am.

La iluminación en los espectáculos hacia 1800

Un recurso fundamental para el éxito teatral, la iluminación, es reconocido desde hace aproximadamente un siglo como una más de las artes que concurren en la conformación del espectáculo. Estrechamente vinculada a la escenografía y el vestuario, requiere de un aliento creativo que auxiliado por la técnica no solo aporte a la adecuada visualidad de lo que acontece; también que contribuya a lo que hoy llamamos dramaturgia de la puesta en escena.

Algunos inquietos lectores me han preguntado acerca de cómo se iluminaban los escenarios en la etapa que investigo, el período novoclásico. Espero asombrarlos con las referencias que he acumulado sobre el tema.

Ya en el Reglamento de 1774 previo a la inauguración del primer Gran Coliseo habanero, se responsabilizaba al “director de decoraciones” con la disposición interior y exterior del teatro, incluyendo la iluminación. Vale aclarar que entonces la sala no se oscurecía durante la representación. Las áreas iluminadas eran los pasillos y accesos a la cazuela -con candelabros de pared, faroles de hojalata y vidrio-; el lunetario -con una araña de metal al centro del cielo raso- y los pal­cos con candiles. También se utilizaban candilejas de cerámica. Las cazuelas –espacios para el elemento popular que se mantenía de pie- solo se alumbraban durante las funciones de gala.

En el escenario, la luz más intensa se concentraba sobre el proscenio, -allí también se instalaba una araña- y su área inmediata, espacios donde se representaban las escenas de mayor importancia. La iluminación lateral se conseguía colocando tras los bastidores candilejas con dispositivos para su movimiento: arandelas, poleas y tornos, con cuerdas y palancas. Para lograr transparencias, se pintaban los telones con aceite muy fino y se concentraba, por delante o por detrás, un mayor número de candilejas.

Los principales combustibles fueron sebo y manteca de origen animal, entre los que destaca la esperma de ballena, que proporcionaba una cera de alta calidad, con la que se fabricaban velas que dispensaban una luz blanca y brillante; en general, la iluminación era muy costosa, lo que afectó la calidad de muchos espectáculos. En Italia e Inglaterra se utilizaron las velas de esperma más finas, mientras que en París la mala calidad de las candile­jas de la Comédie Française escandalizó a visitantes como el primer actor inglés David Garrick.

El gran actor inglés David Garrick

Muchos empresarios, llevados por la avaricia, desconocieron regulaciones y reglamentos, y echaron mano a cualquier recurso más barato, pero más dañino.

La investigadora Maya Ramos Smith nos refiere la anécdota extraída de un documento de 1788, cuando fue acusado el empresario del Coliseo mexicano, Lorenzo Montalvo: “Durante la función […] empezó a sentirse un ‘humor fétido’ y un humo desagrada­ble ‘en grado de sofocarse todo el público’. El juez de teatro, extrañando, subió al esce­nario para averiguar la causa. La primera actriz Antonia de San Martín declaró que había estado arrojando hollín por la nariz y acusó al asentista de estar usando ‘aceite de nabo’ […] al continuar la investigación se descubrió algo peor: Montalvo estaba utilizando ‘aceite de manitas de carnero’, por lo que fue severamente reprendido y amena­zado con cárcel si continuaba empleando el maloliente combustible”.

El tamaño de las velas y la cantidad de combustible tenían que calcularse con exac­titud para evitar que se consumieran antes de terminar la función; por el costo, los cabos que quedaban al final se recogían para venderlos.

En la segunda mitad del siglo, el aceite vegetal fue ganando espacio y se diseñaron lámparas más seguras, como la inventada por Argand en 1785, cuya mecha cilíndrica, más brillante y estable, ardía dentro de una chimenea de vidrio. A estas lámparas las superó el hoy todavía conocido quinqué.

En Cuba, en el primer Coliseo de 1775 se utilizaron todos estos procedimientos, pero a raíz de su colapso en 1788, la situación se complicó: en el teatro provisional de 1792 el lunetario se iluminaba con hachas de cera, extremadamente peligrosas por la dificultad para controlarlas. Ocho años después, en el teatro del Circo del Campo de Marte no había iluminación, porque daba sus funciones a las 4 de la tarde, y solo por unos meses gozó de una cubierta de lona.

Ya en el majestuoso Principal, para el estreno de la primera ópera cubana, América y Apolo, en 1807, se anunciaba: “Todo el teatro estará iluminado por una invención nunca usada en él, particularmente el arco toral que se verá matizado de luces de colores; y así como sobre su cornisa se manifiestan los más célebres poetas cómicos nacionales, hemos creído propio de nuestra gratitud en esta función, colocar los retratos de los Sres. Marqués de Someruelos y Marqués de la Torre, entre las dos columnas colaterales que adornan el arco, porque éstas figuran su apoyo, estos dos dignos jefes son realmente creadores del Teatro, el uno por el año de 1775, y el actual su regenerador, levantando de nuevo este edificio después de muchos años de arruinado el primero”.

La iluminación de gala, también llamada “a todo teatro” en España y “con iluminación completa” en Cuba, traía algunas complicaciones: los candiles suspendidos del techo chorreaban sebo caliente sobre los espectadores y deslum­braban y obstruían la visibilidad de los ocupantes de las cazuelas. Además, el humo que des­pedían las candilejas y demás fuentes de luz ennegrecía techos, muros, escenografía y vestuario.

A fines de ese 1807, un crítico embozado, que firma como E. D. D. M., envía al Sr. Redactor del periódico El Aviso, un análisis motivado por el estreno en Cuba de La azucena de Brabante. Santa Genoveva, de Francisco Antonio de Castro. Extraigo: “… El otro abuso en la decoración teatral es el de iluminar demasiadamente las tramoyas de transparentes y perspectivas, con can­dilejas, lamparillas y morteretes; y tanto peor si son luces de movimiento, o hay que figurar relámpagos y llamas de infier­no con pólvora y pez molida, en comedia donde hay tempestades o tienen papeles de demonios, porque todo esto es muy expues­to a incendios, mayormente siendo todo de madera y lienzones pintados, cosas de suyo tan combustibles. Un coliseo lleno de gente e incendiado es una verdadera catástrofe. El debido desempeño del teatro tiene mucho que atender y arreglar…”

Maqueta frontal del Corral del Príncipe en Madrid

Además de complicado y costoso, iluminar un teatro en esa época era sumamente peligroso: el riesgo de incendio era muy alto, lo que corroboran los siniestros que destruyeron varios grandes teatros de la época: los de la Ópera de París, en 1763 y 1781, el del teatro de Zaragoza en 1778, el del Príncipe de Madrid en 1802 y el del primer coliseo de Ciudad de México en 1722.  

Era preciso vigilar todas las áreas durante la función y sobre todo asegurarse, vela por vela, de que edificio, auditorio, escenario y demás dependencias estuvieran completamente apagados a su terminación.

El descubrimiento de las posibilidades del gas natural como energía para brindar luz y calor, así como la invención de la electricidad, dieron inicio a una era de sucesivos avances técnicos en la iluminación de los espectáculos, hasta los que con tecnología digital disfrutamos en nuestra contemporaneidad.

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